Dice Gabriel Zaid que ``adueñarse de la verdad facilita adueñarse de todo lo demás'' y el actual conflicto en la Universidad Iberoamericana (UIA) --cuyo lema es La verdad nos hará libres-- es una muestra de ello. El 1¡ de febrero estalló una huelga, lo cual es extraño en estos tiempos de neoliberalismo, donde ese recurso ha sido anulado, sobre todo en el sindicalismo responsable y democrático, como el que existe en la UIA.
El problema de fondo del conflicto no es el aumento salarial, que las autoridades negaron de entrada y condicionaron, sino una suerte de reconversión salvaje del actual modelo de universidad, en cuyo objetivo central se atraviesa el sindicato como el fantasma a destruir.
El litigio en la UIA es importante por varias razones: se trata de una de las obras más importantes de la Compañía de Jesús en México. Esta universidad se ha distinguido de otras por su perfil humanista que busca no sólo una excelencia académica, sino la formación de universitarios con una visión del mundo apegada a valores de justicia y libertad; los jesuitas han optado, entre otras cosas, por una valiente defensa de los derechos humanos, entre los que se encuentran los derechos laborales. Todo lo anterior ha permitido que la UIA sea una de las pocas universidades privadas en las que se ha desarrollado un sindicato democrático que, lejos de ser una carga rígida para la institución, ha contribuido a ser un instrumento de beneficio colectivo y, al mismo tiempo, ha probado que puede haber compatibilidad entre las necesidades de modernidad y eficiencia y la defensa gremial de los derechos laborales.
El enfoque del actual rector de la UIA, una persona que llegó de fuera sin conocer a la institución, plantea una serie de cambios que no está dispuesto a consensar con la comunidad universitaria, sino que los quiere imponer de forma vertical: a) primero se hizo una reforma de los órganos de gobierno y se creó un nuevo estatuto orgánico; b) luego en ese molde, ahora se quiere hacer una reforma académica para que el sindicato, supuestamente, no se meta en asuntos académicos; c) y para lograrlo, plantea hacer una ampliación gigantesca de los puestos de confianza, casi al nivel de suprimir el personal de base y sindicalizado. Pero, en todo este recorrido hay una serie de falacias que es necesario aclarar: se incluye en el ámbito académico la permanencia y el retiro, que no son otra cosa que la estabilidad en el empleo y el despido, materias eminentemente laborales. El sindicato de la UIA no tiene ninguna injerencia en el ámbito académico (ingreso, promoción, evaluación) y nunca la ha tenido, y para muestra se puede ver un ejemplo del Contrato Colectivo que dice: ``El personal académico de tiempo completo y de medio tiempo será contratado por la Universidad en forma directa y de acuerdo a los requisitos establecidos en el Reglamento de Personal Académico''. Además, se piensa incorrectamente que la pertenencia a los órganos colegiados debe ser sólo con personal de confianza; lo cual establece una disyuntiva absurda entre ser académico y sindicalizado, como si se tratara de una contradicción. El sindicato de la UIA no padece problemas de rigidez que obstaculicen los cambios institucionales, por ejemplo, el 85 por ciento del personal académico está contratado por honorarios. Por todo lo anterior, resulta incomprensible la campaña publicitaria que en estos días se ha montado para envolver el conflicto en un falso ropaje y distorsionarlo.
En la UIA hoy están en juego varias cosas de fondo: la redefinición de lo que quiere ser una universidad de jesuitas en el momento actual del país, en donde la lógica del mercado lleva a sacrificar la identidad y el ideario de las instituciones, a cambio de soluciones fáciles que se imponen de forma salvaje; si el derecho de asociación es compatible con un proyecto universitario moderno, como lo ha sido hasta la fecha; y la congruencia de la Compañía de Jesús en la defensa de los derechos humanos y laborales. Los cambios de reglas en las instituciones necesitan de consensos y de respeto, y más en un espacio universitario; sin embargo, hasta ahora ha predominado el menosprecio y la imposición.