Se fue el Papa, ¿qué sigue? La pregunta no es banal si reconocemos que Karol Wojtyla logró una impresionante, inigualada movilización de gentes y conciencias. Una movilización que, aun a los más soberbios, obliga a preguntarse: ¿por qué? Como mínimo obliga a abrir un paréntesis en la agenda del mundo cotidiano para repensar muchas cosas.
Hay una variedad de respuestas al ¿qué sigue después del Papa? Pero quizá sobresalen dos, totalmente distantes entre sí. En el extremo de la deshumanización, lo que sigue es nada, salvo seguir hundiéndonos en el mundo cuasi animal: simple sobrevivencia biológica para una mayoría creciente y más orgías de dinero para una minoría menguante. Y en el extremo del escapismo, lo que sigue es la profundización del fanatismo religioso: los más, para escapar de tanta miseria material; y los menos, para ocultar su miseria espiritual.
Como en tantas cosas, en medio de esos extremos parece encontrarse el camino más venturoso. Pero, como siempre, los extremistas son los primeros en bloquearlo. Por el flanco derecho, aparecen los mismos que usaron la visita del Papa para apuntalar el fanatismo religioso en su multivariado papel de generador de pingües negocios para pocos y de nueva pobreza para muchos: de apaciguador de conciencias en el primer caso, y de insurrecciones en el segundo. Siempre reciclando el círculo deshumanización-escapismo.
Otro tanto ocurre con los saboteadores del camino intermedio desde el flanco izquierdo. Anclados en la reducción de lo religioso a una simple droga para amansar a los desposeídos (opio de los- pueblos), obviamente la visita del Papa no merece sino el silencio, cuando no desprecio. Y aun atornillados en una visión vulgar o acrítica del materialismo histórico-dialéctico, piensan que nada del mundo espiritual (o extramaterial) vale la pena. Del mismo modo en que antes se despreció a la democracia dizque por ser un invento burgués, ahora se desprecia al mundo de lo espiritual, como si éste se redujera a lo religioso, y como si toda práctica religiosa fuese ``opiosa''.
No de gratis se dice que en el pecado va la penitencia. Y más vale reconocerlo a seguir sufriendo penitenciadas. En nuestro arrepentido parecer, si algo condensa el valor y la posibilidad de lo espiritual, es la dignidad. Y si por algo vale la democracia, es porque abre paso al primer requisito para la dignificación del ser humano: transformarse de objeto en sujeto de la historia; participar en la toma de decisiones en vez de sólo sufrirlas. Tal vez por no advertirlo así, fracasaron los primeros experimentadores del socialismo. Al separar tajantemente lo material y lo espiritual, comenzaron a cavar su tumba. Y la lápida cayó cuando el desdén por el bienestar espiritual llegó al punto de obturar la dignificación de la gente a través de la democracia.
A riesgo de sonar a acólito, lo repetiremos: la vida no se reduce a la búsqueda del bienestar material. Ciertamente se requiere algo de este bienestar para no vivir como animales. Pero dejarlo ahí, equivale más a vegetar que a vivir. También lo espiritual es parte de la vida y, para muchos, la parte decisiva. El bienestar espiritual no es sinónimo de fe religiosa. Incluye otros tipos de fe, y muchas cosas más: desde el disfrute de la cultura y el arte, hasta el gozo de la amistad y la solidaridad. Lo espiritual es el mundo del intelecto y del corazón, de las creencias y los sueños, de los valores y los principios. Es, en una palabra, el mundo del amor. Y éste comienza en uno mismo, cuando se desarrolla y ejerce la dignidad.
Aterrizando el tema, por ello es grande y universal la lucha de los zapatistas en Chiapas: porque es una lucha desde y para la dignidad; primero de ellos, pero también de todos. En contrapartida, la actual globalización no tiene futuro precisamente porque hace añicos la dignidad de todos, incluyendo a los robots o animales -en ambos casos desalmados- que la promueven. Y porque, así, sacrifica buena parte de lo espiritual en el altar de lo material.
Si tan sólo eso aprendiéramos con la visita del Papa, ya sería mucho. Movilizó como nadie, porque este mundo está sediento de bienes espirituales y no sólo materiales. Está sediento de fe en la humanidad y en lo humano, antes que en cualquier otra cosa. Si después esa fe transita a lo religioso, ya es el gusto de cada quien. Pero la religión no es el único camino para el desarrollo espiritual.