La Jornada martes 5 de enero de 1999

Ugo Pipitone
Euro

Once monedas europeas acaban de desaparecer de los mercados mundiales del dinero para ser sustituidas por el euro. En el primer día de operaciones, el nuevo signo monetario se comportó según las expectativas, ganando centavos a sus principales competidores, el dólar de Estados Unidos y el yen japonés. Y sin embargo, la carrera apenas comienza y será larga.

Para varios países de Europa, la nueva moneda implicó hasta ahora dinero más barato (con la esperanza que sea esta una de las claves futuras del combate contra el desempleo) y la progresiva eliminación de los costos de las transacciones cambiarias intraeuropeas. El viejo continente da un impulso poderoso a su integración económica, mientras se convierte en uno de los mayores protagonistas de la economía mundial del futuro. Y aquí están las dos principales claves de lectura del euro, pues por una parte, está el inicio de complejos -y en gran medida impredecibles- procesos de interdependencia entre regiones, naciones y sectores productivos en el escenario regional, y por la otra, la transformación de Europa en un actor más independiente y poderoso en el contexto económico y financiero mundial.

A propósito del primer aspecto, sin embargo, no se debe esperar cambios sustantivos en el corto plazo. Las distancias de productividad y de bienestar entre regiones y países de la Unión Europea no desaparecerán milagrosamente en razón del euro. Una moneda común y mercados ampliamente interconectados no impidieron que, dos siglos después de su independencia, Estados Unidos siga teniendo en su interior diferencias regionales importantes en términos de ingresos. Connecticut, por ejemplo, registra un ingreso medio doble respecto de Mississippi, y el ingreso de Nueva York o de California es casi 50 por ciento superior al de Montana, Alabama, Arkansas, West Virginia o Arkansas.

La moneda común europea será inevitablemente un factor de mayor comunicación y de mejor alocación de los recursos en el espacio regional, pero será importante sobre todo en función de la capacidad de construir una política económica conjunta, capaz de promover el desarrollo regional, de reducir el desempleo estructural y de reforzar las conexiones entre las zonas más atrasadas y las más avanzadas de Europa. Y para esto se requerirá mucho más que un Banco Central Europeo y una moneda única. Europa está condenada al éxito. Si no fuera así, si el desempleo y las agudas diferencias nacionales se conservaran por mucho tiempo en el futuro, las tensiones nacionalistas podrían reforzarse hasta límites peligrosos para la subsistencia del proyecto regional.

Por lo que concierne a los aspectos internacionales, el euro está destinado a tener varias consecuencias importantes. Tenemos aquí, por lo pronto, la superación de una anomalía: una región del mundo del mismo tamaño económico de Estados Unidos, con quince diferentes signos monetarios. Una situación de grave debilidad frente al dólar y al yen de parte de las autoridades monetarias europeas. Para poder consolidarse como un referente firme en el contexto financiero internacional, el euro necesitará favorecer la estabilidad financiera y económica globales. Una crisis económica mundial en las fases iniciales de consolidación del euro podría resultar fatal para una nueva moneda cuya fuerza no está sólo en la eficiencia de las economías subyacentes sino en la viabilidad y solidez del proyecto político de la región.

El otro aspecto que ha capturado la atención de los observadores, es la inevitable rivalidad monetaria entre Europa y Estados Unidos. Pero, independientemente de la forma e intensidad que asumirá en el futuro esta rivalidad, la aparición del euro será seguramente un factor de estabilidad económica mundial. La excesiva dependencia de la economía mundial de las altas y las bajas del dólar se convirtió en las últimas cuatro décadas en un factor peligroso para la estabilidad global.

Después de un siglo XX de guerras devastadoras y de una escasa presencia política de Europa en el mundo debido a la guerra fría que la mantuvo amarrada a Washington en la segunda mitad del siglo, era hora de que el viejo continente comenzara a balancear el poderío financiero y monetario de Estados Unidos. En este sentido también, el euro es buena noticia. Además de ser un primer paso en la dirección correcta.