Jordi Soler
Marcello nunca iba al cine

Cuando era niño Werner Herzog experimentó una de esas situaciones que pueden orientar el destino. En una prueba colectiva de canto, el profesor descubrió que el niño Werner no cantaba, nada más movía la boca. Para hacerle entender que el playback era una cosa inaceptable, o quizá materia de otro curso, el maestro lo puso en el centro del salón y lo obligó a cantar en solitario cierta cancioncita. La experiencia fue, además de musicalmente paupérrima, traumática. Con los años Herzog se convirtió en director de ópera, y no sería demasiado aventurado pensar en una de esas venganzas productivas: aquel niño que fue obligado a cantar ahora disfruta obligando a cantar a todo un elenco. Su otra vocación, la de director de cine, debe ser otra historia.

En 1980 Robert de Niro se entregó durante varios meses a la tarea de engordar 25 kilos para interpretar, de manera convincente, la decadencia pugilística del boxeador Jack La Motta, en la película Toro Salvaje. Qué curioso que en ciertas áreas el ocaso tenga que representarse con la abundancia. Según Marcello Mastroianni, prepararse con tal entrega para un papel, es un exceso, porque el actor debería ser capaz de representar a un gordo sin ser necesariamente un gordo. También le parecía que prepararse durante un año para un papel de película era demasiado.

A Mastroianni no le dio tiempo de enterarse del nuevo exceso actoral que están a punto de perpetrar el director Robert Zemeckis y el actor Tom Hanks en la película Náufrago. Hanks va a rodar en estos días las partes de su personaje antes del naufragio y dentro de un año, cuando logre bajar 25 kilos que De Niro tuvo que subir, rodará su papel de hombre flaco y solo en una isla. Estos dos hechos, el del gordo y el del flaco, son excesos desde la óptica de Marcello, porque habrá quien piense que tantos preparativos son una cosa heroica.

Mastroianni se excedía hacia el otro lado, pues era capaz de convertirse en cualquier cosa en unos cuantos minutos. En su autobiografía verbal dice: ``Por lo que se refiere al sufrimiento del actor, he leído algunas entrevistas hechas a grandes divos estadunidenses que, al parecer, para meterse en la piel de los personajes sufren tormentos, padecimientos. Yo no comprendo para qué. Si consideramos este oficio un juego y nos acordamos de como jugábamos de niños a policías y ladrones, ¿a qué viene ese tormento, ese sufrimiento?''. El actor italiano se sentó a sacar números, calculó que fumaba 50 cigarros al día y que llevaba medio siglo sosteniendo esa marca, el resultado fue sorprendente; se había fumado casi un millón de cigarros. Esta cuenta la hizo mientras fumaba y entre un cigarro y otro confesó esto, que es un exceso del tamaño de esos 25 kilos que uno subió y el otro bajó: ``Desde que me dedico a este oficio raras veces he ido al cine''.

En otra parte explica sus razones: ``No se me ocurre jamás ir al cine, o al teatro, donde el único que se divierte es el actor porque satisface su histrionismo; pero al que se pasa horas sentado allí, ¿no le entra sueño?''. Luego de rodar sus tomas de gordo, Hanks debería sorprendernos a todos y tirarse a naufragar y llegar a una isla desierta y recibir a Zemeckis dentro de un año, bien instalado en su personaje de náufrago flaco. Aquella vocación que desamarró el maestro desalmado en el destino de Werner Herzog se manifiesta ahora en Madrid, donde dirige los ensayos de la ópera Tannhauser, de Wagner.

En una rueda de prensa, la semana pasada, Herzog hizo una observación notable que servirá de final para estas líneas y de arrancadero para otras posteriores: ``Instrumentos como los teléfonos celulares, Internet o el correo electrónico reducen nuestro aislamiento en la misma proporción que aumentan nuestra soledad''.

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