Abraham Nuncio
Evangelio sin praxis

Hoy es hace 20 años. Viene el Papa a México. La Iglesia católica y la mayoría de los medios se encargan de crear el clima de expectación. La figura de Juan Pablo II encarna el énfasis. Sus gestos, sus ademanes, sus palabras, las enormes multitudes que las escuchan --o que no las escuchan--, la lluvia de apuntes biográficos y de erudición infinita sobre sus papales hábitos cotidianos, que incluyen lo que come y bebe en la mañana, la tarde y la noche. Todo aquello que se conoce como el culto a la personalidad. Las pocas, muy contadas explicaciones sobre lo que ha sido su papado para la historia de las dos últimas décadas del siglo son prácticamente sepultadas por la fuerza encomiástica del evento.

La memoria de las prédicas de Juan Pablo II pronto se diluye, excepto en aquellas cuestiones que importan a los defensores del status quo. Para la muchedumbre consumidora de estrellas queda sólo la imagen y la sensación de su presencia. El pensamiento mítico, que no el religioso, se atiene a lo que el jefe de la Iglesia católica difunde: la esperanza de mejores condiciones de vida espiritual y material. ¿Fincada en qué? En sus llamados a hacer efectiva la igualdad de los hombres (todos son hijos de Dios, aunque no todos sean objeto de los privilegios que el mismo Papa dispensa a los ricos), en el respeto a la dignidad humana, en el fortalecimiento de la fe y la oración.

La jerarquía católica se queda con tres subrayados: el rechazo a la teología de la liberación, el repudio a los métodos anticonceptivos y al aborto, y la ubicación supuestamente equidistante del capitalismo y el socialismo: el cristianismo.

Si la de 1999 fuera la primera vez que el Papa viniese a México, la esperanza tendría esperanza. Pero en estos veinte años, lo predicado por Juan Pablo II no sólo no ganó realidad, sino que la perdió y de manera brutal. La desigualdad ha crecido, el respeto a la dignidad humana se ha deslavado, la fe y la oración se han vaciado de sentido ajenas como las enseña la Iglesia de la praxis diaria. Quien quiera saber cuál es mi religión --decía Gandhi-- la encontrará en mis actos cotidianos.

En el ámbito católico esos actos cotidianos o bien dejan de lado el espíritu cristiano y sus valores --solidaridad, caridad, tolerancia, piedad, compromiso con los requerimientos de los necesitados, preeminencia de lo espiritual sobre lo material--, o bien lo convierten en un mero ritual.

Los presidentes de la República, la abrumadora mayoría de los gobernadores, diputados y senadores, jueces y magistrados, dueños de los medios de comunicación, banqueros, empresarios, militares, líderes sociales, espirituales y políticos; en fin, los integrantes de la élite que conduce los destinos del país son católicos. Pero en estos veinte años no actuaron de manera cristiana. Si lo hubieran hecho así, Juan Pablo se hubiera encontrado con un país mejor que el que visitó por primera vez. El hecho es que lo encontró en peores condiciones.

¿Ocurrió que las prédicas del Papa les entraron por un oído y les salieron por otro? En parte sí. Pero también porque han contado con la venia de la Iglesia católica y la política del Vaticano conducida por el propio Papa.

Los tres males más grandes que hoy padece la humanidad son la desigualdad entre unos países y otros y entre el sector minoritario de la población de estos países y la mayoría, la pobreza resultante y la exclusión del pueblo y de los pueblos de las decisiones políticas nacionales y de carácter internacional.

Esos males se agravaron con lo que se ha dado en llamar la unipolaridad después del colapso del bloque soviético. Juan Pablo II jugó un papel destacado en socavarlo con el favor de ``Dios y Reagan'', como dice el vaticanista Marc-Eric Gervais. Identificando al socialismo con el demonio, su lucha contra este sistema fue frontal.

Juan Pablo II ha condenado al neoliberalismo salvaje. Pero hay que decir que él fue, en buena medida, la ocasión de lo mismo que hoy acusa. Enrique Maza con su agudeza habitual señala: ``El Papa distingue: `La iglesia condenó el socialismo y se distanció de la ideología capitalista, a la que hizo responsable de grandes injusticias sociales'. Pero no la condenó ni rompió con ella como hizo con el comunismo''. Ni lo hará. La Iglesia católica estará siempre con el poder, y no con cualquiera sino con el poder dominante. De aquí su ausencia orgánica de praxis cristiana.

Hoy es dentro de veinte años. Quizás otro Papa visite México con el consecuente fenómeno de masas consumidoras de ídolos. Los cambios en favor del pueblo, si los hay, no se deberán a la estructura institucional de la Iglesia católica. Acaso, sí, y en confluencia con otros, a movimientos disidentes en su seno como ha ocurrido en el pasado y ocurre hoy.