Con motivo de los procedimientos judiciales emprendidos por las justicias española e inglesa contra el ex general Augusto Pinochet, se ha vuelto a manifestar la histórica ceguera de la izquierda, la que no era comunista en tiempos del comunismo real, la mía. Cuando se empezó a mencionar el nombre de Fidel Castro entre los de los dictadores que podrían alguna vez ser juzgados por un tribunal internacional (o no), unos estimados amigos decidieron que eso era impensable: que Fidel no tenía nada que ver con esos criminales porque él había derrocado al tirano corrupto Fulgencio Batista, mientras que Pinochet había destruido un gobierno democrático.
Eso es cierto, pero olvidan la naturaleza despótica del régimen instaurado por Fidel Castro y todo lo que vino después de la gloriosa revolución cubana (1966-1968). Es volver una vez más a la confusión del antifascismo de los años 30 (antes del pacto alemán-soviético de 1939- 1941) y de 1941-1945. Cuando mi querido profesor Alain Touranie escribe que ``el caso de Fidel Castro me parece muy distinto al de Pinochet, como el de Lenin fue muy diferente al de Mussolini'' (El Universal, Bucareli, domingo 17 de enero de 1999: 22), me siento obligado a venir a contradecir. No se trata solamente de una discusión intelectual. El régimen de Fidel Castro no da ninguna muestra de buscar una ``transición democrática'', el de Corea del Norte sigue temible y el régimen de Pekín mete toda su energía en la persecución de sus oponentes, en la destrucción de la nación tibetana y de los pueblos del Sinkiang.
Hay que comparar lo que es comparable. No se puede hablar de régimen comunista en general; cuando se habla de régimen político, eso cubre democracia, dictadura y régimen totalitario; hay regímenes totalitarios comunistas y regímenes autoritarios comunistas. Nikita Jruschov empezó a desmantelar el sistema totalitario y el proceso siguió discretamente hasta que Mijail Gorbachov le dio una conclusión decisiva. Pero sí, se puede comparar entre ellos los totalitarismos leninista, estalinista, maoísta y nazi. Se puede comparar el despotismo de la URSS después de 1963 al despotismo de la Italia fascista (antes de 1943).
Sin embargo, mis amigos se escandalizan y dicen que no se puede, que eso sería una blasfemia, que gracias a la Unión Soviética los nazis fueron derrotados. Es incontestable que la URSS contribuyó de manera decisiva a la victoria sobre el nazismo; eso no prohíbe la comparación entre su régimen en tiempo de José Stalin --continuador de Lenin-- y la Alemania de Adolfo Hitler.
La publicación, el año pasado, del Libro negro del comunismo, best seller tanto en francés como en español, provocó en Francia una polémica de una violencia excepcional, ligada a la fuerza del Partido Comunista entre 1945 y 1980, y también a la del mito revolucionario en los medios intelectuales. México y Francia se parecen mucho en este último punto y se nos olvida que, para citar a Marx, el culto del pasado (revolucionario o no) puede ser muy reaccionario.
Es lo que le pasa a Alain Touranie. Las relaciones sentimentales complejas que tenemos con nuestra revolución (francesa o mexicana) nos llevan a abrazar la causa de las otras revoluciones. La revolución rusa o cubana es también una repetición de nuestra revolución. Nuestra tradición nacional, enseñada por el Estado y la escuela, ha creado una gran receptividad al pensamiento, a la emoción, a la ideología revolucionaria, luego a la aceptación de la violencia, de la buena violencia revolucionaria.
Lenin, en nombre de su revolución, identificaba como Adolfo Hitler, sus enemigos a ``insectos dañinos, sanguijuelas, piojos, alacranes'' de los cuales había que ``limpiar la tierra rusa''. Y Lo hizo organizando terror y exterminio. ¿Cómo olvidar el argumento implacable repetido por Simone de Beauvoir en Por una moral de la ambigüedad, para justificar los crímenes estalinianos: ``Suprimir cien opositores no deja de ser escandaloso, pero tiene sentido, obedece a una razón (...) representa la parte necesaria de fracaso que comporta toda construcción positiva''.
Cuando a Panat Istrati le dijeron, en la Unión Soviética de Stalin, ``no se puede hacer tortilla de huevos sin romperlos'', él contestó: ``Veo los huevos rotos, no veo la tortilla''.