Miguel Concha
El Papa y los pueblos indígenas

La inducida respuesta que según remendados cables de prensa un corresponsal español le hizo sorpresivamente hacer al Papa en su trayecto a México, a propósito de una errónea y burda identificación entre la teología india y el marxismo, y en la que supuestamente se hace eco de injustos e irresponsables prejuicios para descalificar la acción de la Iglesia en América Latina para acompañar pastoralmente a los pueblos indígenas en su derecho, entre otros, a pesar y a vivir su religión en esquemas no ajenos a su matriz cultural, de ninguna manera puede cancelar el reconocimiento, respeto y deferencia con que Juan Pablo II, haciendo uso de su magisterio, se ha expresado y ha actuado con los indios del continente, ciertamente de manera individual, pero también, para desgarramiento de las vestiduras e investiduras de muchos, como pueblos.

No debe olvidarse, y este es un dato histórico, que luego de haber estudiado el documento colegiado Nuestro compromiso cristiano con los indígenas y campesinos de la región Pacífico Sur (1977), de los entonces obispos de Oaxaca y Chiapas, el Papa decidió encontrarse en Cuilapan con nuestras comunidades y pueblos indios hoy hace exactamente 20 años, el 29 de enero de 1979, durante su primera visita a México.

Allí expresó por primera ocasión su compromiso personal y eclesial de ``ser vuestra voz, la de quien no puede hablar o de quien es silenciado, para ser conciencia de las conciencias, invitación a la acción para recuperar el tiempo perdido, que es frecuentemente tiempo de sufrimiento y esperanzas no satisfechas''; y urgió a los responsables de los pueblos y a los estratos poderosos ``a actuar pronto y en profundidad, a poner en práctica transformaciones audaces, innovadoras, a emprender sin esperar más reformas urgentes, a poner en práctica medidas reales, eficaces a nivel local, nacional e internacional''.

Lástima que sus palabras hayan caído en el vacío, y que salvo honrosas excepciones, como dentro de la Iglesia la de los obispos de San Cristóbal de las Casas, se haya hecho en México exactamente lo contrario.

Ya en tierras brasileñas, y frente a los indígenas de la zona Amazónica, expresó por primera vez, el 10 de julio de 1981, en Manaus, el ``especial derecho a la tierra adquirido a lo largo de generaciones de sus primeros habitantes, derecho a habitar en ella en paz y serenidad, sin el temor -verdadera pesadilla, dijo- de ser desalojados en beneficio de otros'', que tanto escándalo todavía produce entre caciques y terratenientes.

Allí mismo, dijo también por primera vez que sólo cuando el resto de la sociedad dé verdaderamente respuesta oportuna e inteligente a la cuestión espinosa y compleja de los indios, ``se respetará y se favorecerá la dignidad de cada uno de vosotros como persona y de todos vosotros como un pueblo y nación''; y de manera incomprensible para los aturdidos oídos liberales, afirmó el derecho que los indios tienen ``a la preservación de su identidad como grupo humano, como verdadero pueblo y nación''.

En Xoclán, Yucatán, el 11 de agosto de 1993 se refirió igualmente a ellos por primera vez como nuevos evangelizadores, invitándolos a ``contribuir a evitar que la vida del hombre se deteriore o se corrompa persiguiendo los falsos valores que tantas veces se proponen en la sociedad contemporánea'', lo que a tantos de nosotros nos cuesta tanto trabajo asumir, con todas sus consecuencias.

Y a propósito de la teología india, que tantas alucinaciones causa también dentro y fuera de la Iglesia, ya el 31 de enero de 1985 había reiterado en Latacunga, Ecuador, la necesidad de que ``las Iglesias particulares se esmeren en adaptarse, realizando el esfuerzo de un trasvasamiento del mensaje evangélico al lenguaje antropológico y a los símbolos de la cultura en que se insertan''. (Puebla 404).

``¡Qué feliz día aquél -dijo-, en que vuestras comunidades puedan ser servidas por misioneros y misioneras, por sacerdotes y obispos de vuestra sangre, para que junto con los hermanos de otros pueblos podáis adorar al único y verdadero Dios, cada cual con sus propias características, pero unidos en la misma fe y amor''.

Como dato nuevo, durante su último viaje a México invitó a los indios ``a esforzarse por alcanzar su propio desarrollo y trabajar por su propia promoción''; y ante la Virgen de Guadalupe depositó ``los anhelos y esperanzas de los pueblos indígenas con su propia cultura, que esperan alcanzar sus legítimas aspiraciones y el desarrollo al que tienen derecho''.