Ahora que los sobresaltos financieros internacionales vienen de Brasil, volvemos a escuchar en México el mismo discurso de cuando llegaron de la región Asia-Pacífico y de Rusia. En esencia, los responsables de la conducción económica del país dicen que los fundamentos de la economía mexicana son muy sólidos y que gracias a la política cambiaria cuenta con un apropiado mecanismo de absorción de los choques externos.
A reserva de que alguien nos aclare qué son exactamente los ``fundamentos de la economía'', la reiterada afirmación acerca de su presunta solidez no parece tener mucho sustento. Con una tasa de crecimiento en declinación (la del PIB llegó a su máximo nivel en 1997 y en 1999 y 2000 será menor a la de 1998), con una situación fiscal muy apremiante que redujo al mínimo los márgenes de acción económica del gobierno, con un déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos que ya es muy cercano a 4 por ciento del PIB, con un sector bancario en crisis, sin crédito interno, con costos financieros muy elevados y con un rebrote de las presiones inflacionarias, cuesta trabajo calificar la situación económica nacional como firme, maciza o fuerte (que es lo que significa el adjetivo ``sólido''). Ante ese cuadro, cabe, al menos, la duda.
A cada espasmo de los mercados mundiales la fragilidad económica interna se incrementa. Es cierto que México no tiene por sí mismo ninguna posibilidad real de influir en los factores globales que están en la base de las turbulencias financieras internacionales, pero también lo es que su capacidad de respuesta ante los choques externos está prácticamente devastada. La estrategia gubernamental no cuenta con dispositivos de anticipación ni con planes de acción para enfrentar contingencias como las que se han presentado en los mercados externos desde fines de 1997 y ante las cuales la economía ha debido postrarse paulatinamente. Acaso por creer que esos dispositivos son contrarios al mercado, las autoridades se han limitado a reaccionar poniendo en práctica una política cuyos efectos son similares a los buscados en el terreno de juego por ciertos entrenadores de fútbol: achicando la economía. La ``política del achique'' se manifiesta en los sucesivos recortes sufridos por el presupuesto público en 1997 y en la frecuente aplicación de cortos por parte del Banco de México, como el decretado ayer.
A falta de neutralizar o minimizar las ondas de choque producidas por las turbulencias financieras externas, con esas medidas se intenta contrarrestarlas, pero sacrificando la capacidad de crecimiento y perpetuando las distorsiones financieras y monetarias. Es un círculo vicioso que las autoridades no se atreven a romper. Después de cada embate de los mercados externos --y el vendaval está lejos de terminar--, los márgenes de acción de esta estrategia se han ido reduciendo. ¿Hasta dónde pueden llegar los cortos del Banco de México? ¿Cuál es el límite de los recortes presupuestales?
Se dice que debido a la flexibilidad que le otorga el régimen de flotación, el tipo de cambio es el amortiguador de los choques externos. Cuando los agentes económicos con capacidad de alterar el mercado financiero interno manifiestan nerviosismo y regresan a posiciones en dólares, el tipo de cambio se incrementa. Cuando pasa la tormenta y los inversionistas comprueban que los ``fundamentos están sólidos'' (para lo cual las autoridades monetarias suelen ayudar con su política de altas tasas de interés), el tipo de cambio, teóricamente, regresa a lo que ayer el secretario Gurría denominó, en una entrevista radiofónica, como su ``altura de crucero''.
Sólo que hay un pequeño problema: en la práctica, el tipo de cambio ha sido sumamente inflexible a la baja. Desde el 27 de octubre de 1997, cuando la cotización del dólar interbancario se apreció en 6 por ciento al pasar de 7.88 a 8.39 pesos, su trayectoria ha sido ascendente. Más allá de sus fluctuaciones cotidianas, la tendencia es inequívoca. De escalón en escalón, en los 14 meses transcurridos desde entonces, el valor del dólar llegó ya a rebasar la barrera de los diez pesos. Ayer su cotización cerró en 10.55 pesos. ¿Será ésta su nueva ``altura de crucero''? No lo sabemos, pero de lo que no hay dudas es que, para validar empíricamente la hipótesis de la flexibilidad propia de un régimen de flotación, el premio a los inversionistas financieros habrá de registrar nuevos incrementos sustanciales. Aunque con ello se estropeen un tanto más los famosos ``fundamentos''.