La lamentable forma de aprobación de la Ley de Ingresos y del Presupuesto de Egresos, si bien no totalmente en los términos propuestos por el gobierno, sí en el marco y las perspectivas originales, no deja lugar a dudas.
Era muy difícil, casi imposible, que se frenara la aplanadora PRI-PAN y se formulara una alternativa global, coherente y con amplio respaldo social. Poco hemos trabajado en ella, pero queda pendiente, deberá ser reflexionada y trabajada a fondo.
Una alternativa con respaldo social, sin demagogias, enraizada en el más genuino sentido popular, sin populismos; con un realismo alternativo a ese que tanto pregona el gobierno actual y al cual, al parecer sin ninguna dificultad, se ha arrastrado al PAN.
El panorama económico para los años 1999 y 2000, en realidad para los primeros del siglo XXI, lo exige. Incluso, si no se actúa consecuentemente para atemperar el deterioro esperado, las perspectivas pueden resultar francamente deprimentes.
A pesar de lo que se diga, el resto del sexenio no se ve bien, el gobierno menos. Un crecimiento del producto por debajo del crecimiento de la población siempre es mala noticia; una evolución del empleo por debajo de la evolución de las necesidades de trabajo de jóvenes que se incorporan al ejército laboral, o de hombres maduros y experimentados que han sido expulsados de sus puestos, también es mala noticia.
El persistente deterioro del salario real, es también, una terrible noticia. Saber que ante un bajo precio del crudo de exportación durante 1999 y el año 2000, sólo se proponen presupuestos acordes a esa mentalidad depresiva y regresiva que nos gobierna, no deja de ser, asimismo, una razón más para no sentir ningún entusiasmo por los años que vienen.
Por todo este ambiente deprimente con el que el gobierno ha permeado nuestra cotidianidad, resulta imprescindible desenmarañar el contenido ideológico regresivo y profundamente antipopular de una estrategia económica incapaz ya no sólo de relanzar con ilusión y esperanza a la sociedad, sino, ni siquiera, de frenar su deterioro.
Por ello, más que pensar en otro presupuesto, conviene que trabajemos y luchemos para un presupuesto con otra concepción; en otra estrategia económica, elaborada sobre otras bases, con renovados y alentadores marcos de referencia, con nuevas y esperanzadoras perspectivas; capaz de expresar la determinación social por desarrollar desde abajo, desde la sociedad misma, una buena economía y un buen gobierno.
Se trata de un esfuerzo social por impulsar una renovada estrategia económica, en la que -hay que decirlo siempre- no hay cielo prometido más que el que construyamos nosotros mismos; una estrategia en la que no deja de haber esfuerzos y restricciones, pero unos y otras cobran nuevo sentido, nueva perspectiva.
En esa renovada estrategia -también hay que decirlo- será necesario elevar la participación de los impuestos en el producto, pero alentando acordemente y al máximo, la productividad social del trabajo y el salario, garantizando siempre, que así como los esfuerzos los sufren todos, los éxitos también los disfrutan todos.
Pero esto... esto es otra cosa distinta a la actual. Y por ella deberemos luchar los dos años próximos y, sin duda, el nuevo milenio. Para esta nueva economía -qué dudarlo- se requiere un nuevo y distinto gobierno. Hay que prepararlo. No hay de otra.