MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco
El número de la suerte
"Van nueve y faltan siete para que me toque", piensa Nina mientras hojea la revista deportiva abandonada en el sitio que ahora ocupa. Las imágenes de futbolistas y boxeadores no la seducen y opta por hacer breves operaciones matemáticas apoyándose en los números de los que depende su futuro: "Nueve y siete: dieciséis. Dieciséis entre dos igual a ocho".
Sin darse cuenta, Nina dibuja sobre su falda el número que ha sido siempre clave de su vida: "A las ocho de la mañana entrábamos en la escuela, a las ocho de la noche volvía mi mamá del hospital donde era afanadora, mi primer sueldo fue de ocho pesos, Alfonso va a cumplir ocho años, Victoria pasó a sexto con ocho de promedio y mi sobrina Anaís tiene ya ocho dientitos". Tras una pausa agrega: "Joel lleva ocho meses sin trabajo".
El recuerdo de su esposo y la frase que una mujer pronuncia al pasar la hacen estremecerse: "Que ya nomás recibirán hasta las ocho de la noche. Lo malo es que pasa de las seis". Nina piensa que antes de una hora tendrá que estar ante el encargado de la contratación: un hombre alto y pálido con lentes de montura dorada.
Hace un buen rato, cuando el tipo salió de su despacho rumbo a los sanitarios, algunas aspirantes intentaron entregarle comprobantes de estudios y cartas de recomendación. El las rechazó con una cordialidad fría: "Regresen a su lugar y esperen su turno, por favor". Después de esa aparición el hombre no ha vuelto a salir de su oficina. En dos ocasiones el mensajero le ha llevado vasitos de café.
Fatigada por la tensión de la espera, Nina intenta otra vez sumergirse en La infinita posibilidad de los números. Así se titulaba el artículo que leyó hace meses. Su autor sostenía que jugar con cifras y guarismos es bueno para el funcionamiento general del organismo: abate el insomnio, cura los nervios y la mala digestión y frena el deterioro del cerebro que conduce a la enfermedad de olvido.
Nina intenta recordar el otro nombre del mal que carcomió los últimos años de su abuela. Antes de conseguirlo, llama su atención el paso decidido con que su antecesora se dirige a la oficina de contrataciones. Cuando escucha el golpe de la puerta al cerrarse, Nina levanta las manos a la altura del pecho y le suplica a San Judas Tadeo que la mujer hable rápido pues sólo así quedará tiempo para que la entrevisten a ella.
Cree que el encuentro con el jefe de contrataciones tiene que darse hoy porque es su día de suerte. Comenzó a creerlo por la mañana en el momento en que se desvanecieron sus temores de un nuevo embarazo. Su optimismo se fortaleció cuando su hermana le habló por teléfono y le aconsejó ver en el periódico el anuncio de la Feria Empleo Abierto.
Mientras buscaba el desplegado Nina sumó las letras ų"dieciocho"ų, y encontró en el resultado, otra vez, el número de su suerte. Esto le dio valor para informarle a su marido que saldría en busca de trabajo. La primera reacción de Joel fue negativa. Nina logró modificarla recordándole el infierno en que se había convertido su vida familiar y social desde que ambos quedaron desempleados. Acabó de vencer la resistencia de Joel cuando le preguntó si estaba dispuesto a pasar otro fin de semana tan pavoroso como los últimos. La respuesta fue inmediata: "No".
Nina siguió escuchando el monosílabo mucho tiempo después de que llegó a las instalaciones de la Feria: un galerón dividido con mamparas y techado de lonas desde las que pendían, agitadas por rachas de aire helado, cartulinas estimulantes: "Date una oportunidad", "Tu solución es nuestra solución". Cuando Nina se dio cuenta de que esta palabra estaba integrada por ocho letras ya no dudó de que allí iba a encontrar la respuesta a sus problemas.
II
Nina ve con disimulo el reloj de la mujer que cabecea a su lado: "Veinte para las ocho". Las dos manecillas juntas le recuerdan el camino de la escuela y a su madre acabando de peinarla. La imagen se pulveriza bajo el acento chillón con que una edecán grita su nombre y le indica la entrada a la oficina de contrataciones.
Apenas llega al cubículo Nina ve sobre el escritorio un gafete con el nombre de su entrevistador: José Lara. "Ocho letras". Los buenos augurios que encuentra en ese guarismo se desvanecen cuando oye al hombre: "Le advierto que nos queda muy poco, pero no perdamos las esperanzas y vamos a ver". El señor Lara revisa a toda velocidad las hojas contenidas en una carpeta. Al fin se detiene a releer el último renglón de una página: "Aquí hay algo, pero no creo que vaya a interesarle".
Nina alarga la mano para impedir que el señor Lara siga adelante: "šDe qué se trata!" El encargado de las contrataciones, sorprendido por la libertad que Nina acaba de tomarse, le contesta con sequedad: "Atención a un comercio de la Plaza Brigadoon". "La nueva", dice Nina, asaltada por el recuerdo de sus hijos y el último amargo fin de semana.
Lo pasaron precisamente en el nuevo centro comercial. Oloroso a pintura, lleno de ecos, semidesierto, atrajo a decenas de familias que se detenían, con el rostro marcado por el deseo y la frustración, a ver la infinita variedad de ofertas siempre inaccesibles. Contemplar los nuevos modelos de juguetes y los avances de primavera no fue suficiente para satisfacer las aspiraciones de sus hijos. Alfonso y Victoria manifestaron su disgusto sumiéndose en un silencio rencoroso y malencarado.
El regreso a casa fue un infierno dentro del automovilito destartalado. Los niños abrieron las ventanillas cuando su padre se atrevió a encender un cigarro y luego le pidieron a Nina que apagara el radio si es que pensaba seguir oyendo esa música. Después, cuando entraron en la casa y su padre les preguntó el motivo de sus malas caras, la respuesta fue contundente: "Es bien aburrido que nos lleven nada más a ver", dijo Alfonso. Entusiasmada por la sinceridad de su hermano, Victoria hizo una propuesta: "ƑPor qué mejor no nos quedamos en la casa?"
La noche terminó mal: los niños perdieron el apetito y el interés por la televisión. Nina y Joel se enfrascaron en una de esas discusiones de las que sólo se puede escapar a través de un sueño pesado y poco reparador.
III
Nina tiene que esforzarse para entender el discurso del señor Lara, que repite: "El local está bien ubicado, el salario es bueno. El problema está en el horario; viernes, sábado y domingo de las dos de la tarde a las diez de la noche". Nina piensa: "Diez menos dos igual a ocho". Allí está la señal de que el puesto le conviene y esto la hace sonreír.
El señor Lara interpreta el gesto como un rechazo pero mantiene su actitud abierta: "Lo comprendo. Ya se lo explicamos al dueño pero no quiere cambiar de actitud: dice que un negocio como el suyo tiene que ser atendido por mujeres. Desde luego ninguna quiere dejar a su familia el fin de semana y mucho menos los domingos".
Nina repite mentalmente la palabra "domingos" y al mismo tiempo cuenta las letras: son ocho, señal de que debe tomar el empleo y así se lo hace saber al señor Lara. El asiente complacido pero agrega: "Quiero dejar bien sentado que dos retrasos equivalen a una falta y dos faltas ameritan despido. ƑDe acuerdo?" Ella dice que sí y promete que no faltará a su trabajo. "Entonces llene este documento". Apenas termina de firmar la última página, Nina corre en busca de un teléfono para darle las buenas noticias a Joel. Mientras espera su turno, le cuesta trabajo reprimir su deseo de contarles a quienes pasan por allí que es feliz: tiene trabajo. Aun cuando el salario no es mucho le permitirá satisfacer algunos deseos de sus hijos. A cambio, ellos le regalarán su sonrisa.