Rolando Cordera Campos
Usos y abusos de la globalidad
En este mundo de fantasía y vértigo en que vivimos, existe el grave riesgo de confundir la realidad por sus apariencias. También hay el peligro de convertir lo que son tendencias y posibilidades en realidades completas y plenamente constituidas.
La globalización del mundo parece ser la fuente primordial de tales espejismos y equivocaciones. Para nadie es un secreto que el mundo que se acerca está lleno de retos, misterios, incertidumbre. La complejidad alcanzada por algunas sociedades, por ejemplo la norteamericana, no es garantía de mayor solidez sino más bien de una vulnerabilidad que llega a aterrar.
Nadie puede asegurar seriamente que el mundo que amanecerá el año dos mil estará cruzado por el desastre y el caos, pero nadie puede negar igualmente que por lo menos los primeros días de esa ansiada fecha no se vivirán horas de angustia, como consecuencia del retardo en el ajuste del calendario de las computadoras. Será en las regiones frías y más interconectadas, donde hay ya enormes sistemas eléctricos transfronterizos y la navegación aérea es más intensa, donde probablemente se resientan más los efectos del ya célebre Y2k.
Las crisis encadenadas del sistema financiero, que inauguró México al despuntar 1995 y que luego alcanzaron dimensión planetaria con los dragones y los osos de eurasia, vuelven a asomar la nariz en Brasil y ponen al continente en estado de alerta. Después de todo, la tan traída y llevada globalidad no es cosa de niños ni asunto de astucias, sino de destrezas en la conducción de finanzas y gobierno y de fortalezas efectivas en los sistemas económicos.
Para el país más fuerte de la región, el más arrogante y ambicioso en sus visiones y pretensiones internacionales, tocó ahora morder el polvo de la crisis. La medicina amarga de las flotaciones empezó a ser tragada, bajo la forma de una devaluación monetaria que ya llega al 4 por ciento, pero falta lo peor que tiene que ver con su orden interno, en especial el fiscal, donde volverá a ponerse a prueba la legitimidad del Estado y no sólo la del gobierno de Cardoso.
Deja vu en Brasil, beguin the beguinne para todos. Pero lo anunciado y vuelto a anunciar no consuela a muchos espíritus ilustrados, economistas profesionales como gustan pensarse, para quienes las profecías del mercado y sus oráculos no contaron mayor cosa. Esta vez, había que detectar al chivo expiatorio que echaba a perder la fiesta y a falta de otro se revivió al populismo irresponsable que se decidió debía encarnar nada menos que Itamar Franco, gobernador de Minas Gerais y antecesor directo del presidente Cardoso, quien en su gobierno llevó a efecto el Plan Real, cuyo éxito lo llevó a su vez a la Presidencia del Brasil.
Es ridículo presentar el regalo de reyes que Franco quiso darse el seis de enero, como la causa eficiente del descalabro carioca su secuela desestabilizadora. La moratoria decretada en aquel estado brasileño es menor y no parece que los bancos europeos, los más expuestos por la deuda externa del Brasil, hayan entrado en pánico.
Sin duda, dadas las circunstancias, se puede acusar a Franco de irresponsable político, más aún si se toma en cuenta que el gobernador forma parte de la coalición de gobierno de Cardoso. Pero la política brasileña, en particular la que se teje en los pliegos federales y los cabildeos de sus gobernadores y antiguos coroneles, tiene mil y un velos misteriosos que nadie tiene porqué entender, mucho menos si para ello se recurre a los códigos simplistas de una globalidad mal entendida.
El canon global no nos lleva demasiado lejos. Sirve para hacer exorcismos, como en La Realidad u hoy en La Habana, así como del otro lado ofrece motivos mil de resignación ante las fallas propias. Todo se puede justificar gracias a la globalidad, pero su despliegue es tan vasto y rápido que no siempre se puede reflexionar ante ella y sacar las conclusiones del caso.
Tener en orden las finanzas públicas se puede volver una consigna cansina, si no se le acompaña de una evaluación de las formas y los caminos para lograr esta salud fiscal, que a pesar de todo sigue siendo un medio, no como cualquier otro, dada la dictadura de los mercados financieros, pero sí susceptible de ser logrado de varias formas. Después de la sanidad financiera pública, resta saber cómo se logró eso y, sobre todo, cómo se va a disponer de los recursos reales producidos. De poco sirve un equilibrio doméstico conseguido a costa de enormes sacrificios en materia de gasto estratégico y social.
Triste homenaje a nuestra conciencia cosmopolita, alcanzada a costo tan alto, cuando desde la cúpula empresarial se pide a Brasil que ponga su casa en orden porque de ello depende nuestra perspectiva económica. ``El Centro de Estudios Económicos del Sector Privado advirtió que las perspectivas del país dependen de la habilidad y responsabilidad de los políticos brasileños para poner en orden las finanzas de su gobierno'' El Economista 01/19/99, p. 1
Según esto, habríamos entrado ya no en la interdependencia directa y global, sino en la asociación binacional, nada menos que con la cabeza del Mercosur, que no ha dejado de señalarnos como el enemigo malo de la integración latinoamericana.
No importa tanto la impericia en asuntos económicos internacionales, sino la precipitación para juzgar asuntos complejos. De la capacidad para reflexionar sobre ellos depende en mucho nuestra propia eficacia para salir al paso de tanto vuelco. Y ello supone abandonar el terreno minado de las certezas que da la ortodoxia y empezar a poner en cuestión nuestros propios logros, que pueden probarse tan efímeros como los de Brasil, su Plan Real y la reelección de Cardoso.