La Jornada 17 de enero de 1999

Cuando pinto soy tan libre como necesito:Leonel Maciel

César Güemes, enviado, Cuernavaca, Mor. Ť Al margen de los Evangelios se titula la nueva muestra de Leonel Maciel, dueño del color, y a la vera de ellos se ha situado para ofrecer trece cuadros de gran formato con doce crucifixiones y una última cena, todo ello en muy diversos estilos, exposición que se puede apreciar en la hacienda de San Gabriel de Las Palmas, a las afueras de Cuernavaca. Personaje de novela, viajero sin reposo, así es Maciel.

-Luego de que su estilo está ya muy conformado, ¿a qué necesidad responde el hecho de que en una sola muestra aplique trece tendencias pictóricas distintas?

-El público te identifica por una sola manera de pintar, es cierto. Pero he sido un hombre muy inestable tanto física como interiormente. Voy cambiando, me hago viejo. Y como me gusta moverme, ir de un lado a otro, no entendería el hecho de encasillarme. Si cambio por dentro es natural que varíe mi forma de expresarme. Y no lo veo tanto como una experimentación, sino como una aventura en la que soy libre. Ya que en la vida diaria no puedo ser del todo libre, porque dependo de los asuntos políticos, sociales o sentimentales, por lo menos cuando pinto soy tan libre como necesito. No digo que hago bien o mal, sencillamente tengo la necesidad de ser así. Claro que la libertad en la pintura tiene un precio: a lo mejor esto ya no gusta como mi anterior trabajo y no se vende. Entonces, con esta muestra dejo claro que cuando pinto no estoy pensando en lo que el trabajo me puede reportar.

-A manera de contrapunto de esta libertad, lo cierto es que trabaja todo el día todos los días. ¿La disciplina también es libertad?

-Así parece, pero no tengo horario. Hay algunos días, no muchos, en los que no hago nada o me quedo dormido. Lo que funciona para avanzar, al menos en mi caso, es que trabajo varios cuadros al mismo tiempo. La disciplina mayor es irme a los cafés por las tardes o noches.

-Este acto en apariencia tan cotidiano, como asistir a un café por las tardes, ¿en qué lo alimenta?

-Satisface mi apetito de ver gente, de encontrar amigos y de salir, de no permanecer en un sitio cerrado.

-Regresa ahora de un largo viaje por Europa que inició en Islandia y fue allá donde prácticamnete comenzó a exponer, en el 67. ¿Cómo fue el regreso?

-Tengo amigos allá, y en efecto me encontré con el señor que me hizo la primera exposición en el Café Moka. Estar en Islandia me hace saber que estoy frente a un paisaje que es completamente distinto a todo lo que conozco. Por eso me sirve, porque veo el color de otra manera. Además de que fui de nuevo, porque los islandeses me consideran uno de ellos, puesto que son tan pocos. No voy en plan de turista, pues.

-Ahora que vemos Al margen de los Evangelios es necesario saber cuál ha sido su formación religiosa.

-Me formé en un seno católico como casi todos los mexicanos. Por fortuna la gente del Pacífico tropical no es mocha. Se practica la tradición, pero no más allá. Lo único que me interesaba de las comuniones era el chocolate con pan que obsequiaban. Del pecado hasta muy tarde vine a saber que era un acto y no un pescado grande del tamaño de un tiburón. Lo que sí tengo es respeto por el cristianismo, que es fe de muchos.

-Y algo queda, pues, porque de otro modo no habría dedicado el año anterior -casi completo- a los trece cuadros de gran formato que ahora vemos. Su última cena es muy singular.

-Lo que entra al subconsciente ya no sale. Luego, quise hacer ese cuadro número 13, esa última cena, a fin de reflejar el momento en que ya todos se han ido y el personaje central se queda solo. Es entonces cuando Jesús se da cuenta de que ha llevado su soberbia al límite. ¿A quién se le puede ocurrir que es capaz de salvar a toda la humanidad? ¿De qué chingados hay que salvar a la humanidad? Eso es algo que no se entiende, y de lo cual el personaje se da cuenta. Ahí viene el temor y algo muy severo y tremendo, la soledad. Solo es como lo vemos. Al menos es mi interpretación luego de haber estudiado con calma y cuidado los Evangelios. La soberbia implica soledad necesariamente.