León Bendesky
El zarpazo brasileño

Se precipitó la crisis brasileña y con ella una nueva ronda de inestabilidad en los mercados financieros internacionales. Las crisis no siguen un guión pero sí responden a una determinada lógica que está en el modo en que operan los mercados y se distribuyen los recursos. Esta lógica esta hoy enmarcada en los movimientos especulativos de los capitales y en las presiones que ello genera sobre los presupuestos de los gobiernos, las empresas y las familias. Los eventos que precipitan las crisis pueden tener diversos orígenes pero, finalmente, se asientan en la fragilidad de cada una de las economías nacionales. Así le está pasando a Brasil y también a México en donde los efectos de la devaluación del real y la abrupta caída de la bolsa se están dejando sentir con fuerza.

Desde octubre de 1998 es evidente que la economía brasileña estaba profundamente debilitada después de más de cinco años en que se han acumulado grandes desequilibrios internos y externos. El déficit fiscal se genera en gran parte por la carga financiera asociada con los altos intereses y no necesariamente, como quiere la interpretación dominante, cargada de una fuerte ideología antiestatista por su miope librecambismo, por un aumento del gasto público en general. Las repercusiones del modelo económico castigan permanentemente a la producción, al empleo y al ingreso de la población, eso que suele llamarse la economía real. Esto ya lo están entendiendo los empresarios mexicanos representados por Eduardo Bours, que después de años de entusiasmo ven límites que impone el patrón global del ``neoliberalismo'' y la política económica que de él se deriva en sus propias ganancias.

Y la crisis brasileña surge de modo adelantado, a pesar del compromiso de profundo ajuste fiscal ofrecido por Cardoso tras ganar cómodamente la reelección, y de negociar con el Congreso una reforma del sistema de pensiones y recortes del gasto. La crisis le estalló adentro, cuando Itamar Franco, gobernador de Minas Gerais; declaró una moratoria de la deuda de su estado con el gobierno federal. Esta situación expresa la diversidad de los conflictos que se crean al interior de los países, y las limitaciones de las variables agregadas para dar cuenta de la evolución, o como quieren aquí en México, de la salud de la economía.

Brasil es ya la explicación del actual descalabro de la economía mexicana, y no cabe duda que los efectos adversos se transmiten de manera rápida y directa, esas son las reglas del juego. Pero no se puede seguir argumentando acerca de la solidez interna y ponerse como víctima de los males ajenos. Ese discurso está gastado después de la crisis financiera del sudeste asiático y la reducción de los precios del petróleo. La inestabilidad se transmite de modo tan fuerte por la propia fragilidad de esta economía. Y la manifestación es muy clara: depreciación del peso, intervención del banco central en el mercado cambiario, ampliación del corto en el sistema financiero, elevación de las tasas de interés (están otra vez por arriba de 32 por ciento). Según los secretarios Gurría y Blanco la economía tiene capacidad para absorber estos choques externos, pero el único mecanismo es el régimen de paridad flexible. Esto no alcanza y ellos lo saben. Y la metáfora de que después de devaluarse el tipo de cambio llega de nuevo a su ``nivel de crucero'' (dixit Gurría) es irrelevante. El año pasado el peso se devaluó casi 25 por ciento y ahora habrá que ver en que nivel queda después que ayer llegó a cotizarse en más de 11 por dólar y cerró por encima en 10.55; seguramente tendrá que volar más bajo, además hay que agregar el efecto negativo de la caída de la bolsa de valores que perdió 4.6 por ciento y durante el año lleva ya una pérdida acumulada de 16.6 por ciento. No hay mucho para adonde hacerse para aguantar este nuevo choque financiero ya que el presupuesto es tan restrictivo que cualquier ajuste por ahí es muy limitado y sumamente costoso.

Otra vez el gobierno ve desmoronarse sus proyecciones económicas recién salidas de los hornos de Hacienda y avaladas por las alianzas en el Congreso. La evolución económica va a ser más lánguida de lo esperado. En el fondo del asunto está la incertidumbre que se desató desde la crisis de 1995 y la incapacidad del programa económico de recuperar la confianza de los inversionistas y del resto de la población. Esto abre las puertas para nuevas iniciativas y propuestas antes de que este barco encalle o repita la historia que está de moda del inhundible Titanic. Pero lo que debe también evitarse es el secuestro no solo de la crítica sino de la iniciativa para modificar el curso actual de la economía, como la que intenta ahora desde Dublín Carlos Salinas con su nuevo socio intelectual Roberto Mangabeira Unger y su argumento de que el mercado de capital global no es la solución. Hay memoria política y también una política de la memoria. Que se cuiden de este mensaje de ultratumba a quienes les quede el saco.