Sergio Ramírez
El lápiz del carpintero

Desde los tiempos de Miguel Angel Asturias, un premio Nobel ahora bastante olvidado, la novela latinoamericana fue celebrada en Europa por dos elementos clave: la recreación de la historia pública, o de los personajes públicos, como en El Señor Presidente, y con ello la realidad política; y el brillo mágico que se saca de esa realidad, pulimentándola, que fue lo que vino a llamarse después, y siempre en términos europeos de asombro por lo sorprendente, y por lo que después se tomó por exótico, realismo mágico.

Recuerdo que en la presentación, en el Centro Reyes Heroles de Coyoacán, del libro que poco antes de su muerte Luis Cardoza y Aragón escribió sobre Asturias, dijo Carlos Monsiváis, tan agudo como siempre desde niño, que Asturias había inventado el mundo indígena que los franceses querían, convertido desde entonces en arquetipo del realismo mágico, una especie de accidente dichoso.

Digo todo esto porque hasta hace poco no era fácil encontrarse una novela europea con personajes reales compuestos de manera que parezcan ficticios, o viceversa, como puede ser, ahora, por ejemplo, El loro de Flaubert, de Julian Barnes, donde el propio Flaubert y sus personajes son los personajes, especialmente la Felícita de Un corazón simple; El lector, de Bernhard Schlink, que suena a absolutamente autobiográfica, tan difíciles de inventar los amores entre la guardiana de un campo de concentración nazi y un adolescente; o Los emigrantes, de W.G. Sebald, donde se nos trata de probar, hasta con fotografías, la realidad de los personajes históricos lo mismo que en su otra novela Los anillos de Saturno, con un cierto gusto nuevo, en ambos, por la sorpresa mágica, la chispa imprevista sacada de la dura realidad, ese ardid que de este lado nosotros tan bien conocemos, que lo hemos patentado.

Pero si quieren ustedes entrar de cabeza en una fábula como las de este lado, que tiene que ver con la vida pública, el poder que afecta para siempre a la gente, y acaba metiéndose con el amor, los celos, las separaciones de las parejas, hay que leer El lápiz del carpintero, de Manolo Rivas, que es una novela latinoamericana porque es una novela gallega, ya ven los parentescos, y tiene esa calidad mágica que no se ha ido a buscar en el artificio deliberado, sino que sale en mucho de la hondura popular, de la fábula narrada por los pescadores delante de la hoguera y en mucho, y por eso, es una novela oral, contada frente al peso gris del poder que es la cárcel, la tortura, los ajusticiamientos, y que no es para nada el realismo mágico, tan fementido.

El lápiz del carpintero es la saga del amor del doctor La Barca, prisionero de Franco, y Marisa, hija de un gamonal franquista, que pudo haber sido escrita en versos de romancero si Manolo, que también es poeta, hubiera querido. Me sorprende esta novela, como lector de este lado, porque no trata sobre el franquismo, que me parecería bastante pesado, sino de un amor bajo el franquismo, cuando en el nivel de la historia pública comienza a fracasar la república y el escenario de la fábula oscura que se cuenta, o de las fábulas múltiples, es la cárcel en Santiago de Compostela primero, y después en La Coruña.

La cárcel, que se abre por dentro como un universo ciego, tras cuyos muros los prisioneros en capilla empiezan a contarse sus historias y comiezan a oír también otras tan veraces, como aquélla de las hermanas que van siempre al baile rural llevando puestos los zuecos por el camino y las zapatillas en la mano para que no se manchen de lodo, comprometidas a que ninguno de sus amores pasajeros fuera a hacerse eterno, hasta que se enamoró perdida una de ellas de un marinero que había rescatado un acordeón tras el naufragio de un barco cargado de acordeones que habían pasado sonando toda la noche, y se pelearon entonces las hermanas, y aquí esa historia terminaría sino es que una de ellas se llamaba Muerte, la otra Vida, y Vida fue la que cayó en la pasión, y Muerte la que empezó a buscarla desde entonces, para vengarse de ella y de su marinero. Cuento de nuevo esta historia, ya ven, porque me encanta.

Pero ese lápiz de carpintero, vayan a averiguarlo en las páginas de esta novela, ahora anda en la oreja de un sicario, que se lo quedó después de asesinar a su dueño, el pintor que usaba el lápiz en la cárcel para dibujar a los prisioneros en pose de los personajes del pórtico de la gloria de la catedral de Compostela, y uno entre todos, el doctor La Barca, era el profeta Daniel, que es el único que está allí riéndose, grabado en la piedra. Un lápiz de carpintería que sirve para que el pintor asesinado le dé consejos sobre la vida a su asesino, hablándole a la oreja.

La realidad es que el doctor Comesaña, médico gallego exiliado en México tras largos años en las cárceles franquistas y muerto ya, es el galán de esta historia tan real y tan fabulosa, el doctor La Barca de la novela de Manolo Rivas; y al lado de Conchina Concheiro (Marisa), la heroína, bella siempre, una mujer esplendorosa, estuve yo sentado la noche en que se presentó en Madrid El lápiz del carpintero, en el Círculo de Bellas Artes; y el hijo de los dos, hijo de este amor, y de esta novela, que es violinista y habla con verdadero acento mexicano, tocó al final el violín un acto como pocos en que yo he estado, un acto para acordarse de los viejos ideales, de las ideas bajo persecución, y de los radicales verdaderos, como el doctor Comesaña (el doctor La Barca) que murieron fieles a lo que creyeron y nunca se engañaron a ellos mismos ni engañaron a nadie. Es decir, esos personajes así, existen.