Olga Harmony
Oscura ventana

En mi artículo anterior me refería a un grupo de Baja California y me felicitaba por haber visto su espectáculo, dadas las dificultades de conocer lo que se hace en los estados de nuestro país. Y en el otro extremo del mismo, en Tehuantepec, Oaxaca, un joven teatrista explora de manera espléndida el teatro regional y consigue elevarlo a la categoría de universal. A Marco Petriz sí le hemos podido seguir la pista en algunas muestra nacionales. Primero nos entusiasmó con La llorona, leyenda istmeña en que exploraba la situación de dependencia de las mujeres y luego confirmó su talento con la narración de otro suceso de su región en La sombra del viento. La morosidad narrativa, la sucesión de escenas que culminarían en una tragedia, conforman un estilo muy propio que permitió a Petriz lograr una excelente Petición de mano, de Chejov, para el Programa de Teatro Escolar en los Estados, única vez que ha dirigido un texto que no es de su autoría.

Atendiendo a una invitación que me hizo, pude ver en Tehuantepec Oscura ventana, la última escenificación de Petriz y su grupo. Cabe aclarar que en esta ciudad oaxaqueña no existe edificio teatral, por lo que la utilización de otros espacios impele a que el público se mezcle con los actores, recorra habitaciones, atisbe a través de una ventana lo que ocurre en otro interior, consiguiendo una inmensa sensación de realismo que se acentúa por la cotidianidad de las escenas que se presentan, y al mismo tiempo Petriz logra espléndidas soluciones teatrales mediante un juego de sombras gracias a los efectos de la iluminación de Phillippe Amand. El espacio mismo es engañoso, porque en principio podría parecer que el diseño escénico se adecua a un lugar predeterminado y en realidad ocurre todo lo contrario. El patio desde donde presenciamos los dolorosos sucesos de esta obra ha sido reconstruido por Sergio Ruiz (el artista plástico de Tehuantepec cuyos diseños de vestuario y escenografía son bien conocidos en la capital) de acuerdo con la propuesta del director.

Oscura ventana es una obra de creación colectiva basada en un texto original de Petriz. Esto, que parece extraño, es otra pista del método de trabajo del grupo, a base de improvisaciones que los actores hacen sobre un texto dado y que el director va fijando en su versión final. Aquí se trata de un melodrama muy logrado que rebasa la temática istmeña y abarca mucho más allá, algo tan universal como es la violencia intrafamiliar producto de los celos y de un machismo que por desgracia no es propio solamente de los hombres -y las mujeres que a él se someten- de la región. La morosidad cotidiana de otros montajes del grupo aquí se convierte en un regreso, una y otra vez, a escenas de violencia in crescendo que son rotos por los momentos de alegría entre madre e hija, de tía y sobrina, o las expansiones amorosas del matrimonio. La brutalidad del final es el clímax de toda esta violencia y aun así Petriz se permite un remate ambiguo. La pequeña Sabina tira a la pileta a su osito de peluche, lo que puede ser interpretado como que ella misma es heredera del horror presenciado, pero en ese caso su ``ahogamiento'' del juguete hubiera sido más rudo. O bien, y esa es mi lectura, como un simbolismo del final de la inocencia, el término de la infancia.

A pesar del tono melodramático (y no entiendo en qué otro tono se podría encarar esta historia) los personajes tienen matices, lo que es bien aprovechado por los excelentes actores del elenco, mejor, como suele ocurrir, por las tres mujeres que por el único actor, Francisco Betanzos, como Pedro, que de todas maneras está muy bien. Se distinguen en sus matices, porque así lo permiten sus personajes, Gabriela Martínez como Eva y la niña Karla Cabrera como Sabina. Amorita Rasgado, alegre y desafiante como Esther y Adamelia García como Magdalena completan un cuadro actoral que asombra, además, por su estupenda concentración al actuar escenas, todas difíciles, entre un público expectante que se confunde con ellos.

Marco Petriz es, por derecho propio, uno de los jóvenes talentos de la escena mexicana. Sus soluciones de tiempo y espacio son excelentes; destaco el juego de las hamacas en el único momento en que el público accede al dormitorio conyugal y que por el simple recurso de que Sabina pase a otra habitación apenas atisbada, se convierte en la habitación de los adúlteros. Están las sombras proyectadas del acto amoroso o del ahorcado, están las escenas de violencia (asesoradas por un gimnasio local) y la capacidad de los actores para transitar de inmediato a otras escenas. Está, sobre todo, una peculiar apuesta escénica que hunde sus raíces en lo regional, pero que no pierde de vista los valores estéticos al tiempo que intenta provocar en buena lid y ser eminentemente propositiva.