PARABOLA Ť Emilio Lomas M.
A la deriva

El barco que es la economía nacional sigue haciendo agua, pues no han bastado las devaluaciones (que ya son 305 por ciento de 1994 a la fecha), los aumentos en las tarifas y los servicios públicos (solamente el precio de la gasolina ha aumentado 284 por ciento en periodo), ni en general, las condiciones de pobreza y miseria a que se ha llevado a la mayoría de la población.

Continúan las restricciones, los aumentos de precios y de impuestos y de cualquier forma la economía no parece recuperarse nunca. Se atribuyen a la caída de los precios internacionales del petróleo los problemas presupuestales, sin tomar en cuenta: que México contribuyó de manera importante en la sobreoferta petrolera que provocó tal caída, y que los gobernantes mexicanos, después de 80 años en el poder, nada han hecho por diversificar la producción nacional, orientada simplemente a la producción de productos primarios (como los mineros o de petróleo crudo) los cuales, además, históricamente siempre han sido los más vulnerables a los vaivenes del mercado internacional, donde la tendencia es irremisiblemente hacia la baja.

Es inútil creer los puntos de vista del grupo gobernante pues, ¿por qué el efecto vodka, el hongkonazo o ahora el efecto samba no provocan devaluaciones ni crisis fiscales en países como Francia, Inglaterra, Japón o en el mismo Estados Unidos?

La tan mentada globalización no afecta -ni mucho menos beneficia- por igual a todos los países. La diferencia es que aquellos sí tienen una planta productiva sólida, propia, nacional, que les permite resistir los embates de la especulación financiera internacional. En cambio, México (que casi depende de la producción agrícola y en el mejor de los casos, de la extractiva) siempre padece cuando se presenta una contingencia mundial.

Los problemas de deuda no son menores, pues México, Brasil, Argentina, Venezuela, y en general toda el área, tienen que renunciar cada vez más a su riqueza social para pagar intereses, y en todas partes, los gobiernos recurren al aumento de impuestos de precios y a disminuir el gasto en educación, salud, servicios y obras públicas, con el único fin de disponer de mayores recursos... para el pago.

Melée

Lo absurdo de esta situación es que la deuda en nuestros países no disminuye, si no es que va en aumento, y el problema aquí es hasta dónde puede resistir la población, no sólo desde el punto de vista psicológico, sino también económico, pues mientras más baje su capacidad de consumo (con salarios reducidos, al mismo tiempo que tiene que pagar mayores impuestos, precios, tarifas y hasta peajes), menos probabilidades existen de producir riqueza, aunque fuera para el pago.

El precio internacional del petróleo puede seguir bajando; las crisis de deuda de las llamadas economías emergentes pueden multiplicarse, pero aún con una etapa de auge no se ve por dónde se recuperen nuestras economías, mientras no se modifiquen sustancialmente las políticas gubernamentales. El FMI y el Banco Mundial pueden dar consejos para el pago. Solamente los latinoamericanos podemos dar consejos para el desarrollo.

La realidad enseña que haber aprobado el Fobaproa, rescatar a los banqueros y a los carreteros no ha resuelto ninguna crisis nacional. Tiempo es de atender a los reclamos del pueblo y si no, al tiempo.