La Jornada Semanal, 7 de febrero de 1999



Leonardo Meraz

crónica

Junto a Don Goyo

Leonardo Meraz es maestro en conservación arquitectónica por la Universidad de York, donde inició la investigación próxima a publicarse bajo el título de Conservación arquitectónica y arqueología urbana. Aquí, el autor de La reutilización y el diseño, quien es también profesor del Departamento de Síntesis Creativa en la UAM, nos habla de Calpan, uno de los tantos pueblos aledaños al Popo y amenazados por sus recientes fumarolas, del que hace un recorrido arqueológico.

Hacia mediados del año pasado se cumplió el primer aniversario del día en el que los habitantes de la ciudad de México recibimos un baño de cenizas provenientes del Popocatépetl, volcán cariñosamente nombrado Don Goyo por los habitantes de la región inmediata donde se sitúa. Este baño de ceniza causó algunas molestias a los sorprendidos habitantes pero, sobre todo, puso de manifiesto el peligro, por su cercanía, al que estamos sujetos en caso de que el volcán produjese una gran explosión.

Este baño de cenizas sobre la ciudad de México tuvo un carácter excepcional dado que, por la forma del cráter del Popo, se trata de un cono en diagonal que desciende hacia el valle de Puebla, por lo que el baño de cenizas generalmente va en esa dirección. Sin embargo, tal lluvia de cenizas llevada por los vientos nos permite suponer que, de producirse una erupción de considerable magnitud, la ciudad de México podría ser gravemente afectada, o por lo menos parte de su gran mancha urbana. Por otro lado, es muy difícil predecir cuál será el comportamiento de esta enorme montaña, y tal desconocimiento nos produce un leve alivio. Lo cierto es que incluso desde un buen tiempo anterior al baño de ceniza sobre nuestra ciudad, la gran montaña humeante ha tenido una continua actividad. El 29 de noviembre se registró una explosión que causó una fumarola de ceniza de cuatro mil metros y el consiguiente temor de los habitantes de las zonas más cercanas al volcán.

Debido a estos lapsos de actividad y calma esta montaña ha generado, desde tiempos prehispánicos, una actitud especial entre los habitantes de sus laderas. Tal actitud se manifiesta, por una parte, en un sentimiento de temor hacia su enorme fuerza, presente siempre a través de sus gigantescas fumarolas y sus explosiones, y por otra parte, en gratitud por la fertilidad de la tierra que ocasiona, precisamente, los baños de ceniza. Recordemos que un rasgo distintivo de las culturas antiguas de México, y para el caso del mundo, es el respeto y la veneración por la naturaleza. No en vano el Popocatépetl adquiriría también un nombre cristiano: Don Gregorio, lo cual denota una relación más personal entre el volcán y los habitantes de sus cercanías.

La portentosa fuerza de un volcán en erupción ha sido motivo de profundas reflexiones sobre la vulnerabilidad y pequeñez humana frente al gran poder de la naturaleza. La admiración por los fenómenos tectónicos ha dado muchos frutos en el campo del arte y de la ciencia en distintas épocas: recordemos el caso del Vesubio cuya explosión causó la destrucción de Pompeya y Herculano. Son innumerables los textos y las pinturas producidas desde el siglo XVIII en relación a este dramático episodio, por no mencionar la importancia que tuvo desde entonces el descubrimiento de esta ciudad enterrada para el desarrollo de la arqueología. Esta fascinación romántica por el volcán y la ciudad en ruinas (pensemos en la famosa novela decimonónica Los últimos días de Pompeya del escritor Bulwer Lytton, tantas veces llevada al cine y a la televisión) continúa vigente en autores como Susan Sontag, quién recreó la historia de un caballero inglés del siglo XVIII y su relación con el Vesubio en su reciente novela El amante del volcán. O Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, en la que justamente hace alusión tanto al Popocatépetl como al Iztaccíhuatl, que sirven de fondo a su ácida historia sobre otro caballero inglés.

Siendo nuestro continente pródigo en grandes zonas volcánicas, tenemos ejemplos sobresalientes de ruinas producidas por la acción sísmica. Piénsese en la ciudad barroca de Antigua en Guatemala, o bien en la zona arqueológica de Cuicuilco en nuestra ciudad, que ha sido objeto de enconadas polémicas por la construcción de un enorme complejo comercial dentro de su área (desgraciadamente la discusión no ha puesto de manifiesto que un gran porcentaje de esta zona ya ha sido afectada por nuevas construcciones, y que lo que actualmente ha sido liberado de la capa volcánica no representa más que un bajo porcentaje de su superficie original).

En contraste con la situación en el área de Cuicuilco, tenemos que la región vulnerable a los efectos de una posible erupción del Popocatépetl presenta un buen número de importantes sitios patrimoniales, tanto urbanos como naturales. ƒstos no solo abarcan ciudades como Atlixco o Cholula, con un legado monumental considerable, sino también un gran número de pequeños pueblos donde la tradición ha mantenido tanto costumbres como monumentos que estarían en peligro de desaparecer.

Tal es el caso de Calpan, población situada en las faldas del Iztaccíhuatl que, sin embargo, tiene una mayor relación histórica y paisajística con el Popo. Calpan se deriva del náhuatl y significa caserío blanco. Se cree que antes de la conquista europea en este sitio habitaba un grupo independiente de las fuertes ciudades vecinas, tales como Huejotzingo y Cholula. No hay registros arqueológicos del periodo prehispánico, pero la tradición oral y algunas fuentes escritas de la conquista lo mencionan. Del período virreinal existen dos monumentos de importancia: el más antiguo es el monasterio franciscano dedicado al santo patrono del pueblo, San Andrés, y data del siglo XVI; este monasterio contiene cuatro magníficas capillas posas que, por su rica ornamentación en piedra, destacan en su género; el segundo monumento virreinal es la iglesia parroquial la cual tiene un valor histórico mayor que sus atributos arquitectónicos.

Otra característica especial de esta población es su disposición urbana, la cual puede tener un origen prehispánico aunque, ciertamente, se ha mantenido con pocos cambios desde el siglo XVI. En Calpan encontramos una manzana tipo en la que predomina el espacio de cultivo con pocas construcciones en adobe; estas manzanas-huertos tienen un tamaño generoso y se sitúan entre colinas bajas y una gran barranca; el terreno sobre el que se asientan tiene una leve pendiente, descendiendo en dirección del valle de Puebla, que era utilizada sabiamente para distribuir el agua que mantenía verdes los huertos todo el año. Existe todavía una división de barrios cuyos nombres combinan el náhuatl con nombres de santos, tales como San Miguel Tlanáhuac o San Francisco Atlimeyaya.

Ahora bien, esta descripción que se antoja sugerente no es fácil de percibir en una cortavista. En efecto, Calpan tiene una fama de rincón perdido donde el tiempo pareciera no pasar. En parte su historia y características urbanas dan cuenta de este hecho; sus manzanas-huertos hacen de este pueblo un asentamiento muy extendido y, aparentemente, poco poblado. Por otra parte, su aislamiento es real, tan sólo hace unos cuantos años que el pueblo está unido al sistema de carreteras al haber asfaltado el antiguo camino real que lo une con Huejotzingo, la población importante más cercana. Los cambios de su fisonomía son lentos: si llega en la estación seca, Calpan pareciera ser la materialización exacta de Comala, el mítico pueblo creado por Rulfo que se antoja más como un estado de ánimo que como un lugar. Rulfo mismo visitó Calpan en alguna ocasión, existen buenas fotografías tomadas por él. ¿Habrá influido Calpan en la imaginación de este autor? No sería remoto.

El aspecto desolado de Calpan, acentuado por la estación seca, tiene su contraparte de verdor y vitalidad durante la estación lluviosa, cuando las manzanas se convierten en floridos huertos. Otro aspecto que impresiona en Calpan es la presencia de los volcanes, sobre todo cuando están nevados, especialmente el Popocatépetl. Por su situación, esta montaña es más visible que el Iztaccíhuatl y el pueblo recibe grandes cantidades de sus cenizas. Es realmente admirable, y hasta conmovedor, percatarse de la familiaridad con que la gente del pueblo se refiere a Don Goyo y los efectos que este otro habitante del pueblo tiene sobre sus vidas, sus cosechas y sus animales. Porque no sólo la apariencia del pueblo es rulfiana, de alguna manera el comportamiento y la forma de expresarse de sus habitantes recuerdan en mucho ese carácter fatalista y perdido de los personajes de este autor. En Calpan se sigue una vida organizada por el ritmo de las cosechas y las tradiciones. Este es el otro aspecto de riqueza patrimonial aún existente en tantos pueblos de esa región, pero en Calpan adquiere un especial sentido pues se complementa con su arquitectura y su paisaje. Calpan se encuentra en la zona de alto riesgo del Popocatépetl, y así ha sido por más de quinientos años. En este pueblo la presencia del peligro volcánico es común y por ello la relación de sus habitantes con la montaña es personal y respetuosa.

Quizá aquella decimonónica teoría que propone que el medio ambiente forja el carácter de la gente no sea totalmente científica, pero la presencia de un volcán activo de la talla de Don Goyo no es para subestimarse, y en el caso de Calpan, esta montaña es un perpetuo recordatorio de que la vida es pasajera. A la vez, las aguas y cenizas del volcán son fuente de vida para Calpan y muchos otros pueblos de la región.