La Jornada Semanal, 3 de enero de 1999
Joan Manuel Serrat tiene varias voces; o, si prefiere, varias formas de palpar el mundo. En Sombras de la China (BMG, 1998), su más reciente entrega discográfica, es posible distinguir al menos tres. Una es la reflexión sobre las minucias de la existencia; en ella, claro está, cabe prácticamente todo. Ejemplos de esta modalidad son la composición que le da nombre al nuevo disco, ``Fe de vida'' y ``Una vieja canción''. Pero hay otras dos, muy claras y distinguibles: la del necesario comentario social y la de la fascinación ante el misterio de los sentimientos.
En esencia, Serrat es el mismo de hace tres décadas y, a pesar de ello, es irremediablemente distinto. No hay arribos ni puntos de partida en Sombras de la China; ni radicales reinvenciones, ni cambios de piel para satisfacer los vientos alisios de la mercadotecnia musical: es Serrat componiendo e interpretando como Serrat. ¿Esto es motivo de queja? Yo afirmo que no.
Han transcurrido tres décadas desde que el catalán apareció en la escena del canto hispanoamericano y hoy -con grupos de rock y pop en español por doquier- podría ser muy fácil soslayar el cuidadoso y ejemplar ejercicio de las palabras castellanas que ha practicado desde sus inicios. Hasta en la más sencilla de sus nuevas canciones hay un pavor al lugar común -tan favorecido y explotado en la balada romántica- y uno se lo sigue agradeciendo.
El certero musicalizador de Antonio Machado y Miguel Hernández también sigue cultivando sus propias palabras, las que surgen de él, de su experiencia, y las que le agradan de otros y hace suyas. En su nuevo disco hay una recreación del poeta Luis Cernuda (``Más que a nadie, más que a nada'') y una deliciosa colaboración con el uruguayo Eduardo Galeano (``Secreta mujer''). Esta canción muestra al Serrat más decantado, el que no le da la espalda a las estructuras sencillas, el que no se arredra ante la posibilidad de expresar un sentimiento de la manera más simple. Es un buen ejemplo del Serrat amoroso de toda la vida, del que sigue venerando a la mujer aunque no la entienda cabalmente -¿y quién en sus cabales quisiera agotar ese misterio infinito? ``Secreta mujer'' es, también, un jugueteo con las palabras que no se extravía en el ludismo pueril y termina por dar perfectamente en el blanco. ``Arránqueme, señora, las ropas./ Desnúdeme./ Arránqueme, señora, las dudas./ Desnúdeme./ Arránqueme, señora, las ropas y las dudas./ Desnúdeme./ Desnúdeme.'' Agréguesele a ese canto la sonrisa reiterada de un bandoneón y se tiene una pequeña gema para tararear a lo largo de la vida.
Serrat sabe de las multiplicidades del amor y del deseo; distingue con maestría los matices del arco iris llamado pasión. En ``La hora del timbre'', que coescribe con José Luis Pérez Mosquera, adopta el papelÊde quien aguarda, mirando impaciente el reloj, la venida gloriosa del ser amado (``Luego, a beso limpio a salvo en el pequeño edén/ nos gastaremos los labios en un cuerpo a cuerpo fiero./ Huirán al exilio el miedo y la soledad/ y la muerte perderá por dos a cero''). En ``Dondequiera que estés'' se transforma en el nostálgico en guerra contra el olvido, el enamorado de ayer, el agradecido de hoy: el que sabe a ciencia cierta que lo bien bailado y amado nadie nos los quitará jamás.
Hay una canción en el disco que se permite mirar con absoluta perplejidad la naturaleza del deseo. Desde su título, Serrat propina una elegante zancadilla: ``Me gusta todo de ti (pero tú no)''. Es, si me permite decirlo así, la canción del ``sí, pero no'', la del que no quiere abandonarse a lo que no puede controlar, la del ingenuo cazador de imposibles mujeres perfectas. ``Me gustas, pero por piezas -canta Serrat-; te quiero, pero a pedazos.'' O quizá sea, simplemente, la triste balada de alguien que adora la belleza física de una mujer y desprecia sus defectos espirituales. ``Me gusta todo de ti./ Eres tan linda por fuera/ que a retales yo quisiera/ llevarte puesta de adorno.''
Hace poco el cantante afirmó que jamás había pretendido ser ``un profesional de la rebeldía''. Con ánimo de provocarlo, este reseñista diría que ha sido un trabajador social de la misma. Ante todo, ha sido un crítico de la injusticia, pero sin poses estudiadas, con la naturalidad de quien ve lo que no le gusta y no otorga ni concede, y mucho menos elige el silencio ante ello. En Sombras de la China encuentra su sitio un sólido cuestionamiento a los nuevos inquisidores (``Los macarras de la moral'') y una canción con trazas de minificción (``Princesa''), en la que una mujer se refiere a la vía que ha escogido su hija para escapar del mundo de la pobreza. ``Y, como quien ve a la Virgen/ subir al cielo/ la ve alejarse/ camino a su primer casting/ para un anuncio/ en televisión./ La nena vale,/ la nena estudia/ danza moderna/ y declamación.''
El Joan Manuel Serrat diestro en el comentario social queda ejemplificado en ``Buenos tiempos'', quizás el mejor corte del álbum. Con guante blanco, dejando que cada cual se ponga el saco, denosta a los agoreros del triunfalismo. No hace falta echar a volar la imaginación para entender que el autor de ``Ciudadano'', ``Fiesta'' y ``Para la libertad'' habla en ella de los acomodaticios y de la inequidad en el desequilibrado capitalismo global. ``Corren buenos tiempos/ para esos caballeros/ locos por salvarnos la vida/ a costa de cortarnos el cuello.'' ¿A alguien -en este entorno de necesarios sacrificios- le suenan familiares estas palabras?
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