Emilio Pradilla Cobos
Juan Pablo II en la ciudad de México

La visita de Juan Pablo II a la ciudad de México ha puesto en evidencia muchos aspectos contradictorios de la relación entre la Iglesia católica, la sociedad y los gobiernos mexicanos. Seguida en las calles y vivida por millones de capitalinos y mexicanos, ella mostró la religiosidad, fanatismo o curiosidad de un pueblo que sigue encontrando en la religión, vanamente, la esperanza de solución a problemas que la vida material o social no resuelve; o que a pesar de la racionalidad científica y tecnológica, mantiene su creencia en una de las muchas variantes de su explicación sobrenatural. Un primer balance positivo es que la ciudad, a pesar de la gigantesca y desproporcionada interrupción de la vida cotidiana, no se colapsó y continuó funcionando; la administración capitalina respondió adecuadamente al reto.

A muchos ciudadanos nos hastió la mercantilización del acto, convertido en mundano medio de enriquecimiento para los patrocinadores y miles de actores privados. Fue chocante también la manipulación de que fue objeto por muchos medios de comunicación, en particular los televisivos, que lo transformaron en espectáculo de masas. No es de extrañar en un país donde la ganancia dineraria y lo que conlleva, se ha impuesto como imperativo que todo lo justifica. Pero el fondo de la visita es esencialmente político; la Iglesia católica y su máximo jerarca tienen un papel de fuerza política, abierta u oculta, avalado por miles de millones de creyentes. Así lo mostró el discurso de Juan Pablo II, detrás de la semántica religiosa.

En lo moral, mantiene la postura ultraconservadora histórica, ante las ideas progresistas (marxismo, teología de la liberación, teología ``indigenista'', etcétera), el control natal, el aborto y el combate al sida, que reprimen el derecho de hombres y mujeres a decidir sobre su propio destino. En lo político, la Iglesia y sus jerarcas siguen siendo interlocutores y la mayoría de las veces aliados del poder conservador constituido; sin embargo, la elevación de la conciencia social y la participación notoria de algunos de sus miembros del lado de los oprimidos y explotados, le han impuesto la necesidad de la crítica, abstracta, velada, sin nombre, a los opresores y explotadores. Así sonaron las referencias a los temas indígena (sobre todo Chiapas) y afroamericano en el continente, convertidos en paradigmas de la crisis social actual.

En esta misma abstracción, que todos nos esforzamos en concretar según nuestras posiciones, se mueven las críticas al neoliberalismo y su globalización, a la pobreza y ``marginación'' que reproducen, derivadas de las reflexiones del sínodo de obispos latinoamericanos.

Positivas en general, no llegan al fondo del problema ni ofrecen alternativas, en la medida en que aquellas formuladas por las corrientes políticas democráticas entran en conflicto con su conservadurismo.

Llama la atención la propuesta de que el Estado vaticano, global por naturaleza, intervenga con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en la negociación de la deuda externa de los países pobres, aparentemente desplazando las funciones de sus estados nacionales; un tema más de reflexión.

Ante el Papa, el Ejecutivo federal y el del Distrito Federal tuvieron discursos muy distintos. El presidente Zedillo, fiel a su neoliberalismo y su retórica, dio la ambivalente y poco creíble imagen de un país empobrecido pero feliz, con rumbo (el suyo) hacia el desarrollo y con un gobierno preocupado y trabajando por el bienestar de los más excluidos, incluidos los indígenas. Cuauhtémoc Cárdenas, jefe de gobierno del Distrito Federal, en cambio, hizo una enérgica y concreta crítica al neoliberalismo y su globalización y a la política mexicana reciente, como generadores de pobreza y exclusión, y postuló a la democracia y a la recuperación de la responsabilidad social del Estado como alternativas, recuperando en este sentido lo mejor de la tradición social de la Iglesia católica. Habrá que analizar en detalle este mensaje.

En síntesis, la visita papal fue coherente con su contradictoria trayectoria política e ideológica; no hubo sorpresas. En el ámbito nacional, mostró de cuerpo entero las profundas contradicciones que caracterizan a la sociedad y la política mexicanas, que dominarán el escenario en los años venideros.