Ahora que hasta los adversarios realizan una campaña en pro de que el PRD viole su legalidad interna en ``favor de la unidad'', pues según ellos ``no sería inteligente prescindir de tan buenos elementos'', es necesario hablar del problema de fondo: las corrientes y los candados verdaderos.
Las corrientes han sido un instrumento de las minorías para controlar al partido. Surgido éste de la amplia movilización de masas de 1988, las corrientes fueron un recurso de los agrupamientos políticos que llegaron tarde y precipitadamente al PRD, pues de esta manera, en el proceso de construcción y dirección partidaria, la falta de representación en el movimiento real se compensaba, para ellos, controlando el aparato organizativo, los recursos y las instancias formales. La lucha por la dirección del partido fue protagonizada esencialmente por los agrupamientos minoritarios, los cuales lograron imponer reglas y un sistema donde todo miembro, para ser considerado activo, debería establecer lealtad a una corriente interna.
Desde el segundo Congreso, a finales de 1993, las corrientes lograron la legalización de sus estructuras, aprobando el sistema de planillas para la integración de sus órganos de dirección, particularmente los consejos y comités ejecutivos estatales y nacionales. El sistema de planillas quedó establecido en el estatuto y se convirtió en el principal candado para la vigencia y existencia de las corrientes, las cuales administran desde entonces la jerarquía de los candidatos y la representación de los miembros, pues para aspirar a un puesto de dirección es necesario ser reconocido por quienes son propietarios de las corrientes, y en toda elección administran el orden de las planillas. Este candado contra la participación directa y la elegibilidad de los ciudadanos, sin tutela de las corrientes, cuestiona el espíritu de los artículo 2 y 10 incisos III y IX del estatuto, donde se establece el derecho libre e igualitario de todos los militantes para participar y ser elegidos, pues aunque en el artículo 30 inciso IV se habla de la posibilidad de integrar planillas de una sola persona, esto es en desigualdad de condiciones frente a los grupos y corrientes que se integran en una sola planilla.
En un principio las corrientes justificaron su existencia como expresiones de pensamiento político e ideológico; al paso del tiempo no sólo no lo fueron, sino que obstruyeron el desarrollo del partido como instancia de debate político, de estudio y formación de idearios ideológicos. En las estructuras internas del PRD no se discute la política nacional de manera formal.
Las corrientes sustituyeron el debate y la discusión por luchas internas por posiciones y se inclinaron muchas veces por la simulación. Las corrientes excluyeron a miles de miembros a todos los niveles y se empezó a formar una burocracia temprana, recelosa del talento individual y colectivo, con prácticas de cúpula y con un código de defensa mutua que en cada proceso de renovación interna se reacomodan, pero no se alteran en su esencia.
Las corrientes y el ejercicio de representar al partido desde la minoría se legitimó políticamente, al momento de que uno de los grupos minoritarios, provenientes del PST-PMS declinó su candidatura a favor de la planilla mayoritaria y éste fue colocado arbitrariamente en segundo lugar de la planilla mayoritaria como un reconocimiento al peso de un grupo dentro del aparato, otorgándole exactamente el lugar que necesitaba para reproducirse, en beneficio del mismo: la secretaría general. Este grupo que no contaba por sí mismo ni con tres por ciento de representación, pasó por este hecho a controlar la vida interna, interpretación de estatutos y su aplicación, allegándose para ellos la adhesión y lealtad de la mayoría de presidentes estatales del partido, muchos de ellos cuestionados, pues esta ``fuerza mayoritaria'' no ha significado un impulso a la vida interna y el desarrollo político y organizativo del partido; sin embargo, la tendencia es culpar de esta situación al actual presidente del partido, cuando lo que hoy está en juego es que ese mismo grupo, responsable de la burocratización, ahora extienda con plenitud el control sin contrapesos por tres años más. El artículo 19 inciso III, aprobado por el cuarto Congreso, fue sin duda una previsión intuitiva contra este fenómeno de institucionalización de la burocracia a través de la suma de grupos minoritarios, que sobre la base de pactos políticos controlan hasta la interpretación del estatuto, y pretenden aplicarlo bajo la idea de que sus representantes son indispensables y que el escalafón es la regla esencial para la conformación de los órganos de dirección del partido.
El desarrollo de esta clase política, en su comportamiento y prácticas, no inspira ambiente de cambio, pues justamente cuando el país desea enterrar la cultura priísta y la ideología de la política como escalafón de puestos, en el PRD se pretende reproducir la lógica de que hay que desechar la legalidad, porque los inelegibles son insustituibles. Si las planillas son representación de corrientes de pensamiento y se gana en conjunto a través de una planilla, ¿por qué los inelegibles como presidente y secretario general no se incorporan en tercero, cuarto o quinto lugares? ¿Acaso es la presidencia el único lugar donde pueden aportar su experiencia? ¿Por qué violentar un mandato legal, por una aspiración política personal? ¿Es eso responsabilidad e institucionalidad?
Los verdaderos candados contra la participación y el desarrollo de la militancia deben ser sometidos a revisión por un congreso, no las prevenciones contra la burocratización; ojalá que se usara la imaginación para cosas sustanciales y no para inventar escapes contra la legalidad y en defensa de quienes sin sustento ninguno se consideran indispensables.