Eduardo Montes
El compromiso de Rodolfo Peña

El pasado 10 de enero, la muerte puso fin al proyecto de vida de Rodolfo F. Peña, periodista de prolongada trayectoria, amigo, pero por encima de todo, un hombre comprometido hasta sus últimos días con las causas de la justicia, la libertad, la democracia y la soberanía del país.

Educado en la cultura de izquierda, de la izquierda socialista, formó parte de una de las varias generaciones que a lo largo del siglo empeñaron sus mejores esfuerzos, su inteligencia y su pasión en la lucha por la renovación de México, por un país más justo, libre y democrático.

Desde muy joven eligió el camino del combate del lado de los trabajadores. No fue, que yo sepa, miembro de alguno de los partidos socialistas existentes en los decenios anteriores.

Como a otros militantes políticos e intelectuales, las debilidades y los errores reales o supuestos de esas organizaciones socialistas llevaron a Rodolfo Peña a la conclusión de que no existía un verdadero partido que representara los intereses y aspiraciones de la clase obrera, razón por la cual la lucha de los sindicatos adquiría enorme importancia transformadora.

Y aunque no se engañaba sobre los límites de la lucha de los sindicatos, aun de los calificados de revolucionarios, los que van más allá de la acción meramente económica y asumen responsabilidades y compromisos políticos, Rodolfo dedicó varios decenios de su existencia al movimiento sindical.

Como participante directo estuvo al lado de Rafael Galván en las organizaciones sindicales de electricistas, el STERM, el SUTERM y la tendencia democrática, cuando hubo que defender a ese gremio de los intentos gubernamentales de control y charrificación. Pero su labor fue sobre todo de publicista, como intelectual que puso su pluma al servicio de los trabajadores, como estudioso de sus problemas y divulgador de las ideas de emancipación social.

En la prensa obrera, como director de Solidaridad, órgano del STERM en su tercera época, y más tarde la revista Transición, y en El Día, Siempre!, El Sol de México, unomásuno y La Jornada, Rodolfo vinculó estrechamente su prolongada actividad periodística a sus convicciones políticas, pues entendía que el quehacer periodístico no es ajeno a los problemas políticos, sociales y económicos; no es una actividad neutral, al margen de las contradicciones de clase realmente existentes en la sociedad, sino una forma de participar en la lucha por la justicia, la igualdad, la democracia.

Sus artículos de los últimos 14 años en La Jornada, y antes en el viejo unomásuno -son los que conozco, pues trabajamos juntos en ambas publicaciones- son prueba de su fidelidad a las causas que abrazó desde su juventud; muestran una actitud consecuente, de firmeza digna de mencionar hoy, cuando no pocos viejos izquierdistas han abjurado de su pasado militante, y algunos con su conducta abyecta de hoy piden perdón por sus pecados socialistas de sus años de juventud.

Aunque en los últimos meses mermaban sus fuerzas por sus enfermedades y complicaciones posoperatorias, Rodolfo Peña no se doblegaba.

Poco antes de su penúltimo ingreso al hospital hablamos largamente de todo: del pasado de lucha, del presente y del futuro de la nación, de la crítica situación al que lo han llevado los tecnócratas neoliberales, de la aterradora pobreza que se ha extendido a más y más mexicanos, del saqueo del país por los banqueros, del Fobaproa naturalmente, y de Andrés Manuel López Obrador, con quien lo unía antigua amistad e identidad política.

Rodolfo Peña hacía planes, entre ellos, tal vez ingresar al PRD, pero se le acabó el tiempo.

Su muerte es una pérdida sensible para el movimiento sindical y para quienes fuimos sus compañeros de causa y colegas.

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