Manuel Camacho Solís y sus compañeros del PCD han entrado de nuevo en el escenario político y parece que con buen rumbo. Su planteamiento ideológico de ``extremo centro'' me parece demasiado sutil, pero la aportación mayor de Camacho está en una estrategia con sentido común.
Camacho fue finalista en la competencia semisecreta de la sucesión de Carlos Salinas. Era la opción reformista y tenía presencia pública y popularidad, actuaba en una línea claramente distinta a las de los otros competidores, era mucho más independiente y además tenía un toque populista que lo distinguía del carlismo neoliberal. Los integrantes de los grupos ciudadanos tuvimos un contacto continuo con Camacho, que actuaba como operador de Salinas para los arreglos con la oposición, los contactos con los periodistas críticos y los grupos ciudadanos. Nos concedió espacios que nos negaban los demás políticos del régimen.
En octubre de 1993, dos semanas antes del destape de Luis Donaldo Colosio, me reuní con Camacho en su amplio despacho de la regencia del DF. Camacho sospechaba ya que había perdido la carrera. Aquel día lo encontré sereno y me reveló: ``Represento la línea que ha sido derrotada en el ánimo del presidente Salinas'', y me advirtió: ``De lo que estoy absolutamente seguro es de que quiero seguir en la política, pero a gran escala''. Le repliqué con franqueza que las reglas del juego no permitían que los grandes precandidatos siguieran en la arena política. Cuando perdían se les sacrificaba. Camacho replicó: ``Sé perfectamente cuáles son las reglas, pero he aprendido en la vida que uno tiene que decidir lo que verdaderamente quiere. Yo quiero seguir y quiero ganar, sería muy riesgoso romper ahora, pero no voy a cejar. Te aseguro que creo en la necesidad de la reforma democrática hoy más que nunca. Tuve mis vacilaciones, pero hoy estoy completamente seguro: suceda lo que suceda, voy a seguir''.
Y cumplió su propósito. Rompió con la regla fundamental del sistema político, que era someterse a la voluntad del presidente. Se negó a conceder a Colosio. Sufrió un ataque masivo de sus antiguos compañeros, muchos de los cuales habían apostado a favor de él en la lucha tapádica. Se convirtió después en el perro negro del régimen actual. Hoy resurge. Su corriente es la única realmente importante más allá de los tres grandes partidos. Según las encuestas más serias, podría obtener entre 6 y 10 por ciento de los votos en el 2000, y eso convertiría a Camacho y sus camaradas en factor importante por lo cerrado de la competencia.
La estrategia que propone Camacho es realista. Se define en función de la iniciativa del gobierno, que intenta pulverizar a la oposición e impedir que las propuestas de unos y otros se integren en una sola. Camacho pone de relieve algo que todos, desde fuera de los partidos, estamos viendo: si las fuerzas opositoras se unieran y se comprometieran a un cambio de fondo, desde el principio tendrían asegurada la victoria. Probablemente hace un cálculo demasiado optimista respecto de la sagacidad de los opositores para entenderse entre sí. Ellos están, como dice Alberto Aziz, muy preocupados por conservar cada uno su identidad. La fantasía del PAN y el PRD es poder ganarle al PRI, por separado, en el 2000. O tal vez en el 2006. Eso se debe a que los partidos de oposición han adquirido posiciones y recursos en una escala que ni siquiera habían soñado hace 10 años, y están básicamente cómodos en la situación actual. Camacho hace muy bien en no ofrecerse a sí mismo como el redentor de la oposición. Y en no ofrecer una nueva candidatura a la Presidencia de la República. Con mucha objetividad prefiere esperar a que el presidente Zedillo decida quién es su candidato y lo exponga a la luz pública para que la oposición pueda decidir entonces lo que más le conviene. Es de suponerse que una alianza opositora completa no se lograra. Los intereses partidarios son muy fuertes. El PCD se orientará hacia el ala más reformista de la oposición. Sería mucho más consecuente con su trayectoria. Su integración hacia la derecha le crearía problemas muchísimo mayores que los beneficios que pudiera obtener.
Hay quienes piensan que el presidente de la República es un político nive, pero los opositores no deberían subestimarlo. Ha operado con un maquiavelismo magistral el problema del Fobaproa. Logró romper el bloque PAN-PRD que hubiera obligado al gobierno a negociar en serio. El PAN tuvo que reducir considerablemente su propuesta y finalmente endosar la iniciativa presidencial con algunos retoques. El PRD parece contento con el desprestigio del PAN, pero las encuestas no demuestran que esté justificada su alegría. Lo cierto es que Zedillo logró dividir a la oposición de un modo tajante y evitó lo que podría acabar con la hegemonía de su partido: un inteligente pacto opositor en lo esencial. La criptonita contra el supersistema es una sólida alianza opositora. Camacho lo sabe y Zedillo también. La oposición parece no darse cuenta.
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