La Jornada 5 de enero de 1999

Sin amistad, nadie podría librar la batalla que me tocó, dice Rushdie

César Güemes Ť Después de todo lo que se ha dicho y se sabe de la burbuja protectora que desde el cuartel general de Scotland Yard cuida del autor de Los versos satánicos, más lo que se dice y se conoce de la seguridad pública en el Distrito Federal, lo que menos aguardas es verte de buenas a primeras al lado de Salman Rushdie, en la camioneta que lo transporta al sitio desconocido en que se hospeda, luego de visitar la casa sede de México como Ciudad Refugio. Gran parte del encuentro periodístico se debe a la generosidad de Carmen Boullosa, quien viaja también en el vehículo. Pero vamos por partes.

La expectación por la llegada del novelista indo-británico es proporcional al tamaño del mito que se ha formado en torno suyo. Una hora antes de que arribe a la casa sede en la Condesa, la cobertura que se esperaba discreta es ya masiva. Agustín Sánchez, anfitrión de la prensa, alcanza apenas a dar la bienvenida al numeroso contingente de reporteros, fotógrafos y camarógrafos que sencillamente aparecen unos tras otros. Alejandro Aura saluda, hace apuntes y conversa con todo dios en la especialidad ajedrecística de las simultáneas, y no suelta, desde que llega al sitio, el pergamino que como huésped distinguido le entregará en su momento al escritor.

Ahí están Carlos Monsiváis, la propia Boullosa, Alvaro Mutis, Juan Villoro, David Huerta e Ignacio Solares. A las 12:25 llega el jefe de gobierno de la ciudad, Cuauhtémoc Cárdenas, y un minuto más tarde la camioneta de la que desciende Salman Rushdie, sus acompañantes y parte del equipo de seguridad. Se esperaba el arribo de la policía inglesa especializada, desde luego. Pero eso no sucedió. ¿Quién lo cuida, entonces? Por principio, personal mexicano que pasa casi inadvertido entre el enjambre de cámaras que envuelven y desaparecen por momentos a Rushdie. Pareciera que la cosa es como en El complot mongol: todos vigilan a todos y nadie se da cuenta. Pero esto tampoco es cierto. La verdad es que hace un tiempo considerable un solo agente de Scotland Yard mantuvo pláticas con los encargados de seguridad en México a fin de establecer los parámetros necesarios.

``Del uno al 10, me siento en el siete''

Las cosas, sin embargo, no fueron tan simples. Vino, pues, el escritor a nuestro país, estuvo en Oaxaca para recibir en esa tierra sonora y fragante el año que comienza, regresó al Distrito Federal y de pronto, por razones que ahora no vienen al caso, pero que se relacionan justamente con su integridad física, fue necesario que se volviera invisible por un par de días. Es por eso que hubo quien alcanzó a verlo llegar al aeropuerto de la ciudad hace unos días. En realidad Salman Rushdie estaba ya en territorio nacional desde hacía por lo menos una semana. Y luego apareció, sonriente como se le ve de manera usual en las fotografías, para ser invitado especial en la presentación de la casa sede de México como Ciudad Refugio.

El encuentro con el narrador sucedió precisamente al término de una inusitada y breve conferencia de prensa en inglés, en cuanto fue presentada la casa sede. Minutos más tarde parecía, tan sólo parecía, que Rushdie iba a tomarse una copa con Cárdenas y Aura. Lo hizo a media distancia, porque diversos grupos de reporteros rodearon a cada uno de los tres. Salman, sin embargo, estaba más cerca de la salida que de cualquier otro sitio de la casa. Y, en efecto, salió. La camioneta de marras lo esperaba a punto y fue entonces cuando conversó, on the road, como puntualizara Carmen Boullosa, con La Jornada.

-A diez años del triste acontecimiento de la fatwa, ¿se siente ahora un poco más tranquilo, relajado?

-No me siento mal. Diría que me siento, del uno al diez, en el siete. El problema no ha desaparecido del todo, así que tenemos que continuar siendo cuidadosos. Pero esto no me impide tener mi vida. Llevo una existencia amable dentro de las circunstancias que conocemos.

-¿Es posible que estas circunstancias hayan cambiado su ritmo de escritura, que era de suyo pausado?

-El ritmo continúa siendo prácticamente el mismo que llevaba desde antes de que las cosas tomaran esta variación. Es interesante, sin embargo, darme cuenta que mi método, más que el ritmo de escritura, continúa en un proceso similar al que había conseguido.

-Estuvo usted en Oaxaca hace unos días. Hable de esa estancia y de su encuentro con el lugar.

-Me parece que es un sitio muy hermoso, sobre todo fue magnífico para recibir el año nuevo. Sucede que amo las montañas desde que tengo memoria, y allá la visión que tenía de las montañas era maravillosa. Me refiero a las que había en la carretera y las que rodean a la propia ciudad.

-¿Cuál diría que es la relación de su manera de vivir de siempre con la extensión considerable de sus novelas?

-Ahí lo que me parece es que son las novelas las que marcan el ritmo de mi vida, y no al revés. Ese es el peso que les doy o que las obras mismas me indican cuando las trabajo. Para escribir una novela del tamaño que sea, tienes que dejar que la obra anteceda a todo lo demás en tu vida. Eso es lo más importante, es lo que marca el camino, por decirlo de algún modo. La vida se somete, así, al oficio o a la profesión de escribir. Es más, pienso que la novela es la dictadora y todo el resto se acomoda a su alrededor.

México, país fácil de amar

-Después de la fatwa su obra se cubrió, desde luego sin desearlo, con un velo oscuro. Sin embargo, su escritos tienen una dosis considerable de sentido del humor, que es exactamente lo contrario. ¿Qué piensa de esta paradoja?

-Que las dos cosas son ciertas. Mira, durante un largo tiempo una cierta oscuridad rodeó a mi escritura. Y eso hizo que para los lectores resultara difícil entender lo que yo estaba escribiendo. No puedo negar que algo como eso pasó. Pero también está el otro lado de la moneda: gradualmente, por fortuna, ese velo ha ido desapareciendo. La verdad es que siempre he deseado que mis libros sean graciosos. Y en muchas ocasiones he pensado, a lo largo de estos diez años, que aquello que ocurrió con Los versos satánicos en realidad es una discusión entre las personas que tienen sentido del humor y las que no lo tienen.

-Los versos satánicos, visto junto a otros libros posteriores, ¿tiene aún la misma relevancia que cuando la escribió, independientemente de la atmósfera político-religiosa que la rodea?

-Veo a Los versos... como a uno entre mis otros libros. Estoy, sin embargo, muy satisfecho con la existencia de ese título dentro de mi obra pero no siento que sea más relevante, si hablamos en términos literarios, que los demás. Forma parte de mí. Y algo similar podría decir de los distintos trabajos que he dado a conocer. Todos han tenido su importancia y su espacio específico.

-Desde el sitio o los sitios en los que habita, ¿cuál es su punto de vista de México?

-Mi inmediata impresión cuando llegué aquí fue que ustedes tienen la cultura más rica dentro de todo lo que he visto de Latioamérica. Ya conocía Chile y Argentina, por ejemplo, y debo decir que este lugar es para mí más fácil de amar. Ese es uno de los motivos por los que tenía muchas ganas de visitarlo otra vez. Y creo que ese también es uno de los elementos por los cuales es que México aparecerá en la novela que acabo de terminar.

-¿Qué le dejó su visita a la región de Tequila, Jalisco?

-Hice en efecto esa visita y en la nueva novela encontrarán mi versión de lo que allá percibí. Desgraciadamente la historia me demandó o me pidió que destruyera parte de la República Mexicana con un enorme terremoto. Eso es ficción, desde luego. Y lo único que puedo decir al respecto es que deseo que en la realidad México esté totalmente a salvo de esa fantasía.

Leer para ver lugares

-¿Era parecido el México que conocía a través de libros al país que ahora se encuentra?

-Lo que pasa con los mejores libros es que te ayudan a ver un lugar. Por ejemplo, cuando leí a Rulfo o a Fuentes, me di una muy buena idea de lo que era el sitio al cual iba a llegar. Esos fueron, digamos, los documentos o cartas de presentación de México. Pero no solamente estos autores mexicanos que menciono, sino todos los latinoamericanos cuyos libros han llegado a mis manos han sido un auxilio para ver a México con mayor claridad. Por ejemplo, en estos últimos días he releído por enésima vez Cien años de soledad, y a través de esas páginas puedo establecer una relación entre lo leído y lo visto ahora que vengo a tu país. Va uno en el coche, sobre la carretera, y ve a los gallos, las vacas, los perros y todo lo que rodea a los pueblos de México, y es muy claro que se parece mucho a lo que he podido leer. La literatura me ha ayudado, entonces, a ver mejor un lugar.

-Su concepto de lo que era la amistad, ¿cambió de diez años para acá?

-Sí ha cambiado mucho, porque ese sentimiento lo veo ahora más intenso, más profundo. Para mí la amistad es uno de los grandes valores de la vida. Además, es el término y el hecho que me ha brindado lo necesario para pasar por estos diez años. Nadie podría librar solo la batalla que me ha tocado librar a mí. Es mucho lo que le debo a las personas a las que me une la amistad.

-Es un mito contemporáneo, Salman.

-Puede que eso sea cierto, pero el tipo de carne y hueso, el que escribe, soy este que ves.