Adolfo Sánchez Rebolledo
Corrientes a contracorriente

El PRD es dueño de una sorprendente vitalidad interna que se expresa en la variedad de corrientes y grupos que lo forman. Esa pluralidad es, justamente, la marca de la casa, señal de identidad que muestra su fuerza pero también las debilidades obvias de un organismo que aún no acaba de crecer.

Un ejemplo: una docena de aspirantes compiten para suceder en la presidencia del partido a Andrés Manuel López Obrador; varios de ellos pertenecen a una misma ``corriente'' que a su vez está integrada por varios grupos diferentes entre sí. Esa diversidad es positiva por cuanto expresa matices, puntos de vista cuya existencia es necesaria y legal.

Sin embargo, la competencia entre corrientes y grupos, que suele darle sentido al juego democrático interno, no siempre es prueba de vitalidad. Cuando éstas dejan de lado la defensa de las ideas como razón de ser, cristalizan en pequeños cotos de poder capitaneados por unos cuantos jefes inamovibles cuya acción tiende a suplantar la participación individual de los militantes y, en definitiva, anula la actividad de los organismos partidistas. Sería muy sano que las corrientes que ahora mismo compiten en el PRD por la presidencia del partido como por la postulación del candidato a la Presidencia de la República, dijeran a los mortales comunes ¿qué las distingue unas de otras? ¿qué piensan sobre el futuro de México? ¿cuáles son aquellas propuestas que justifican su existencia? Si como dijera hace poco una dirigente del partido, las diferencias más graves entre los líderes del partido son cosas del pasado ¿qué es lo que todavía mantiene unidos a los grupos y a las corrientes?

Parece obvio que el reconocimiento legal de las corrientes dentro de un partido sólo es viable mediante el ejercicio democrático de la libertad para opinar y organizarse con autonomía, aunque tal libertad contradiga el sentido común dominante dentro del partido. Parece injusto, en esa perspectiva, el ramalazo contra Porfirio Muñoz Ledo tras anunciar la creación de Opción por la Nueva República que sin duda alguna no es, como se dijo, ``una corriente más'' dentro del PRD. ¿En qué quedamos? ¿Hay plena libertad o ésta sigue condicionada al cumplimiento de reglas no escritas que nadie puede violar?

Este no es el único asunto que el PRD debe atender con mesura, sin quebrantar su legalidad interna y, más aún, demostrando que la pluralidad es un bien colectivo no un mal necesario. Hay una disposición estatutaria que corta de raíz las aspiraciones de algunos dirigentes perredistas a proponerse como candidatos a la presidencia del partido, no obstante sus méritos reconocibles. Descontando el absurdo que supone imponer tales restricciones, lo cierto es que a tamaña tontería no se le puede combatir eficazmente con una resolución amañada que deje intocada la causa del entuerto. Si la aprobación de tal artículo fue un error del congreso, sólo quedan dos caminos para resolver el problema: el primero pasa por aplicar el estatuto dejando fuera a los aspirantes que no cumplan con los requisitos, con lo cual, ya se ha dicho, se cometería una tontería política; el segundo, poco viable, sería realizar un congreso extraordinario a fin de modificar la que a todas luces es una disposición incorrecta.

Es obvio que cualquiera de estas salidas tiene problemas, pero ¿no es un justo castigo a la ausencia de rigor en el congreso? El PRD tendrá que revisar a fondo los fundamentos de su vida interna sin dormirse en sus laureles. Tiene que respetar su propia legalidad y el ámbito de libertad interna que hace posible las corrientes y, por qué no, las contracorrientes.