En los años recientes, el Partido de la Revolución Democrática aumentó de manera notable su peso político y se instaló con cierta firmeza en el escenario nacional. Lo consiguió gracias a sus éxitos electorales en varios estados y en la capital del país, pero sobre todo porque fue adoptando una posición menos ambigua frente a algunos problemas nacionales, particularmente en lo relativo al rumbo económico neoliberal de la nación
Por sólo mencionar un ejemplo: fue el protagonista principal en la lucha por evitar que el costo del rescate bancario se echara sobre las espaldas de todo el pueblo mexicano. En esta última batalla, parcialmente concluida, se impuso la alianza PRI-PAN, pero el partido del sol azteca avanzó en sus definiciones y fortaleció su imagen en franjas anchas de la población. Ese partido se convirtió ya en una fuerza que con realismo puede aspirar a ganar el gobierno federal en el 2000. Pero aunque no lo consiga, aumentarán su fuerza y sus responsabilidades políticas y sociales al comenzar el siglo XXI.
Tras esa etapa de ascenso, en la cual Andrés Manuel López Obrador tuvo un notable desempeño, el PRD va a elegir nuevo presidente nacional y a su consejo. Es oportunidad para plantearse algunos interrogantes sobre el futuro del PRD:
¿Puede seguir avanzando sin desarrollar su política de cara a los nuevos problemas y a la urgencia de cambios en el país? ¿Puede hacerlo sin definir con exactitud su perfil y precisar más su metas? ¿Puede enfrentar los grandes retos de la actualidad si no se construye como partido organizado y con auténtica vida democrática interna? ¿Puede hacerlo si su horizonte no va más allá de ganar posiciones de gobierno y escaños en las cámaras?
El proceso electoral interno es la oportunidad para que quienes aspiran a dirigir al PRD expongan abiertamente sus enfoques y propuestas sobre la situación actual, además de decir con claridad en qué partido están pensando para el futuro.
Hasta la fecha, por desgracia, la disputa por la dirección se mantiene como una confrontación de aparato, de los grupos internos, que no corrientes políticas. Lo central de la contienda es ganar posiciones de poder interno o conservarlas. Por ello, lo dominante son las negociaciones en corto, las alianzas, los amarres pragmáticos, los desplantes, el intercambio de votos entre los grupos y no de ideas.
Si de planteamientos políticos se trata, los candidatos y jefes de grupos se mantienen en el terreno de las generalidades que a nada comprometen. Pero esas generalidades no son de ninguna manera buena carta de presentación de quienes aspiran a dirigir un partido que, desde la oposición de izquierda, lucha en una situación política sumamente compleja, enfrenta a la alianza neoconservadora PRI-PAN y puede ganar el gobierno federal el año próximo, para lo cual requiere inspirar confianza y obtener el respaldo de millones de mexicanos.
Tampoco es suficiente la buena trayectoria de los aspirantes ni su carisma o su capacidad para moverse entre los grupos internos y el aparato partidista.
El PRD, debe decirse, difícilmente podrá continuar su ascenso si el equipo dirigente surgido de las elecciones del próximo 14 de marzo no cuenta con el respaldo convencido de cientos de miles de miembros del partido y simpatizantes.
Tal apoyo (López Obrador lo tuvo en su momento) será imposible si los elegidos no convencen con su discurso y sus compromisos políticos e ideológicos expuestos a la luz pública, si no son resultado de elecciones verdaderamente democráticas y ganan sólo merced a su capacidad de maniobra, a sus alianzas pragmáticas, a la actividad de los grupos y al voto más o menos controlado. De ser así, la dirección será débil, no podrá enfrentar los complicados retos que enfrenta el PRD ni inspirar confianza. Puede incluso naufragar y ser un lastre para el partido.
En suma, en las elecciones internas del PRD no sólo se va a cambiar la dirección. Va a decidirse si el partido sienta las bases para seguir avanzando o por el contrario se empantana en las indefiniciones y generalidades y frena su expansión. Ojalá los candidatos vean más allá de sus limitados objetivos personales.