¿Será verdad que algunos de los incendios forestales ocurridos el año pasado en México pudieron ser provocados o alentados por grandes intereses? ¿Que ello explica la desidia con que se actuó para combatirlos? Hoy en San José, Costa Rica, se expondrá esta tesis en una importante reunión internacional convocada por el Foro Intergubernamental de Bosques (IFF), instancia creada por el Comité de Desarrollo Sustentable de Naciones Unidas con la idea de profundizar en la comprensión de la deforestación. En dicha ciudad, representantes de 60 países presentarán los frutos obtenidos en ocho talleres regionales y uno especial de grupos indígenas en los que se identificaron las causas de la degradación de los bosques. Los acuerdos a que lleguen los participantes se discutirán en una magna reunión que tendrá lugar en Ginebra, en mayo próximo.
En los trabajos del IFF han participado activamente las comunidades forestales y la sociedad civil. De los trabajos sobre nuestro país, dos fueron galardonados por dicho foro: uno, de la UNORCA sobre la Meseta Purépecha. En él, Cecilia Zaragosa y Eusebio Hernández examinaron los factores que han contribuido a la degradación forestal en esa región michoacana y las estrategias de algunas comunidades (como San Juan Nuevo Parangaricutiro) para aprovechar racionalmente los recursos en bien de la población local. Y el segundo --de David Barkin, de la UAM-Xochimilco, y Miguel Angel García, de Maderas del Pueblo del Sureste-- analiza los incendios forestales ocurridos en el año pasado. Precisamente este último despierta interés por las revelaciones que hace, como veremos enseguida.
Por principio, detectaron una enorme subestimación oficial de la destrucción debida al fuego: aunque hay otros años en los cuales los fenómenos meteorológicos propiciaron condiciones para los incendios, documentan cómo en los de 1998 hubo un incremento lamentable en muertes y áreas afectadas por la falta de apoyo y capacitación para detectar oportunamente los siniestros. En su estudio examinan lo ocurrido en los Chimalapas, al sur de Oaxaca, encontrando una preocupante coincidencia entre la ubicación de los incendios más severos y los ambiciosos proyectos de infraestructura promovidos por grupos interesados en acelerar la integración económica internacional a costa de la conservación de los ecosistemas y el desarrollo de las comunidades, que históricamente se han encargado del manejo de esta vasta reserva de la biodiversidad. Barkin y García exponen al respecto tres hechos que cuestionan el discurso oficial.
En una parte de esta región de más de 600 mil hectáreas, se trazó hace años la que sería la supercarretera para unir Chiapas con el centro del país afectando una de las zonas de mayor riqueza biológica. Ante la oposición de los defensores de ese patrimonio natural, el gobierno federal acordó en 1992 una nueva ruta menos depredadora. Se empezaron los trabajos, pero pronto se detuvieron. Los promotores de la magna obra ahora buscan imponer la ruta original. ¿Será mera coincidencia que uno de los incendios más severos afectara el área por donde pasaría esta supercarretera?
Una segunda zona de siniestros coincide con un viejo proyecto del Banco Mundial para levantar seis presas a fin de acumular agua del bosque tropical y transportarla por un túnel a un sistema de riego en la costa de Oaxaca; el proyecto fue rechazado por la agencia internacional aduciendo razones ambientales; entre otras, tres de las presas ocasionarían la desecación del bosque húmedo tropical (segundo en extensión después de la Lacandonia), a cambio de producir hortalizas de exportación en áreas donde los conflictos sobre la tenencia de la tierra siguen cobrando vidas en las comunidades indígenas.
Un tercer frente de fuego comprendió una recta de 150 kilómetros, donde hubo 17 incendios intensos, pero limitados en su alcance geográfico. Los ``aclareos'', fruto de estos ``accidentes'', fueron mayores en zonas de bosque de niebla o inaccesibles. Según algunos comuneros se trata de áreas que, por la oposición local, el Ejército no ha podido ocupar para construir bases contra el narcotráfico. Uno de los expertos estadunidenses que colaboró en el combate a los incendios, comentó al ver este frente, que se parecían a los provocados por los grupos antiguerilla en Vietnam. Allí se sembró el incendio como técnica de batalla con un dispositivo bautizado ``ping-pong'' por su capacidad de seguir rebotando y provocando fuego.
Cuando los bosques son elemento clave para evitar el acelerado calentamiento del planeta; si son parte significativa de la diversidad biológica y cultural, y una enorme reserva de recursos que, bien utilizados, deben servir para garantizar el futuro de las comunidades locales y nacionales, entran en juego las políticas inmediatistas de los gobiernos para atacar las crisis económicas, y la avaricia de corporaciones transnacionales y grupos caciquiles locales. Por lo pronto, nuestros funcionarios bien harían en ayudar a esclarecer el origen de los incendios en los Chimalapas.