Dijo Alfonso Reyes que ``es propio de las ideas fecundas crecer solas, ir más allá de la intención del que las concibe, y alcanzar a veces desarrollos inesperados''. Parece cierto que hoy existe una carencia enorme de ideas con respecto a lo que ocurre en el mundo, ideas con las cuales poder ofrecer simplemente un poco más de seguridad en la vida cotidiana de poblaciones que tienden a hacerse cada vez más heterogéneas y más débiles tanto entre países distintos como dentro de ellos mismos.
El concepto de la globalización opera como un disfraz para, de modo paradójico, presentar por pedazos lo que está ocurriendo. Así, se presta una gran atención a las condiciones en que operan los mercados financieros internacionales, se intenta ordenar las reglas para acrecentar la rentabilidad de las inversiones directas y se fomenta la remoción de los obstáculos al comercio. El énfasis está puesto en la estabilidad de las monedas y en la prevención de episodios de crisis que tienen costos muy grandes. Prácticamente el único recurso, si no el único que se ofrece para mantener la precaria situación bajo control, es la disciplina fiscal y la coherencia de las políticas económicas. Y mientras esto ocurre con crecientes dificultades, sobre todo para esos a quienes se llama países emergentes, ocupan lugares separados la consideración del debilitamiento de los salarios reales, la fragilidad de los sistemas bancarios y la creciente ola de fusiones entre las empresas más grandes del mundo. Así, por pedazos, cada uno de los elementos de la globalidad se mantiene aislado y no es fácil ponerlos juntos para advertir lo limitado que puede ser el alcance de la manera en que se impone la gestión de la economía mundial.
En Davós se pueden oír las explicaciones de las virtudes de la gestión económica en países como México, y también las advertencias del secretario del Tesoro de Estados Unidos sobre la necesidad de mantener políticas económicas ``sanas'' para evitar el surgimiento de desequilibrios que provoquen ajustes costosos, que puedan ser fuentes de contagios. Los problemas de la globalidad tienen expresiones distintas y los reunidos en el Foro Económico Mundial pueden preocuparse por cuestiones como el insomnio o los efectos que produce el cambio de horas durante los viajes transcontinentales. Pero tal vez no hay suficiente ironía para seguir armando un discurso sobre una situación en la que las repercusiones de la globalidad pueden ser no sólo desiguales sino hasta perversas y, sobre todo, cuando este proceso se conforma de modo tal que una enorme parte del mundo queda fuera de su alcance.
La globalización puede ser el tema de fuertes debates o sesudas consideraciones ya sea en La Habana o en Davós, es motivo del trabajo de organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, es el objeto de trabajo de los operadores de los fondos de inversión en las principales capitales financieras. Y, sin embargo, no puede ser motivo de la cada vez más evidente incapacidad de articular lo que está ocurriendo en nuestro alrededor. Al respecto se pueden escoger muchos casos para ilustrar la parcialidad de la visión global. Pero tomemos sólo dos situaciones como las de Kosovo y Sierra Leona para ver lo que son las más recientes manifestaciones de la barbarie, que también es global. Asesinatos a mansalva en plena Europa, apenas vecina de la flamante Unión del recién estrenado euro, y ante el pasmo de los gobiernos que insisten en la disciplina fiscal. En Africa unos rebeldes que para amedrentar a la población amputan las manos de la gente. Si la civilización global de fin de siglo tiene que convivir con esta barbarie, tal vez sea mejor que nos detengamos a pensar qué está pasando y recobremos un poco nuestra capacidad de indignación, que motivos no nos faltan aquí mismo y alrededor del planeta. Mientras, creo que vamos a seguir siendo presas de la advertencia que hizo el célebre Dupin: se negará lo que es para explicar lo que no es.