En la historia de la globalización, los espacios son abolidos por dilatación. Los espacios son sin fin, es decir, sin sentido; pasadizos que conducen a otros pasadizos que se bifurcan incesantemente en laberintos sin fin, en los cuales se busca quién es quién y quién el amo de los secretos de otros; en perpetua mutación de percepciones poco fiables, enmarañadas en una sucesión de máscaras y disfraces que pretenden abolir el tiempo fijo en la conquista de una identidad fija, en que abolir el tiempo es encontrar el enlace entre la impresión huidiza y fugaz del ahora mismo y el recuerdo de una huella imagen y la experiencia del tiempo ilusoriamente recobrado.
Desmentida freudiana, abolición en el adentro con el forzoso retorno desde el afuera, construcción delirante en un desesperado intento de recomposición de un mundo resquebrajado, intento de apresar la imagen en el espejo que no refleja más que una alucinación negativa. Intento de superar el dolor de perder la identidad y dejar de ser uno mismo incesantemente.
Los líderes, en este escenario, están condenados porque no pueden ser lo que decían ser. Condena que va más allá, mucho más que las sentencias judiciales, veredicto otorgado desde el juicio de condenación -verurteilung freudiano- transformación de la negación que lleva implícita la contradicción inherente al juicio mismo, negación sucesora de la expulsión. Secretos sin fin, que anticipándose a otros secretos tienden a querer hacer emerger un sentido.
La palabra que se pierde, se muere y lo que intenta vivir es un ajustamiento repetitivo e indagador, detrás del cual rápidamente se adivina otro ajustamiento que abre paso a un sentido, en laberínticos desplazamientos de sinsentidos de doble faz que se interrumpen bajo la presión del mismo ajustamiento y sólo se puede expresar por la compulsión a la repetición de esa búsqueda interminable.
Repetición tras la que se oculta el silencioso trabajo, del instinto de muerte freudiano. Encuentro con la mismidad en la que el secreto sirve de disfraz a la muerte. Juego de poder, que en palabras de Elias Canetti representa el anhelo de invulnerabilidad, donde el paranoico y el poderoso son uno y lo mismo, afán de invulnerabilidad y manía de sobrevivir. Detrás de cada paranoia, como detrás de cada poder, se halla la misma tendencia profunda: el deseo de barrer a otros del camino para ser el único o, en la forma más atenuada y admitida a menudo, el deseo de servirse de los demás para que con su ayuda (o con su muerte) uno llegue a ser el único.
Referencia a la res publica, cosa, pragma ``-categoría gramatical de la que el derecho romano hace uso para maniobrar cualquiera de las clasificaciones de la ley- referencia al vacío que se transmite, el del origen, con el carácter mítico en su construcción; vacío original que nos hace cautivos. Asunto de creencia y adeudo con el principio de razón clasificatorio. Urteil freudiano, representación-cosa.
Duelo sin término en que el lenguaje en lo que hace creer, lo que introduce, es la experiencia de la mente que toma a la muerte como tal y no es más que una ilusión. Pasadizos que conducen a otros pasadizos que disuelven el sentido asegurado de la vida que da, ilusoriamente, el poder y constituyen la creencia que acaba en decepción.
Así, algunos líderes son condenados o no por el juez porque no pueden ser lo que creían ser, juzgados desde el Urteil, desde el doble juicio que es simultáneamente juicio de atribución y juicio de inexistencia.