La designación de magistrados y consejeros que integrarán el instituto y el tribunal electorales del Distrito Federal tiene en el escenario político de la ciudad una gran relevancia histórica.
La representatividad femenina en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, órgano encargado de su designación, es la más alta en la historia de este joven poder. En este contexto, resalta que entre los ocho consejeros y nueve magistrados encargados de ``representar la cara de la justicia electoral'', sólo se encuentre el nombre y la presencia de una mujer: Rosa María Mirón Lince como consejera suplente.
Paradójicamente, en el terreno electoral, las mujeres constituimos 52 por ciento de la población votante, porcentaje que seguramente contó como un sufragio de confianza para que legisladores y legisladoras hicieran más fuerte su presencia.
Varias lecturas pueden desprenderse de esta omisión, la más radical sería que seguimos conduciéndonos con los preceptos del Código Civil de los años 30, cuando la mujer no podía ser propietaria sin la autorización de su marido; o quizá que las acciones afirmativas peleadas en cada uno de los partidos, sólo son ``políticas de género'' para que las compañeras ``no hagan ruido''.
O tal vez que la incipiente ciudadanía de las mujeres hace necesario la tutela de los varones. Puedo desconocer los motivos de fondo de tal decisión, pero resultaría interesante dejar un espacio en blanco para que las mujeres, ciudadanas productivas que pagan impuestos, que son cabeza de familia, que seguramente en alguna ocasión han sido víctimas de políticas discriminatorias, y que aportan parte de la riqueza colectiva de la ciudad, escriban lo que mejor les parezca y dejen de ser interpretadas según la conveniencia de terceros.
Desafortunadamente, comprobamos que el camino es largo, que hay mucho por hacer. La reforma política en la ciudad no sólo se circunscribe al ejercicio libre del voto. Es más amplio aún, pues requiere de abrir el marco de participación de la sociedad y es ahí donde las mujeres hemos trabajado durante décadas. Valorar este y otros aspectos, no es sólo tema de mujeres, es el compromiso de gobierno y sociedad para la construcción de la democracia.
Hay que recordar que las mujeres tienen un lugar muy especial en la historia de la defensa del voto. En las elecciones nacionales y municipales. Las indias con sus hijos a la espalda en defensa de su territorio y dignidad. Es por ello que la decisión nos sorprende. No molesta, desalienta. Justo es que si las mujeres constituyen más de la mitad de la fuerza electoral, sean incluidas en el equipo que lo defienda.
Ahora podemos citar muchos ejemplos de mujeres que cumplen labores de dirección política y que desempeñan un loable papel. Muchas de ellas tienen la capacidad y disposición para atender tan importante puesto. Para ello me complace dar a conocer sólo algunos de los nombres que podrían haberse tomado en cuenta para defender el voto ciudadano y de las mujeres en especial: Cecilia Loria, Patricia Mercado, Elena Tapia, Irma Saucedo, Esperanza Brito, Mercedes Barquet, Pilar Muriendas, Alma Aldana, Cristina Cepeda, Marcela Lagarde, Susana Cruckshank, Guadalupe López, Gloria Careaga, Cristina Pacheco, Catalina Noriega, Beatriz Rivas, entre muchas otras, profesionales y sobresalientes por sus aportaciones a la vida política.
Cuando las mujeres pensábamos que habíamos avanzado de la era de la protesta a la de la propuesta, la Asamblea Legislativa nos recuerda que aún hay espacios que están vedados para la representación femenina. Sirva éste como un acto de protesta.