Hermann Bellinghausen
Todo lo sólido

Pasó un trapo en la circunferencia entera del volante, en un acto ritual y cotidiano, como el de los curas que pasan el paño por el cáliz antes de emprender las consagraciones y libaciones. Echó un ojo por el retrovisor, ese escaparate del alma humana, y dijo:

--La economía se parece al amor al menos en una cosa: uno siempre puede perder otro poco más. ¿No le parece?

El primer pasajero de la mañana, recién bañado pero todavía modorro, devolvió al espejo el vistazo con un ``¿Eh?'', atorado en las ojeras. Ni modo, el taxista amaneció filosófico, había que aguantarse. ¿A poco creen que él, como buen mexicano, no tiene la cartera bien vencida?

Con tal pretexto, a lo largo del día endulzaría a los pasajeros que se lo permitieran, los discursos portátiles y de formato variable con que alimenta las horas muertas.

Y fijándose. Pero esos anuncios, ¿a quién se le ocurre? En las esquinas más visibles. ``Huele sólido'', se leía sobre una masa roja con volumen sugerido que se sublimaba. Esa masa representaba lo ``sólido'' del anuncio. Y rumió en voz alta:

--Diga si no parece caca, con su perdón.

El primer pasajero respingó, sorprendido. El segundo no le hizo caso. Y el tercero, inspirado por las observaciones del taxista, tres altos después, en Progreso, señalaría exclamativamente una variación del mismo anuncio: ``Se siente sólido''. Sin ningún empacho, un banco se promovía asociando el dinero con el excremento y le dio la razón al taxista:

--Si también parece que huele. ¡Y para colmo dice ``pruébame''!

Al avanzar el día llegaron los noticieros y la tarde, con los pormenores de una manifestación de maestros a Los Pinos. Los locutores insistían que no era nada, unos cuantos cientos de revoltosos que tenían el descaro de defender a unos secuestradores, o algo por el estilo. Pero luego, la asesoría vial de los mismos noticieros avisaba a los automovilistas que en el vasto perímetro de la calle tal a la calle tal, la marcha ocupaba el asfalto de los carros. El énfasis, uno obstante, era en el caos de la circulación y la mala onda de esos revoltosos.

--O sea que qué --espetó a una profesora de kínder con su niña que viajaban a una clínica del Seguro--, ¿es una marcha chiquita de tres pelados, o una manifestación en forma y cantidades de personas o si no por qué está tan perjudicado el tráfico?

Ante la perplejidad de la profesora, que no quería comprometer sus opiniones con un desconocido, el taxista prosiguió sus teorías con entera libertad:

--La culpa de todo la tiene el gobierno, eso ya lo sabemos. Pero hasta cierto punto. El secreto de los desordenes del mundo está en el dinero.

--Sí verdad --dijo la mujer, por no ser grosera.

--Mire si no. Los americanos. El petróleo. Hacen una guerra para que suban y bajen las bolsas, usted perdonará la expresión, con la bragueta del señor presidente de allá, y en Brasil el real ya no es real, se le rompe la samba y los pedazos caen hasta acá.

Como si lo que decía fuese claro y lógico, estableció relaciones:

--Esos maestros --y señaló la bocina de su radio en el tablero--, están mal pagados. Peor que yo con mi carro del alquiler, y no que me vaya bien. Y el dólar, ¿ya oyó?, está igual de caro que las tortillas, pero usted, señora, de todos modos me va a pagar cuando se baje lo que diga el taxímetro, que trae las tarifas del año pasado, dése cuenta.

La mitad del pasaje evitaba discutir, por el cuscus de que en los taxis asaltan, y eso impedía que de entrada le tuvieran confianza. Y así como hablaba, a muchos se les hacía medio agresivo.

--Usted a qué se dedica o qué hace o qué --interrogó a uno que llevaba cámara fotográfica y tripié y una bolsa llena de pares de tenis, vestido con bermudas de playa y una camisola negra de los Bulls de Chicago.

--Soy publicista --respondió con docilidad el pasajero.

¿Así, en día laboral, con las piernas peludas al aire? Por eso estamos como estamos, pensó el taxista, antes de decir:

--Usted ha de saber, mire, ¿por qué ese anuncio en la parada le pone así?

El pasajero publicista venía en otra frecuencia claramente, y apenas acertó a decir un ``¿qué?'', y leyó a través del cristal del taxi: ``Se ve sólido''. Un comercial que sale en los periódicos y las revistas. Propaganda de un banco español. Nada del otro mundo.

--¿Qué? --repitió el publicista, más atento.

--¿Qué se le figura a usted? --tanteó el taxista--, ¿no lo ve medio raro?

--Nnno, no --acertó a vibrar la lengua del publicista pegada al paladar. Contra su voluntad y su costumbre, empezó a ver lo que veía el taxista. Carajo, acababa de comer, y bien, y el chofer este con sus cochinadas.

Ya mejor allí dejaron la plática hasta que el publicista de las bermudas bajó no lejos de la Zona Rosa, furioso de que le echara a perder la digestión.

Los embotellamientos de la marcha insignificante llegaban hasta esa parte de Insurgentes y sus vías alternas. Con todo y que la fase 2 de contingencia ambiental obligaba a muchos a dejar su carro estacionado (para beneplácito de los ruleteros), a la gente no le gusta caminar, y el cachondeo del Metro uno se hizo para todos. Y luego, tanto asalto. Mejor se arriesgan a pagar un taxi.

No dejó ir vivo ni al último usuario del día, un joven estudiante de esos finolis que no acostumbran ser pasajeros de nada que no sea avión y que había subido frente al ITAM.

--¿Ya se fijó en el cartel ese? ¿Será que eso es hacerse rico? A mí no me parece tan rico, viera.

--Fuck --masculló el joven en cuestión, divertido por el hallazgo escatológico del chofer. Anochecía.

En el delirio urbano del largo trayecto, el tenaz ruletero ignoraba, al igual que el futuro economista con futuro, que un profeta devaluado llamado Marx ya dijo. O sea, dijo que todo lo que es sólido se evapora en el aire. Pero bien que veían esa evaporación con sus propios ojos, ``y sin nada de tapaderas'', como antes gritaban los vendedores de videos pornográficos en el Metro Basílica, por donde bajó el último pasajero.

Ya los habían quitado, a los vendedores, ahora que viene el Papa y las Pepsi. Pero seguía allí el anuncio luminoso que dice: ``Se siente sólido'', sin parecerlo realmente.