Masiosare, domingo 3 de enero de 1999
El PRD se encuentra en la posibilidad de convertirse en gobierno de la República.
En Occidente, las expresiones de la derecha neoliberal más agresiva han sido derrotadas en las urnas. En México, la conversión del Fobaproa en deuda pública agudizará la oposición al neoliberalismo y el agotamiento del sistema político.
El neoliberalismo puede reventar a una formación política como el PRI, en el cual han sido organizadas verticalmente las clases populares. Decía el activista de izquierda de los sesenta Víctor Rico Galán: si el PRI se democratizara realmente. los trabajadores llegarían al poder. Tal democratización nunca sucederá. Antes, la fuerza centrífuga del autoritarismo y el neoliberalismo arrojará fuera del PRI a las clases populares y a sus cuadros nacionalistas.
Adicionalmente, el PRI representa un aparato político muy costoso para el modelo económico, pues implica mantener una red gigantesca de gestores, caciques, líderes y golpeadores.
Por ello, el PAN busca presentarse ante la clase dominante como un instrumento más útil: sin historias sangrientas, sin costosas burocracias, sin clases populares ``conflictivas'', sin fardos ideológicos populistas. Pero eso sí: con un programa neoliberal ortodoxo. El PAN calculó el desgaste del PRI. Aprovechó la represión al perredismo para aliarse al salinismo. Votó con el PRI la contrarreforma neoliberal al sistema jurídico. Y se estancó cuando el PRD comenzó a capitalizar triunfos.
En estos días sale un comercial de Vicente Fox patrocinado por Bancrecer, banco que tiene en las entrañas del Fobaproa una deuda de 56 mil millones de pesos. Fox se vende por partida doble: al público como producto electoral, y a la clase dominante como operador eficaz del capital financiero.
En esas condiciones resulta lógico el estancamiento electoral del PAN, que no pudo avanzar ni con el oxígeno de las concertacesiones.
El PRD encarna así una doble alternativa: primero, de superación de la política económica y social, y segunda, de superación del sistema político. Esa combinación de alternativas es la que da futuro al perredismo, y lo contrasta positivamente frente a las formaciones conservadoras.
Si bien desde 1987 se abrió una ruptura de larga proyección en el partido del Estado, sólo para 1994 se contó con un partido político de las fuerzas democráticas y de izquierda asentado y estructurado, que no existió en 1988, y apenas hasta hace poco más de un año tenemos un PRD consolidado institucionalmente en el ejercicio de gobierno en diversas entidades y con una creciente corriente electoral a su favor.
En este salto han sido determinantes factores como la política de alianzas promovida por Andrés Manuel López Obrador y el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas, que presentó al PRD como instrumento viable para llegar al poder.
El perredismo ha vivido cuatro etapas:
l. La insurgencia de 1988, y la reivindicación del triunfo electoral de Cárdenas;
2. la resistencia tenaz a la usurpación salinista y a su pretensión de desaparecer al neocardenismo;
3. la institucionalización como partido, y
4. la apertura a sectores intermedios y el crecimiento electoral vertiginoso.
Hoy estamos en condiciones de transitar a una quinta etapa: la configuración del PRD como opción de gobierno, alternativa de renovación del Estado nacional, y referente de orden democrático y estabilidad con desarrollo social.
El PRD se nutre de tres grandes vertientes: el ala nacionalista del PRI; los partidos de izquierda que escogieron la vía democrática, y los movimientos sociales.
Frente a los retos, estamos obligados a revisar nuestro proceso político. Al interior del partido, la izquierda social ha tendido a atrincherarse en los discursos sectoriales, y ello ha contribuido a que sean los grupos perredistas que provienen del partido oficial, los que asuman el papel articulador, de dirección. La izquierda social debe ya dejar de ser grupo de presión periférico y convertirse en izquierda política dirigente, sin dejar de ser izquierda social.
Hoy el PRD requiere una clase política con capacidad de articular una coalición hegemónica que lo ubique como el organizador, dirigente y representante de los trabajadores, las clases medias, los empresarios, los marginados y los intelectuales.
El PRD tendrá que ganarse al centro político de la sociedad, a esa parte que no se define ideológicamente y abarca a más de la mitad de la población.
Sin embargo, no será suficiente esta representación pluriclasista. La transición exigirá pactos y acuerdos, puentes de entendimiento, treguas y reconocimientos de los factores reales de poder. No podrá gobernar el PRD sin apoyarse en una parte de la administración pública actual, sin acercamientos con instituciones como el Ejército y la Iglesia, y sin una buena relación con Estados Unidos.
El PRD tendrá que demostrar que puede ser conductor del país en épocas de convulsión, que no sólo puede encabezar la protesta social, sino darle respuesta institucional. El partido debe dar certidumbre a una sociedad que teme perder lo poco que le queda y se hunde en el terror de la inseguridad. La sociedad apuesta a una transición pacífica, con democracia y libertades, pero también con orden y tranquilidad. La sociedad no apuesta a la incertidumbre ni a radicalismos sin resultados.
Los pactos y acuerdos no se lograrán, sin embargo, dejando de luchar o inmovilizándose. El régimen no dejará el poder por decisión propia. Los acuerdos para llevar al régimen a dejar de forma pacífica y voluntaria el poder sólo se darán con la fuerza de los votos y la capacidad para movilizar el consenso popular.
Estamos obligados a cambiar nuestros conceptos tradicionales. La probabilidad de ganar significa responsabilidad, esperanza y reto. La elección interna que vivirá el PRD exige cuidar lo que hemos ganado, definir un partido con visión de futuro, con mentalidad abierta, con rostro de gobierno, dispuesto a enraizar una alternativa de izquierda que gane al centro de la sociedad, con vocación, social y de poder.