Astillero Ť Julio Hernández López

Días atrás, esta columna escuchó de labios de un importante personaje del gabinete que el gobernador de Tabasco, Roberto Madrazo, se estaba enfilando hacia un escenario político extremo en el que sólo le quedarían dos destinos: o la candidatura presidencial priísta, o la cárcel.

Ayer, el presidente Zedillo pronunció en Ciudad Victoria, Tamaulipas, una frase a la que se le pueden encontrar diversos destinatarios, entre ellos, sin forzar mucho el análisis, el propio mandatario tabasqueño.

Volcado en elogios a Manuel Cavazos, quien el 4 de febrero dejará el poder en manos de su hechura y promovido, Tomás Yarrington Ruvalcaba, el presidente Zedillo advirtió que el hombre de los sombreros y las pirámides gastó el dinero público en lo que le interesaba al pueblo tamaulipeco, ``y no en hacerse propaganda personal ni en pagar anuncios para la televisión''.

La referencia, ciertamente, podría dirigirse a otros puntos, pero resulta inevitable asociarla al derroche con el que el gobernador de Tabasco promueve su figura en promocionales televisivos en los que, aparte de dar cuenta de los presuntos logros de su gestión, se lanza hacia el futuro con el guiño de preguntar: ``¿Quién dice que no se puede?''

Madrazo está apostando todo su capital político a la tarea de convertirse en alternativa para el 2000. Tras él está el mismo grupo que ha retado el poder del zedillismo, es decir, la fuerza de los negocios y la política sintetizada en el apellido Hank. Ese hankismo, con las banderillas puestas por el caso Cabal Peniche, está peleando con fuerza para rescatar cuotas de poder y para posicionarse adecuadamente en el 2000.

(En Villahermosa, por ejemplo, el presidente del PRI tabasqueño, Edgar Acuaga Cabrera, exigió al CEN de su partido que ya se convoque a la asamblea nacional priísta y que ya no se le pongan más trabas a la precandidatura presidencial del gobernador Madrazo.)

Un hombre y dos caminos.

Candados, cerrajeros y amarres

Jesús Ortega Martínez tiene el camino despejado para convertirse en el nuevo dirigente del Partido de la Revolución Democrática (PRD).

En ese sendero ha sido importante la disolución de las dudas que, con base en presuntos candados estatutarios, habrían de impedir la participación de los principales aspirantes a suceder a Andrés Manuel López Obrador.

Pero, aparte de la resolución emitida por la Comisión Nacional de Garantías y Vigilancia del PRD -que permite competir a quienes hubiesen ocupado cargos en anteriores directivas-, en ese despeje de ruta ha sido básico para Ortega Martínez el apoyo de lo que genéricamente se llama el aparato del partido.

Un aparato que se mueve al influjo de las palabras mayores que pronuncian los personajes centrales de ese partido, en especial su virtual candidato presidencial, Cuauhtémoc Cárdenas.

Con Ortega como presidente nacional del partido del sol azteca, el cardenismo mantendría una política amplia de alianzas que, dirigida sobre todo a disidencias priístas, buscaría enriquecer la base electoral necesaria para la competencia del 2000.

Ortega, y ese es el punto básico que genera los principales afectos y desafectos en torno a su figura política, es un hombre pragmático y, sobre todo, conciliador.

Tan conciliador que sus adversarios más enconados suelen considerarle en ocasiones más cercano a las posturas oficialistas con las que debe negociar que con las de su propio partido. Más de una vez, más de un personaje importante del PRD ha expresado su inconformidad con el grado exacto de concesiones al que se ha llegado en litigios importantes.

Hombre de izquierda, en cuanto proviene de organizaciones que así se han declarado públicamente -como aquel Partido Socialista de los Trabajadores, dirigido por Rafael Aguilar Talamantes, de infausta memoria ambos-, Ortega Martínez aparece hoy -en política, lo que parece, es- como beneficiario del apoyo de las corrientes principales del partido y, al menos en una apariencia generalizada, de los hombres importantes como Cárdenas y López Obrador.

Desde luego, faltan todavía distintos episodios e incidentes en el proceso de elección del nuevo líder perredista. Uno de ellos tendrá como actores a personajes de la izquierda tradicional, empecinada en defender un legalismo que no garantiza avances electorales para su partido. Otro factor importante corresponderá a Amalia García, senadora zacatecana a la que la mayoría reconoce inteligencia y capacidad pero que, en el rejuego de las corrientes, del pragmatismo, de los intereses grupales, parece destinada a quedarse a mitad de ese camino despejado, en cambio, para el candidato del aparato.

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