El Papa Juan Pablo II (Karol Wojtyla) probablemente, dada su edad y su salud, realiza en estos días su última visita pastoral importante y, como siempre, combina el apostolado -y casi el martirio, por el costo del mismo- con una intensa actividad mundial como estadista más que conservador y la promoción, como vendedor viajero, del artículo religión, en general, y de la marca católica, en particular. Lo notable en este último monarca absoluto en un mundo dominado no por las creencias, sino por el capital financiero, es su enfoque universal de los problemas políticos.
En efecto, mucho más que sus antecesores -salvo Pío XII, que se orientó a convivir con el nazifascismo, con un análisis erróneo de la relación de fuerzas mundiales- el Papa polaco intentó jugar a fondo la fuerza de la tradición cultural y las legiones del más alla, primero contra la burocracia seudosocialista de Europa Oriental, uniendo el nacionalismo con el papel histórico de la Iglesia católica en la región, y después contra el pensamiento único neoliberal, uniendo la resistencia masiva a la pérdida de identi- dad cultural y nacional con una religiosidad conservadora y ecuménica que utilizaba como barrera, a la vez, contra el radicalismo de la Teología de la Liberación y como obstáculo tanto al hedonismo y a la irreligiosidad promovida por el capitalismo como al irracionalismo y al desarrollo de las sectas (ambos funcionales para el desarrollo de la hegemonía cultural del capital financiero).
La derrota de Gorbachov hundió los planes de Wojtyla de revivir la unidad cristiana en Europa bajo la hegemonía católica, porque el desarrollo del nacionalismo impidió el pool que él esperaba crear entre protestantes, ortodoxos y católicos y lanzó a los uniates de Ucraina contra los católicos lituanos y polacos, y a todos éstos contra los rusos ortodoxos, a los croatas y eslovenos católicos contra los ortodoxos serbios, a Roma contra la Iglesia de Oriente o de Rusia, y tambien porque las Iglesias católicas más fuertes, en Polonia, Eslovaquia y Hungría, perdieron su atractivo político de masas después del derrumbe del llamado socialismo real, cuando pasaron de ser el eje de la oposición nacional a convertirse en el eje del conservadurismo fundamentalista, desde el gobierno o aliadas con éste.
La religión católica tiene muy escaso peso en Asia, con excepción de Filipinas y de Timor oriental o de algunas regiones de India, y tiene también muy poca influencia en Africa pues, en esos dos continentes, la crisis política, económica y social lleva a todos a preocuparse fundamentalmente por su supervivencia en el infierno de la vida cotidiana y no por una eventual promesa de ingreso al hipotético paraíso.
En Europa misma, por otra parte, la política del capital financiero destruye brutalmente los lazos de solidaridad de todo tipo y lanza a todos a un sálvese quien pueda o a un primero yo, que destruye las bases del cristianismo y, por consiguiente, de su expresión más organizada y burocratizada, que es el Vaticano. Queda, por lo tanto, América Latina, donde los católicos son cada vez menos importantes ante el avance paralelo del agnosticismo, del misticismo irracional y de las sectas protestantes, tanto entre las clases populares como entre las clases altas. Y queda también un mercado importante por conquistar: el de Estados Unidos, donde crece el número de los latinos y su influencia (que va desde los tacos y la cerveza mexicana hasta el culto a la Guadalupana) y donde el auge religioso deja margen para el desarrollo del catolicismo, a costa de otras iglesias más o menos cercanas. Wojtyla, que fue el hombre de la supervivencia de la Iglesia católica frente a los burócratas stalinistas, intenta ser ahora el hombre de la supervivencia de ella frente a la ofensiva cultural del neoliberalismo ateo y al fundamentalismo del mercado. Como buen polaco sabe que la historia sigue existiendo y que nada en ella es eterno, y sabe que la Iglesia ha durado y persistido a pesar de muchos avatares.
Además, Wojtyla cree realmente en la existencia del Diablo y en el poder de la Virgen (por lo menos de la Negra de Czestokowa), a juzgar por la vehemencia de sus declaraciones al respecto, y eso le da fuerzas y esperanzas, las cuales, en un mundo en el que la confianza en la ciencia y en la razón se debilita, se convierten en factor importante. De este modo el Papa no viene a bendecir el fundamentalismo del libre mercado -o sea, la religión de los gobernantes americanos-, sino la resistencia al mismo, a diferencia de su histórico viaje a Nicaragua, cuando vino a combatir la revolución posible y sus consecuencias en el seno de una Iglesia en la que surgía un ala radical.
El viaje del Papa, pues, se convierte así en un esfuerzo contra el capital financiero internacional -que desplaza al Vaticano- y contra la acción de éste en pro de la destrucción cultural y material de la base de una civilización que por 2000 años ha sido marcada profundamente por el cristianismo. Es una paradoja que el gobernante más conservador y derechista del mundo deba asumir este papel.