La Jornada Semanal, 3 de enero de 1999
El cuentista y novelista ruso Sergéi Dovlátov murió en Nueva York la mañana del 24 de agosto de 1990, nueve días antes de cumplir 49 años. El final le llegó en una ambulancia desesperada que intentaba abrirse paso por las calles de Brooklyn. Lo acompañaban dos enfermeros puertorriqueños que lo miraban como a bicho raro: un gigante de más de dos metros, corpulento, de bigote y rostros caucasianos, les debía parecer más que un escritor ruso, un tractorista borracho que se moría intoxicado por una enfermedad que padeció toda la vida: el alcoholismo.
Había nacido en septiembre de 1941 en Ufa, durante la evacuación de Leningrado por el asedio nazi en la segunda guerra mundial. Su vida en la ex URSS la pasó entre Tallin (Estonia) y Leningrado, leyendo y escribiendo, pero sin publicar. En 1978 emigró a Nueva York, ciudad en la que vivió hasta su muerte y en donde publicó en ruso la mayor parte de su obra. Todos sus libros aparecieron después en inglés con gran éxito, tal vez debido a que era un autor relativamente fácil de traducir, dueño de una sintaxis llana que no se diluye en el trasvase de una lengua a otra y que hace sentir al lector como si dialogara e inventara de igual a igual con el autor.
Discípulo infatigable del Sherwood Anderson de Historia de un cuentista y del misterioso Yevgueni Schwarz, Dovlátov tendió siempre en su prosa a conformar un estilo propio, un tono reconocible por sí mismo. Si de los escritores se nutrió, especialmente de Melville y Faulkner, de los rusos siempre prefirió a Chéjov, como lo manifiesta con justa y cristalina belleza en uno de los apuntes aquí traducidos. Joseph Brodsky, su amigo, lector y confidente en Nueva York, lo expresa con certeza: ``Dovlátov fue sobre todo un maravilloso estilista. Sus cuentos se fundan ante todo en el ritmo de la frase; en la cadencia del lenguaje del autor. Están escritos como poemas: el argumento en ellos tiene una importancia secundaria, que sirve sólo de pretexto para el lenguaje.''
Hay escritores talentosos que año tras año escriben gruesos tomos; los hay igual de talentosos que toda una vida no les alcanza para escribir uno de esos tomos. Para todos ellos escribir es un asunto que ha sido y es difícil. Sólo los chapuceros y los grafómanos escriben con facilidad. Dovlátov escribía con gran dificultad y su obra completa podría caber en un grueso volumen. Entre sus novelas cortas destacan Zona, La maleta, Coto vedado y La extranjera (traducida y publicada esta última en España, en 1996). De sus cuentos mencionaremos sólo ``Los triunfadores'', ``El juguete'' y ``Un blues para Natelli''. Los textos traducidos aquí fueron tomados de sus Cuadernos de apuntes, escritos a lo largo de veinte años, entre Leningrado y Nueva York.
Se puede venerar la inteligencia de Tolstói. Maravillarse con la elegancia de Pushkin. Apreciar las búsquedas morales de Dostoievski. El humor de Gógol. Y así sucesivamente. Pero sólo se quiere ser parecido a Chéjov.
La ministra de cultura Furtzeva platicaba una vez con Rijtler. Empezó a quejarse de Rostropóvich.
-¿Por qué en la dacha de Rostropóvich vive esa pesadilla de Solchenitzin? ¡Qué horror!
-Realmente -asintió Rijtler-, ¡es un horror! Viven muy estrechos allá. Mejor que Solchenitzin se mude a mi casa...
Al joven Yevtushenko lo presentaron con Ajmátova. Yevtushenko tenía puesto un suéter a la moda y una chamarra importada. En el bolsillo del pecho brillaba un lapicero. Ajmátova le preguntó:
-¿Y dónde está su cepillo de dientes?
Me atormento por mi incertidumbre. Odio mi disponibilidad a afligirme por pequeñeces. Desfallezco de miedo ante la vida. Y sin embargo, esto es lo único que me da esperanza. Lo único por lo cual debo agradecer al destino. Porque el resultado de todo es la literatura.
El esnobismo es la única hierba que florece incluso en el desierto.
Un punto de vista liberal: ``La patria es la libertad.'' Hay una variante: ``La patria es aquella donde el hombre se encuentra a sí mismo.''
A uno de mis conocidos lo despidieron algunos amigos cuando se fue al extranjero. Alguien le dijo:
-¡Recuerda, viejo. Donde hay vodka, allá está la patria!
La creación es una lucha con el tiempo. Un triunfo sobre el tiempo. Es decir, el triunfo sobre la muerte. Proust se dedicó sólo a ella.
Roman Jakobson era bizco. Cubriendo con la mano el ojo izquierdo, les gritaba a sus conocidos:
-¡Vean con el derecho! ¡Olviden el izquierdo! El izquierdo es apenas un dato del formalismo...
Es fácil hacerse el tonto cuando se ha fundado previamente toda una escuela filológica.... Jakobson era una persona alegre. Aunque no muy bondadosa. Como lo demuestra su historia con Nabokov.
Nabokov trataba de conseguir un puesto de profesor en Harvard. Todos los miembros del Consejo Científico estaban de su parte. Sólo Jakobson estuvo en contra. Pero él era el presidente del Consejo y su palabra era decisiva.
Finalmente, los colegas le dijeron a Jakobson:
-Debemos aceptar a Nabokov. Es un gran escritor.
-¿Y eso qué? -se sorprendió Jakobson-. El elefante también es un gran animal y nosotros no lo invitamos a dirigir la Cátedra de Zoología.
Para Brodsky, Yevtushenko es una persona de otra profesión.
Brodsky solía comentar que le gustaba la metafísica y el chisme. Y agregaba:
-En principio son la misma cosa.
Recuerdo que una vez adquirí un libro de Brodsky de 1964. Pagué una cantidad considerable, como si fuera una rareza bibliográfica. Si no me equivoco, cincuenta dólares. Luego, le comenté a Joseph lo sucedido. Me dijo:
-Y yo no tengo ese libro.
-Si quiere se lo regalo -le expresé.
Joseph se sorprendió:
-¿Y qué voy a hacer con él? ¿Leerlo?
En una velada de emigrantes rusos hablábamos de nuestros hijos. Alguien dijo:
-Nuestros hijos se están volviendo norteamericanos. No leen en ruso. Es horrible. No leen a Dostoievski. ¿Cómo podrán vivir sin Dostoievski?
Y todos gritamos:
-¿Cómo podrán vivir sin Dostoievski?
Hace treinta años Yevtushenko estuvo en Estados Unidos. Se hospedó en un hotel. Sentado en el hall, esperaba a alguien. De pronto vio que un viejo, que le parecía conocido, se dirigía hacia la puerta: el viejo tenía barba, vestía pantalones arrugados y una camisa militar. Durante algunos segundos Yevtushenko estuvo en shock. Luego comprendió que se trataba de Hemingway. Se fue tras él. Pero Hemingway ya se había ido en un taxi.
-¡Qué lástima -dijo Yevtushenko al portero-, pero si era Hemingway, y yo no lo reconocí de inmediato!
El portero le contestó delicadamente:
-No se aflija. El señor Hemingway tampoco lo reconoció a usted de inmediato.
En Tibilisi se realizó una conferencia sobre el tema ``El optimismo en la literatura soviética''. Hubo una gran cantidad de participantes. Entre ellos, Narovshatov habló ampliamente del tema. Cuando terminó, el literato georgiano Kemoklidze, que hacía de moderador, dijo:
-¿Hay preguntas para el ponente Narovshatov?
-Por favor -pidió la palabra uno de los participantes-, con relación a Byron, ¿él era joven?
-¿Qué? -se sorprendió Narovshatov-. ¿Byron? ¿George Byron? Sí, murió relativamente joven. ¿Y qué?
-No, nada en especial. Una pregunta más sobre Byron; ¿era guapo?
-¿Quién, Byron? Sí, Byron, como se sabe, tenía un aspecto muy agradable. ¿Y qué? ¿Qué tiene que ver con lo que aquí discutimos?
-Un pregunta más. ¿Byron era acaudalado?
-¿Quién? ¿Byron? Claro, era Lord. Tenía un castillo. Era una persona acaudalada. Incluso rico. Eso lo sabe todo el mundo.
-Una última pregunta. ¿Fue talentoso?
-¿Byron? ¿George Byron? Fue un gran poeta de Inglaterra. No entiendo lo que usted pretende.
-Ahora vas a entender. Mira, Byron era joven, guapo, rico y talentoso, ¡y era un pesimista! Y tú, que eres viejo, pobre, feo y mediocre, ¡eres un optimista!
En la televisión de Leningrado pasaban una pelea de box. Un pugilista negro se enfrentaba a un polaco rubio.
El locutor dijo:
-Al boxeador negro usted lo puede reconocer por los calzoncillos azules.
La mayor desgracia de mi vida ha sido la muerte de Anna Karenina.
Yevgueni Rein, una vez que estuvo en Moscú, se quedó en un departamento que le prestaron. Invitó a una joven para que lo visitara. Le dijo:
-Tengo en casa una botella de vodka y cuatrocientos gramos de salami fino. -La joven prometió visitarlo. Preguntó la dirección. Rein se le dictó y agregó:
-Te veré desde la ventana cuando llegues.
Excitado, comenzó a esperar. En el camino la joven se encontró con Sergéi Wolf. ``Vamos -le dijo-. Rein tiene una botella de vodka y cuatrocientos gramos de salami fino.'' Wolf aceptó.
Rein los vio desde la ventana cuando llegaron. Se enojó terriblemente. Se lanzó a la mesa. Se bebió la botella y se tragó los cuatrocientos gramos de salami fino. Alcanzó a hacer todo esto, mientras las visitas subían por el ascensor.
Schcliarenski trabajaba en la sección de propaganda de una editorial de Leningrado. Una vez logró organizar un exposición de libros de esa editorial. La exposición comenzó. De pronto, apareció un representante del partido en la región y dijo:
-¿Qué es este desorden? ¿Por qué están los libros de Ajmátova en un lugar visible? ¿Por qué Kukushkin y Zavodshikov en las sombras? ¡Arreglen esto! ¡Cámbienlo!
-¡Yo me indigné hasta el límite! -cuenta Schcliarenski-. Me metí al retrete, entiendes, y no salí de ahí hasta que cerró la exposición.
Mi esposa le pregunta a Ariev:
-Andréi, no entiendo, ¿tú fumas?
-Sabes -dice Andréi-, yo fumo sólo cuando tomo. Pero tomo continuamente y por eso muchos piensan, equivocadamente, que fumo.
Bítov y Tsibin se pelearon en una reunión de amigos. Bítov gritó:
-¡Te voy a dar un bofetón, canalla!
Tsibin respondió:
-Eso es imposible, soy un tolstoiano. Si me pegas, pondré la otra mejilla. -Los demás se tranquilizaron un poco al ver que la pelea no iba a seguir. Salieron a fumar al balcón.
De pronto, escucharon un estruendo. Corrieron hacia la sala y vieron a Bítov tendido en el suelo, ensangrentado. El tolstoiano Tsibin estaba sentado encima, martillándolo a puñetazos.
-Tolia -le digo a Naiman-, vamos a visitar a Leon Druskin.
-No, yo no voy -dice-, él es un soviético.
-¡Cómo que un soviético, te equivocas!
-Bueno, un antisoviético, pues. ¿Cuál es la diferencia?
Llegamos una vez a una región en construcción de la ciudad. Vidrio, hormigón, edificios iguales. Le digo a Naiman:
-Estoy seguro de que Pushkin no habría aceptado vivir en esta región abominable.
Naiman responde:
-Pushkin no habría aceptado vivir... en esta época.
Joseph Brodsky escribió los siguientes versos:
No quiero elegir
ni un país, ni un panteón,
yo vendré a morir
a la isla Vassilievski...
Un conocido le pregunta a Grubin:
-¿No sabes dónde vive Joseph Brodsky?
Grubin respondió:
-Dónde vive, no sé. Pero sé que se prepara a morir en la isla Vassilievski.
Un vez nos visitó Grubin y trajo un pastel. Yo le dije:
-¿Para qué trajiste pastel? Esos son modales pasados de moda.
Grubin respondió:
-No te preocupes, la próxima vez traigo marihuana.
Cualquier tema literario presenta tres aspectos:
1. Todo lo que el autor quiso expresar.
2. Todo lo que supo expresar.
3. Todo lo que expresó, sin desearlo.
El tercer aspecto es el más interesante. Por ejemplo, lo más cautivante en Henry Miller es su optimismo dramático, atormentado.
El talento es como la lujuria. Es difícil de ocultar. Y todavía es más difícil de simular.
Nota y Traducción: Jorge Bustamante García