Los problemas económicos estructurales que enfrenta la economía mexicana en la actualidad son de tres órdenes: su incapacidad de mantener una tasa de crecimiento elevada y sostenida; la distribución de la renta extremadamente inequitativa; y la magnitud de la población afectada por la pobreza.
El primer problema ha sido recurrente a partir de 1982, pues entre ese año y 1986 la tasa media anual de caída del producto interno bruto fue de 0.3 por ciento, y considerando la dinámica poblacional, el producto por habitante descendió 2.4 por ciento cada año.
A partir de 1989 la economía comenzó a experimentar una leve recuperación, logrando alcanzar hasta 1994 una tasa media anual de expansión de 3.9 por ciento. En términos del producto por habitante, el crecimiento promedio fue de 2 por ciento entre esos años. En 1995 la economía experimentó una profunda recesión, cayendo el producto en 6.2 por ciento. Posteriormente, en el periodo 1996 a 1998, la economía se recuperó en forma acelerada.
La restricción básica que impide que la economía tenga un comportamiento dinámico proviene del sector externo. Sistemáticamente, en los últimos 25 años, toda fase de crecimiento ha generado un déficit en el balance en cuenta corriente que, a partir de cierto momento, ha resultado imposible financiar mediante el ingreso de capitales, lo que ha obligado a la economía a entrar en una recesión profunda con el propósito de equilibrar el sector externo.
La incapacidad del sector exportador de generar un flujo suficiente de divisas ya se manifestaba en la década de los setenta, periodo en el cual se resolvió profundizando la sustitución de importaciones al amparo de una creciente protección -lo que derivó en una planta industrial incapaz de exportar- y estimulando la inversión extranjera directa.
Sin embargo, el desequilibrio externo se hizo insostenible en 1976, lo que provocó que el siguiente año el crecimiento del producto cayese a 3.4 por ciento, mientras que en el período 1970 a 1976 había alcanzado una tasa media anual de 6.3 por ciento, obligando a devaluar el peso en 23 por ciento, después de un período de 22 años de estabilidad en el tipo de cambio.
La restricción externa al crecimiento fue momentáneamente superada como consecuencia del boom experimentado por las exportaciones de petróleo a partir del último tercio de esa década. Esto condujo a que México se transformase en un país prácticamente monoexportador, en el cual más de 70 por ciento de las divisas obtenidas por las exportaciones provenían de las ventas del crudo. No obstante las divisas generadas por las exportaciones petroleras, ellas fueron insuficientes para mantener un balance en cuenta corriente equilibrado.
Sin embargo, en esos años no existían mayores dificultades para obtener financiamiento externo, con lo cual la economía pudo sostener un elevado crecimiento, mientras que el endeudamiento externo crecía en forma exponencial.
Al comenzar a caer los precios del energético a inicios de los ochenta, el país se encontró ante la imposibilidad de hacer frente a los compromisos de pagos de la deuda externa, lo que provocó el cierre de los mercados de capitales no sólo para México, sino que para el conjunto de Iberoamérica, desatando lo que se denominó la crisis de la deuda externa. Esto obligó, con el propósito de ajustar el sector externo, a contraer la actividad económica, provocando que el producto cayese 0.6 y 3.5 por ciento en 1982 y 1983, respectivamente. El mismo cuadro se presentó en 1986.
En un contexto de mercados de capitales cerrado para el país, el descenso en el precio del petróleo obligó a introducir un nuevo ajuste contraccionista, provocando la caída del producto en 3.1 por ciento.