Yvon Le Bot
Maurice Najman

En París, sabía hace años de Maurice Najman pero no nos movíamos en los mismos círculos. Fueron México y los zapatistas los que nos llevaron a encontrarnos, cuando el Encuentro Intergaláctico. Nos caímos bien de inmediato, Maurice, mi hija y yo. Cuando, ya en el DF, le ofrecí regresar a Chiapas conmigo y participar en las entrevistas para el libro El sueño zapatista, la idea lo entusiasmó enseguida. Era maravilloso compañero de viaje. Con él, las largas horas de espera en La Realidad se disolvían en grandes carcajadas, cuando no se entretenía en compartir con los jóvenes del ``campamento de paz'' su conocimiento de los movimientos revolucionarios. Nuestras pláticas con Marcos, Moisés y Tacho llevan la huella de ese saber, de su experiencia de militante, su crítica a los ``socialismos reales'', sus esperanzas, su generosidad y su optimismo.

En los últimos meses, se percibía cierta ansiedad en las palabras de Maurice. Pero no cedía. Habría en él, igual que en su madre, sobreviviente de Auschwitz, una energía que desafiaba la muerte.

Después de la masacre de Acteal fue Maurice quien, entre las fiestas navideñas y el fin de año, logró movilizar en Francia a sindicalistas, artistas, políticos, simpatizantes zapatistas de todo tipo. Lo veo con su megáfono, en la calle frente a la embajada de México. Escucho su voz cavernosa, marcada por el cansancio. Le gustaban esos ambientes. Para ese veterano del movimiento estudiantil francés, como para muchos de nosotros, el movimiento zapatista también era un eco lejano del 68.