Luis Hernández Navarro
Rabasadas

Emilio Rabasa Gamboa dijo nuevamente rabasadas. Correspondió a él inaugurar la nueva andanada de fuegos de artificio verbal que el gobierno federal ha lanzado sobre el zapatismo con el año nuevo. El coordinador gubernamental para el diálogo en Chiapas celebró su casi primer aniversario en el puesto de la misma manera en que tomó posesión: formulando una larga retahíla de insensateces.

Reprobado en el primer grado de ciencia política y practicante de esa variante de new age que es la filosofía sobre el fin de la historia, el distinguido descendiente de la aristocracia chiapaneca declaró a José Gil, de La Jornada (2/I/99), que resulta vergonzante el lenguaje zapatista de ``los de abajo'' y ``los de arriba'', porque son ¡marxistas! Seguramente, para el funcionario de la secretaría de Gobernación, el médico Mariano Azuela no era más que un bolchevique embozado cuando publicó hace más de 80 años su célebre novela sobre la Revolución Mexicana, Los de abajo.

Desafiante, el personaje habilitado como fusible de las conexiones entre el centro y la oligarquía chiapaneca, advirtió: si el subcomandante Marcos insiste en su negativa a dialogar con el gobierno, el conflicto podría empeorar en el futuro con más actos de violencia como Acteal. Viniendo de quien viene, el señalamiento no podía ser más grave. Los hechos muestran que en la masacre de Acteal el gobierno tiene responsabilidad. O los comentarios del funcionario son una torpeza más o son una amenaza de lo que el régimen piensa hacer en el futuro inmediato.

El coordinador de un diálogo inexistente, que durante casi un año ha sido incapaz de sentarse a negociar con los zapatistas; que un día afirma una cosa para desdecirse 24 horas después; el operador de sucesivas derrotas diplomáticas en Canadá, Estados Unidos y Europa (que viaja por el mundo para atender lo que según él es ``sólo un conflicto político regional''), afirma: el movimiento rebelde fracasó porque no ha dado a sus comunidades el bienestar que les ofreció.

Y cuando José Gil le pregunta si no está responsabilizando al EZLN de funciones que le corresponden al gobierno, Rabasa sólo alcanza a responder que las comunidades se levantaron en armas por educación y agua potable. ¿Alguien en su sano juicio puede creer que miles de familias se rebelaron y han resistido durante cinco años el cerco militar para que Pronasol les llevara agua entubada? ¿No debería saber el responsable gubernamental del proceso de paz por qué luchan los zapatistas? ¿No hay examen de admisión para acceder al puesto?

No deja de ser cínico que Emilio Rabasa hable del fracaso zapatista en ofrecer bienestar a las comunidades, cuando el hoy Presidente hizo su campaña prometiéndolo, sólo para sumir al país en la peor crisis en muchos años. Asimismo, es una ironía que lo haga cuando la estrategia gubernamental hacia Chiapas durante 1998 naufragó estrepitosamente.

El objetivo central del gobierno a raíz de la matanza de Acteal consistió en tratar de ganar la iniciativa. Las acciones político-militares contra los municipios autónomos; la campaña de xenofobia contra los observadores internacionales; la presentación unilateral por parte del Ejecutivo de una iniciativa de reformas constitucionales sobre derechos y cultura indígenas sin respetar lo pactado en San Andrés; la ofensiva en contra de la Conai y la Cocopa, fueron todas parte de su intención por conquistar la iniciativa. No lo logró y tuvo que regresar a su vieja receta de ``administrar el conflicto''. Tampoco pudo imponer una ``negociación'' sin mediadores y sin condiciones, ni pudo frenar su aislamiento internacional, ni convencer a la opinión pública de su inocencia en la matanza de Acteal.

En dirección opuesta, a lo largo de 1998, el EZLN creció dentro de la zona del conflicto; las comunidades resistieron la ofensiva militar; los municipios autónomos siguieron funcionando; el conflicto en Chiapas se mantuvo como punto de referencia central en la política nacional, y el zapatismo amplió notablemente su presencia internacional.

Como parte de un gobierno que no tiene el consenso para hacer la guerra abierta ni la voluntad para alcanzar una paz digna, sólo marginalmente parte del equipo que toma las decisiones fundamentales sobre Chiapas, el coordinador gubernamental no tiene mucho espacio para incidir en el proceso. Sus declaraciones, sin embargo, no ayudan a nadie. Lejos de aclarar nada, las rabasadas enturbian el clima político que rodea al conflicto.