Las historias sobre de Jorge Luis Borges se multiplican ahora que se acerca el centenario de su nacimiento. Debe haber un porcentaje importante de relatos que las personas inventan para ganar un poco de prestigio o nada más por el placer, nada desdeñable, de inventarse una historia. Esta, por ejemplo, debe ser verdad: un individuo que asistió a la última firma de libros que el escritor hizo en Buenos Aires, cuenta que éste, que ya no veía, antes de firmar cualquier ejemplar le preguntaba el título al dueño, para escribirle algo alusivo, o quizá nada más para enterarse de cómo y que tanto circulaban sus libros.
El que cuenta esta historia que probablemente es verdad, le dio al maestro un ejemplar de La historia universal de la infamia; antes de firmarlo Borges le dijo: ``cuando escribí este libro no sabía lo que era infamia''. Sin duda también debe ser verdad aquella historia de Borges paseando por Manhattan del brazo de una mujer que le había gustado. Esta mujer, que lo admiraba mucho, lo trajo de arriba a abajo por toda la ciudad e incluso, a petición de él, dicen los que cuentan esta historia, lograron escaparse del séquito de académicos que hacía el tour con ellos. Borges, que era ciego, sabía que venía del brazo de una mujer bella, seguramente porque la belleza tiene mucho de olor, de voz y de temperatura.
A determinada altura, frente al Hudson, dicen los que narran la historia, que por cierto ya no venían con ellos, Borges le comunicó a su acompañante que estaba sintiendo la urgencia de escribir un poema. La mujer comenzó a anotar las líneas que iban saliendo con una precisión inaudita de la boca del escritor. Cuando terminó se lo leyó completo y Borges le pidió que corrigiera tal palabra en tal línea, dos correcciones pequeñas, casi nada.
La mujer no podía creer su suerte, como tampoco hubiera creído en ese momento que el dictado del escritor no era más que una estrategia para estar cerca de ella, ni que esas líneas salían con una precisión insólita porque se trataba de un poema que Borges había escrito y publicado años antes. Doble homenaje para aquella mujer de olor, voz y temperatura irresistibles: Borges no sólo le dictó un poema, también inventó que lo dictaba nada más para estar cerca de ella.
Hace unos días el diario El País publicó una nota en la que trataba de establecerse la relación de Borges con los números 9 y 3. La relación está poco clara pero funciona como una brevísima biografía tangencial del escritor: fue un niño ochomesino que nació en el octavo mes de 1899. Vivió en la calle Maipú 994 en Buenos Aires. Su madre murió a los 99 años. Fani, la mucama, se murió luego de 39 años al servicio de los Borges. La última vez que comió en Buenos Aires fue en un restaurante que tenía el número 963 y a partir de entonces pasaron 199 días hasta el día de su muerte en Ginebra. Cuando firmó el ejemplar de La historia universal... fue el mismo día que comió y estuvo por última vez en Buenos Aires. Ese día, cuentan los que cuentan sus historias, dijo varias veces que de ese viaje a Ginebra no iba a regresar nunca.
Fani, la mucama, reveló una historia de primera mano. Borges durmió durante toda su vida (suponemos que descontando la cuna y el moisés) en una cama individual con cabecera de bronce. En la habitación había un cuadro de su madre, dos libreros y un caballito de bronce (no faltará quien cuente la historia de que al caballito lo fundieron con lo que sobró de bronce de la cabecera). Ya cuando estaban a punto de salir para el aeropuerto, a tomar el avión que los llevaría, a él y a María Kodama, a Ginebra, cuenta Fani que Borges se tiró en su cama y se agarró de los barrotes de la cabecera para que nadie pudiera llevárselo de Buenos Aires y para gritar más a sus anchas:
``¡Yo no me quiero ir; si me voy me muero por allá!''