n Más de 2 mil adolescentes laboran jornadas de hasta doce horas al día


Un ejército de niños, la fuerza de arrastre en la Central de Abasto

n Los diableros movilizan al año un millón 800 mil toneladas en el mercado más grande de AL

Gabriela Romero Sánchez n Más de 2 mil niños y adolescentes que trabajan en la Central de Abasto de la ciudad de México se han convertido en la principal "fuerza de arrastre" del mercado más grande de América Latina. En jornadas de hasta doce horas, que inician a las tres de la mañana y finalizan después de las tres de la tarde, cada uno de estos menores moviliza 2.5 toneladas de los productos perecederos que a diario llegan procedentes del interior del país.

En conjunto, este "ejército" de menores arrastra al año un cargamento que se eleva a un millón 800 mil toneladas. Ellos son el reflejo del peso de una crisis económica que exige a cuando menos tres miembros de una familia trabajar para completar un ingreso remunerador que les permita cubrir sus necesidades más elementales.

Muchos todavía no han concluido su primera década de vida cuando se ven obligados a integrarse al mercado laboral en condiciones de explotación y riesgo para su desarrollo físico e intelectual. Algunos ni siquiera sobrepasan el metro y medio de estatura, por lo que el diablito en ocasiones los cubre. No pesan más de 50 kilos cuando empiezan a ofrecer a bodegueros o amas de casas su ayuda como cargadores, a cambio de unas cuantas monedas que les permitan subsistir a ellos y contribuir al gasto familiar.

Desde la madrugada, cientos de infantes, provenientes de las zonas más pobres del Distrito Federal y área metropolitana, dejan la calidez de su cama y, sin nada en su estómago, salen a la calle para iniciar su periplo a la Central; de aventón, en pesero, en camión o en bicicleta. Otros prefieren salir una hora antes y caminar un par de kilómetros con tal de ahorrarse algunos pesos, o de plano duermen en el mercado.

En el traslado requieren cuando menos una hora y de una erogación que puede oscilar de los diez a quince pesos diarios. "Vengo desde Valle de Chalco", responde Israel, de 12 años, quien tiene que salir a la una y media para llegar más o menos a las tres de la mañana. Mientras que José Alfredo, de 14, opta por caminar desde el Eje 6.

Son tantos los niños y adolescentes que se dedican a arrastrar sobre los diablos más de diez bultos o cajas con verduras o frutas, que el diablero infantil se ha convertido en una figura común en la Central, que ya no genera ningún sentimiento. Y quienes llegan a sentir remordimientos al verlos cargar sobre sus frágiles hombros los pesados bultos o jalar el diablito lleno de cajones, se consuelan diciendo: "Es la necesidad".

Quienes les alquilan los diablos por siete pesos diarios aducen: "Ayudan a mantener a su casa" y, para exculparse, como requisito les piden un permiso por escrito firmado por su papá o su mamá.

Y aunque legalmente el trabajo infantil no se permite, todos los menores que trabajan en la Central de Abasto como diableros cuentan con una credencial igual a la que se les pide a los adultos, que les cuesta 30 pesos, aparte del pago de una placa ųsimilar a la de los autosų que debe portar el respectivo diablito.

Parece irónico que en los albores del tercer milenio prevalezcan las mismas condiciones laborales a las soportadas por los niños durante el siglo XIX en los talleres y fábricas británicos, o a los vendedores ambulantes que había en México en esa época.

Apenas van a dar las cinco de la mañana. Israel lleva ya dos horas de deambular entre los pasillos de la Central arrastrando su diablito. Sigue con la mirada la llegada de los camiones de carga, en espera de que alguien le llame. Su rostro refleja desesperación, pues no le ha caído ningún cliente

"Va a ser un mal día", vaticina entre dientes Israel. A pesar del frío de la madrugada que cala hasta los huesos, el pequeño de sólo 12 años apenas cubre su delgado cuerpo con un ligero suéter de acrilán, y debajo de éste lleva una camiseta. Un pantalón de mezclilla y unos tenis desgastados completan su vestimenta, parecida a la de otros diableros.

Una gran parte de estos niños ha dejado su pueblo, a su familia, para venir a la gran ciudad en busca de un empleo, por lo que al carecer de un lugar dónde dormir, no tienen más remedio que quedarse en alguna de las frías bodegas donde se guardan los diablitos.

Cualquier rincón es bueno para tender sobre el piso de concreto un par de cartones o periódicos. "Donde sacó el diablito, el señor me deja quedarme. Ahí tengo unas cobijas", señala Ernesto, de 11 años, originario de Oaxaca.

Ante la falta de descanso y de alimentos es frecuente verlos a media mañana ųcuando el ritmo de trabajo baja un pocoų recargados sobre la carretilla, cabeceando.

Al llegar a la Central los niños se dirigen a alguna de las más de 30 cooperativas ųla mayoría ligadas a la CNOPų en donde por siete pesos diarios les alquilan el diablito. Aunque la renta puede oscilar entre los seis y ocho pesos, dependiendo de la zona en que se encuentre la bodega. Por ejemplo, en los pasillos de frutas y legumbres aquélla es menor.

"Para rentarles el diablito deben traer una carta de consentimiento de sus padres y un comprobante de domicilio", defiende Pedro, encargado de una de las cooperativas.

Su peregrinar por los pasillos, por las zonas de carga y descarga, es continuo. Con grandes esfuerzos bajan de los camiones cada uno de los huacales o cajones de madera con fruta, legumbre o verdura, para ponerlos sobre su diablito, formando dos hileras que amarran con mecates. Dependiendo del peso de su carga, de si ésta no les quita visibilidad, así como de su fuerza física, cada uno se las ingenia. Unos prefieren colocarse frente al diablito y jalarlo; otros, lo empujan.

En su trayecto deben esquivar no sólo a los otros diableros, sino también a la gente que va a comprar. Deben controlar la carretilla al llegar a las rampas, para evitar que la velocidad les haga perder el equilibrio, haciendo que la mercancía se caiga al suelo. šPobres de ellos si esto sucede!, ya que deberán pagarla si ésta se maguya o maltrata.

A pesar de estar conscientes que se exponen a sufrir un desgarre, una fractura o que se les forme una hernia, pocos usan una faja alrededor de su cintura. "Cuando empecé a trabajar en esto no la usaba; un día cargué muchas cajas y se me rompió la cintura", recuerda Juan, diablero de 13 años.

Por ayudar a alguna ama de casa con su mandado reciben diez pesos, aunque esto depende de la voluntad del cliente. Mientras que por descargar un camión pueden ganar de 60 a 70 pesos. Estiman que en un "buen día" sus ganancias rondarán los cien o 150 pesos. En uno regular de 80 a cien.

Los pequeños suelen permanecer sin tomar alimentos hasta las diez u once de la mañana, que es cuando comen una torta o un tamal, acompañado de atole de un peso.

De acuerdo al censo que levantó la Dirección de Normatividad Comercial de la propia Central de Abasto, el año pasado se identificó a casi 700 diableros, todos varones. De ellos, 300 no llegan a los 16 años, y 30 tienen menos de 14. Aunque extraoficialmente la Asamblea Legislativa (ALDF) maneja más de 2 mil.

La presidenta de la Comisión de Atención a Grupos Vulnerables de la ALDF, María Angélica Luna Parra, define a la Central como la principal generadora de empleos para los niños más desfavorecidos, los mismos con quienes se podría hacer un plano de la pobreza que hay en el país. Por su parte, el diputado local del PRD, Víctor Sánchez Camacho, señala que para hacer que la ley se cumpla, "mandaríamos a muchísimas familias a más pobreza y a los niños a morirse de hambre". Por lo que, indicó, la ALDF buscará mecanismos para protegerlos y sancionar a quienes los emplean en trabajos pesados que no van acorde ni con su edad ni con su desarrollo físico.