Pablo González Casanova(*)
Carta a Davos
Hoy, como ayer, cuando se escribió la Carta de las Naciones Unidas, queremos un mundo que nos libre de la miseria y del miedo. Queremos un mundo cuyos gobiernos obedezcan a las naciones y hagan cumplir el mandato de los ciudadanos y los pueblos. Pero esos deseos mínimos y universales se enfrentan no sólo a una tendencia cíclica de la economía llamada crisis ni sólo a la política neoliberal que la desata. Corresponden a una guerra múltiple que oculta su carácter belicoso y una estrategia de dominación y apropiación del mundo. Esa guerra política impone sistemas de gobiernos débiles, por autoritarios y corrompidos, por mentirosos y represivos.
Como guerra económica y tecnológica urde sistemas de países endeudados a los que regula y periódicamente obliga a transferir partes inmensas de sus excedentes, sus recursos naturales, sus energéticos, sus empresas públicas y privadas, y a frenar o liquidar los avances tecnológicos logrados en etapas de desarrollo anterior. En el terreno monetario, financiero, fiscal, y aduanero reformula cuanta política es necesaria para un adelgazamiento y debilitamiento sistemático de los servicios públicos y sociales, de las empresas estratégicas y de los bienes de consumo popular; todo, en beneficio de un capital privado extranjero y nacional con poquísimos favorecidos. En la economía y la política laboral y campesina flexibiliza los derechos de los trabajadores hasta anularlos, y acaba con los derechos agrarios y con los de comunidades y etnias que defienden sus antiguos territorios.
En el terreno democrático anula las opciones económico-financieras de los gobiernos y su capacidad de decidir -que se aproxima a cero- en materia de políticas económicas. Establece sistemas electorales y de partido en que el voto se limita a una proporción reducida de la ciudadanía, y la representación y participación del pueblo se transforman en espectadoras y comentaristas de la dictadura neoliberal y de los saqueos ``legales'' e ilegales que ésta impone tras acabar de facto con el derecho republicano y social o con el de medianos y pequeños propietarios, de colonos y campesinos pobres. En el terreno de la cultura, fomenta ``la opción racional''; esto es, el egoísmo individualista y la lucha interna entre hermanos, de todos contra todos, o los suicidios colectivos de pobres, la autodestrucción física y moral por el alcohol, el tíner, la droga, la navaja y la metralla. Anima el racismo vergonzoso, el cinismo riente, el triste conformismo, y la explicación y juicio vanos de los problemas como hechos atribuibles a delincuentes individuales, o a crímenes organizados en los que no incluye a los responsables del sistema de dominación y apropiación reinante ni a sus principales y gozosos beneficiarios. En el terreno educativo y de la investigación científica y humanística, privatiza, elitiza, esclaviza y funcionaliza las instituciones de enseñanza-aprendizaje y disminuye, desalienta, persigue, anula los recursos humanos, económicos, técnicos y científicos de la investigación, la docencia y la difusión de la cultura.
La guerra múltiple se libra en las periferias del mundo, en las vastas zonas del Tercer Mundo, y en las cada vez más pobladas de los países metropolitanos. Pero mientras en éstos la política de mediación llega a tener gran importancia, en los de aquél, la inmediación violenta y la política represiva y genocida ocupan un lugar preponderante teatralmente ocultado; mientras las cooptaciones y mediaciones se reducen a la compra-venta de cosas y personas, y se limitan a un número mínimo de individuos y de huestes a los que se emplea como representantes populares o como guardias blancas.
Mediación y represión se combinan en todos los campos: el de la cultura y la tortura, el de la política y la persuasión, el de la familia y la comunidad, el del mercado y los despojos o desalojos. La violencia se ejerce en formas abiertas y veladas, descubiertas y encubiertas mediante un terrorismo de Estado que se vuelve parte del sentido común de gobernar y de resolver los problemas nacionales o internacionales como en Irak, o en Sudán en Kosovo o en Acteal.
La guerra de baja intensidad es el sucedáneo mundial de la guerra fría. Sus preceptos y estrategias, sus teorías y tácticas han sido ampliamente experimentadas y publicadas por los departamentos de guerra de las grandes potencias, desde Inglaterra hasta Estados Unidos, pasando por Francia. Como política de dominación y apropiación a base de ``sistemas esclavizados'' aprovecha el endeudamiento externo, los desequilibrios y las amenazas de desestabilización para imponer medidas crecientes de desregulación y reestructuración de mercados, gobiernos y Estados, que colocan a éstos en condiciones cada vez más débiles, en acciones calculadamente sucesivas. Impone la lógica de entregar un poco más de uno mismo cada día para vivir un poco menos un día más. Y sigue imponiendo esa lógica hasta la extinción de la víctima por inanición, o por el necesario tiro de gracia darwiniano. Instaura ``el pensamiento trágico de la persona que se subordina al mercado'' y a las órdenes que del mismo recibe a través de los serios funcionarios del Fondo Monetario Internacional. Cada vez que éstos van a renovar un préstamo para el pago de los intereses acumulados, ponen como condición al país endeudado una terapia de choque que le dé un bajón más a su soberanía financiera, monetaria, productiva, tecnológica, cognitiva, militar, aduanera, informativa, territorial. Los sobrevivientes de las poblaciones que se destruyen física y moralmente, ideológica y culturalmente ``son sometidos a una desaparición total'' (palabras estas últimas del gran obispo don Samuel Ruiz). Las etnias y los africanos son las víctimas principales.
La posibilidad de detener esta guerra múltiple y las consecuencias devastadoras que sus propios autores avizoran dependerá de la organización y articulación democrática de los pueblos por una paz con justicia, seguridad y democracia. Sólo los pueblos organizados, articulados, conscientes, podrán detener la guerra contra la vida y obligar a las fuerzas dominantes a un nuevo diálogo y a una nueva negociación en que se imponga un programa mínimo: el de la sobrevivencia de la humanidad con respeto a la persona humana. Si esto no ocurre, los pueblos tendrán que prepararse para un largo periodo de resistencia económica, política, cultural y moral que en medio de dolores y sufrimientos inmensos imponga el triunfo de la libertad, del amor y de la vida.
(*) A Samir Amin y Franois Houtart, con motivo de la conferencia que organizaron sobre El otro Davos, para tratar los problemas de una verdadera alternativa