No cabe duda que las piedras y los metales preciosos han fascinado siempre a la humanidad. Prácticamente en todas las culturas se ha utilizado alguno de ellos o ambos para realizar joyería, sea con un fin ritual o decorativo y en la manufactura y decorado de objetos. En nuestro país tenemos maravillosos adornos de oro de las antiguas culturas prehispánicas, que engalanaban a sacerdotes y nobles. Baste recordar los ornamentos de dorado metal de Montealbán y las ofrendas que han surgido en el Templo Mayor, Teotihuacan y otros sitios prehispánicos, en que aparecen exquisitas figuras de jade, turquesa, concha nácar y demás finos materiales.
Los europeos no estaban exentos de esta fascinación; no hay que olvidar la ambición que desató en los conquistadores el oro del imperio azteca. Al fundarse la ciudad española sobre los restos de México-Tenochtitlan, uno de los primeros gremios que se establecieron fue el de los plateros, por lo que así se bautizó la calle que hoy conocemos como avenida Madero, que continúa siendo sede importante de joyerías y de los ``centro joyeros'', especie de mercados que han proliferado en los últimos años. Allí estuvo una de las tiendas de gemas más famosas de la ciudad: La Esmeralda, fundada en 1890 por los señores Hauser y Zivy, cuyas iniciales aún se conservan en la fachada del suntuoso edificio que construyeron los arquitectos Eleuterio Méndez y Francisco Serrano.
En estilo ecléctico, todo de cantera, la construcción remata con una amplia mansarda, ese techo de tejas inclinado cuya función es que se deslice la nieve, moda que copiamos de Francia, ya que aquí es necesarísima. El absurdo se concluye con unas enormes ventanas ovaladas sobresalientes y vastamente decoradas. La imponente portada está en chaflán, en la esquina de Isabel la Católica y Madero, coronada por un balcón semicircular en el segundo piso, otro recto en el tercero y en la mansarda un reloj. Esta locura arquitectónica, a pesar de todo, tiene su encanto y belleza, aunque ahora está muy disminuida por una ridícula ventanería de aluminio dorado, que le va como pistolas a un Cristo, al igual que los vidrios ¡ahumados! Tampoco ayuda el color rojo naranja que le pusieron al tejado para la nieve. La planta baja, que conserva en el interior las estilizadas columnas originales y una espléndida yesería, aloja actualmente una tienda de discos Mix-Up.
Esto es parte de la vida cambiante que tiene esta importante vía que, como mencionamos, continúa conservando múltiples joyerías, situación que describió en el siglo XVII el viajero inglés Tomas Gage, quien vino como fraile dominico, tornándose años más tarde en apasionado protestante. De su estancia de un año en México, hace sabrosas reseñas en su libro Nuevo reconocimiento de las Indias occidentales.
Sus descripciones de las calles, edificios y costumbres en la ciudad de México, nos dan una magnífica idea de la capital en esa centuria. De la vía que hablamos dice: ``Cerca de allí está la hermosa calle que llaman Plateros, donde en menos de una hora pueden verse muchos millones en oro, plata, perlas y piedras preciosas''.
Por la misma época, otro religioso, Bernardo de Balbuena, escribe el poema de gran fama, Grandeza mexicana, en donde describe la ciudad de México a la señora Isabel de Tovar y Guzmán, dama de ``singular entendimiento'' y ``aventajada hermosura''. El extenso poema es una auténtica apología de la capital, en la que aborda todos los aspectos. Del tema que hablamos dice:
Es la ciudad más rica y opulenta
de más contratación y más tesoro,
que el norte enfría, ni que el sol calienta.
La plata del Perú, de Chile el oro
Viene a para aquí. Diamantes de
la India y del gallardo Scita esmeraldas finas,
De Sicilia coral, de Goa marfíl, de Siam
ébano pardo...
Estos tesoros se vendían en la citada calle de Plateros y en los ``cajones'' del Zócalo, que a principios del siglo XVII habrían de convertirse en el famoso mercado del Parián, en donde se ofrecían las mercaderías más finas de todo el mundo. En ambos lugares se encontraban, al igual que ahora, sitios para comer adecuados a todas las posibilidades. Hoy tenemos en la antigua Plateros una nueva sucursal de los Bisquets de Obregón, en un local agradablemente decorado al estilo del siglo XIX y con sus sabrosas viandas caseras que todos conocemos: café con leche en vaso, bisquets calientitos, enchiladas, tamales y demás platillos de tradición.