Dario Fo... el teatro en Querétaro Un domingo del otoño del '77 se estrenó el Misterio bufo de Dario Fo en la histórica y destartalada sala principal de La Casa del Lago. Este bazarista no pudo actuar, pero se hizo cargo de la producción, y enfrentó la ira y la crispación de los ``pro-vidas'' y otros energúmenos integristas. Son muy recordables la vigorosa dirección de Nancy Cárdenas, y las actuaciones de Patricia Reyes Spíndola y Tito Vasconcelos, a quien vemos en la memoria con su peluca de bucles dorados y sus alas de trapo y algodón, haciendo el ángel de las visitaciones y las albricias. Los tales energúmenos intentaron boicotear las representaciones, e instalados en las puertas de la vieja casa, repartieron volantes en contra de la herejía, profirieron amenazas y, ante el despliegue de indiferencia de los espectadores, se dedicaron a la provocación esperando que alguno cayera en ella y se armaran las bofetadas. Afortunadamente, nadie les hizo caso y la breve temporada cumplió su tiempo sin que llegara la sangre al río. Los ``pro-vidas'' tuvieron que tragarse sus insultos y amenazas, y el equipo de la puesta en escena, no sin una especie de pánico menor, siguió adelante hasta que la temporada llegó a su último apagón. Hace unas semanas, el bazarista, definido por una de sus hijas como ``ajonjolí de todos los moles'', participó en la presentación del libro editado por El Milagro y Conaculta, que contiene dos obras de Fo y una tercera, que escribió en colaboración con Franca Rame. Se trata de La muerte accidental de un anarquista, Quien roba un pie es afortunado en amores y Gordura es hermosura. El libro contiene, además, una entrevista a Dario Fo hecha por Sergio Martínez, el inteligente traductor de las tres obras, y de una serie de comentarios y traducciones del Moliére de nuestros tiempos que provocó la iracunda reacción del Vaticano cuando los suecos le otorgaron el Premio Nobel por considerar que su obra se enfrenta a las artimañas de los poderosos para defender a los oprimidos, a los ``humillados y ofendidos'' de nuestro momento histórico. La presentación se llevó a cabo en la fellinesca librería queretana ``Y la nave va''. Poco antes de comenzar, el bazarista tuvo que soportar las miradas asesinas de los integristas de las Iglesias de los dos extremos: la derecha y la izquierda. No aprende y sigue yendo a perorar a una hermosa ciudad de la cual fue expulsado irremisiblemente, aunque pueda regresar de vez en cuando. Sin embargo, Dario Fo, Sergio Martínez, la espléndida tarea de difusión de textos teatrales y de guiones cinematográficos que realiza El Milagro; el recuerdo de Moliére y de la Comedia del arte, del teatro popular napolitano (Edoardo, Pepino y Titina, entre tantos y tantos comediantes de la vieja capital de los Borbones), de los fabulistas del Lago Maggiore y del pensamiento de Brecht, hicieron que valiera la pena volver a enfrentar gestos de censura esgrimidos como armas arrojadizas por los capitostes de la ``respetabilidad'' queretana que todavía lamentan que un cómico (fool en la tradición anglosajona) haya sido rector de su casa de estudios en una época de escándalos, hermosos proyectos y agresiones verbales y físicas.
La mesa redonda, la mesa larga y la sierra de Comanja enmarcan el valle en el que nace, muere y renace la ciudad de Lagos de Moreno. Aquí terminan los Altos de Jalisco y comienza sus verdores el Bajío de Guanajuato. Los Altos siguen siendo las tierras secas de la novela de Yáñez, pues entre Lagos y San Juan se extiende la llanura hosca en la que sólo crecen huizaches y nopales. Este bazarista, rodeado de parientes y amigos (que son los que medio agotan las parcas ediciones de sus libracos), habló sobre Francisco González León, el poeta boticario, corresponsal de Rodembach (autor de esa novela emblemática del simbolismo, Brujas la muerta) y consanguíneo de López Velarde, el padre soltero de nuestra poesía moderna. Recordamos a Ernesto Flores, ordenador minucioso e inteligente de la obra de ese poeta mayorísimo que fue González León (los críticos capitalinos siempre -o casi siempre- catalogan a los que cometieron la burrada de no venirse a la capital, como ``simpáticos poetas menores''. Todos sabemos que el minor poet en la tradición inglesa es un gran poeta autor de una obra reducida o de poemas de pequeño formato. ``Poeta menor'' en español tiene generalmente una carga peyorativa). Para no abrumar al solidario auditorio que, según nos informaron, al dar las ocho saldría, como un solo escucha fatigado, rumbo a la puerta sin que poder humano, café, galletitas o copas de vino pudieran detener su implacable estampida, nos pusimos a glosar algunos poemas provincianos de uno de los más complejos y refinados poetas de nuestro país: ``tardes en que la veleta, quieta, en la torre no gira y en parálisis se entume, y en que el silencio se aspira íntegro como un perfume''. Todo esto nos rescató la noche que tenía una media luna. Al día siguiente, estaba la FIL de Guadalajara con sus hermosas jornadas culturales, y las angustias y jadeos publicitarios del comercio librero. HGV
|
acabo de terminar
(El libro se llama Los dientes eran el piano, un estudio sobre arte e imaginación. Es, pues, un tratado de estética. Me tarde años en redactarlo, pero al fin, después de mucho empeño, lo acabé.) Empiezo declarando que nunca sentí predilección ni gran interés por la estética. No leía con entusiasmo, por ejemplo, cuanta cosa caía en mis manos sobre la materia. Pero, dirás, ¿quién se desvela escribiendo un tratado sobre algo que no le interesa?, y pareciera que con sólo dos oraciones iniciales, ya introduje una irracionalidad caótica en el libro. Pero no, lo que sucede es esto: a mí me interesan, por ejemplo, la magia o la filosofía de Leibniz, pero no estoy capacitado para hablar de eso, porque no soy mago ni filósofo, no sé hacer conjuros y a Leibniz lo he leído sólo por placer. En cambio, tengo íntima familiaridad con el arte, lo he practicado durante años, y, bien o mal, sé cómo se hace. Y haciéndolo fui poco a poco reflexionando sobre su naturaleza y problemas. Las ideas, muy personales, tardaron en configurarse dentro de mí, y al fin han cobrado toda la claridad y fuerza plástica que puedo darles, y no estoy seguro que sea suficiente en este tratado. Aunque mi experiencia artística no tiene de suyo ningún interés, voy a cifrarla en calidad de tarjeta de visita para que sepas a qué atenerte con esta obra. Mi oficio es el de escritor, con él me gano la vida, he escrito tres novelas y guiones de cine, tres largometrajes y muchos documentales, y enorme cantidad de ensayos sobre los más diferentes asuntos, no pocos de ellos de crítica literaria y de las artes. Y, sobre todo, he escrito teatro, muchas obras, la mayoría de las cuales las he dirigido en persona. Y he hecho aguafuertes, cerámica, títeres, algunas esculturas y pintado muchos cuadros (si bien muchos de ellos en este año de 1998, al tiempo que escribía este libro). He sido actor de teatro, muy malo, pasado, pero no, por desgracia, bailarín ni cantante de boleros ni de nada, tengo mal oído; tampoco, aunque lo intenté varias veces, toco ningún instrumento musical. Pero la música me gusta mucho y soy buen y entendido consumidor de compactos. Así pues, tengo familiaridad con el trabajo artístico, conozco su desvelo, insatisfacción, regocijo y deslumbramiento. En cuanto al libro, puede preguntarse, pero ¿el arte tiene problemas?, ¿de qué estás hablando? El disfrute del arte no tiene más problemas que los propios de todo disfrute. Por ejemplo, que algunos artistas son más ``difíciles'' de apreciar que otros. Nos puede gustar Scarlatti, pero no Bartok o Ligetti, o Goya, pero no Klee o Mondrian. De esos problemas hablamos en este libro, pero no principalmente. Los problemas que principalmente tratamos vienen de la reflexión sobre el arte. Nos podemos preguntar ¿por qué Mondrian es más difícil de apreciar que Vermeer? O más en general, ¿qué clase de dificultad es esa, la dificultad de apreciar artistas? O ya de plano, ¿en qué consiste la operación de apreciar arte, tan familiar? O también, ¿por qué sentimos y decimos que unos artistas son mejores que otros? Esos juicios ¿tienen base o son meras opiniones arbitrarias? Si tienen base, ¿cuál puede ser? U, otra vez en general, ¿cuál es la naturaleza del juicio calificador? En cuanto a las respuestas que puedo dar, y doy en este libro, me urge decir que son del viejo estilo, es decir, lo que intento es articular una visión del arte y la belleza. Y me interesa mucho más que las intuiciones contenidas en la visión estén bien encaminadas, que el hecho de que estén bien argumentadas o probadas. Por raro que parezca no me interesa mucho probar (si la intuición es certera, cualquiera puede hallar argumentos que la apoyen, si es débil o disparatada, se desecha y ya), no me atraen mucho los tiquismiquis filosóficos. Lo que quiero es mostrar, exhibir, una visión articulada de cómo la imaginación hace o capta el arte y la belleza. Y espero, no que la visión sea impecable, sino que sea clara, inquietante y fructífera. El libro tiene una peculiaridad: está compuesto por ensayos breves, más o menos del mismo tamaño y relativamente autónomos y conclusivos, pero articulados en una argumentación progresiva, es decir, con ocasionales e inevitables ``como antes vimos...'' Así que conviene, aunque tengan independencia, irlos leyendo en el orden en que se presentan. Pero, claro, no es obligatorio y allá cada quién: si algo tiene la imaginación es ser, de nuestras facultades, la menos paciente con las imposiciones burocráticas. Así pues, tercera llamada, comenzamos. Sólo me resta pedirte, como los viejos cómicos de los viejos tablados, que juzgues con benevolencia un trabajo que intentará cifrar, en pocas páginas, un tema grande, antiguo y remiso a las luces del entendimiento.
|