Bárbara Jacobs
Escribir, arriesgar

Los callejones sin salida son más acogedores que las encrucijadas, o, por lo menos, esto es así a la hora de sentarse a escribir. Si no tienes alternativa, sigues más fácilmente el consejo de Faulkner sobre si tienes ante ti varios temas que se cruzan y entrecruzan ante los cuales tú no sabes elegir. ``Escríbelo. Arriésgate'', sugiere Faulkner, aunque lo que escribas resulte pobre y malo; sí, ``pero es la única forma de lograr algo de veras bueno''. Si te topas con la pared sabes hacia dónde mirar; en cambio, ¿qué camino seguir en un cruce de varios? Camino, carretera, calle, vía de acceso. ¿Y todo argumento no implica algo o a alguien en algún tipo de aprieto, de nudo, de encrucijada? Y de callejón sin salida, ¡al mismo tiempo!

Hace un par de meses leí uno más de tantos libros sobre la novela, su nacimiento, su desarrollo, sus porqués. Mientras leía, aumentaba en mí el entusiasmo por la forma, la certeza de que al terminar la lectura no sólo sabría cuanto hay que saber del género sino, más estimulante, cómo abordarlo. Soñé también con la posibilidad de sentarme pausadamente, sin límites, sin interrupciones, a leer por primera vez las novelas imprescindibles -sacar una media entre las listas particulares y las generales de novelas imprescindibles: o alterarla con ideas propias- que no hubiera leído, y nuevamente, y nuevamente, las que sí he leído y, después, ¿después qué? ¿Seguir el consejo de Faulkner, soltarme, escribir, arriesgarme?

El libro en cuestión, Una historia de la novela, de Richard Freedman, me arrastró en su corriente, me arrojó contra sus ilustraciones, en las que me perdí, rescribiendo mentalmente, velozmente, la escena que representaban, la vida del autor que retrataban. Capítulo tras capítulo, procuraba retener todo, ¿sabes?, todo: desde datos hasta ambientes; desde giros hasta asociaciones que hacía por mi cuenta. Retrasaba el momento de llegar al punto final que, por fortuna, no cerraba el último capítulo, pues a éste lo seguían tres o cuatro anexos, una lista de 100 grandes novelas, una cronología de la novela y, el más fascinante, una selección de quince grandes comienzos de novela, páginas que valían por todo el resto del libro.

Pero antes de detenerme un instante en esos grandes comienzos, igual que Freedman voy a recoger las palabras de Henry James a modo de conclusión, para atender el tema del futuro de la novela.

Dice James: ``Haz algo desde tu propio punto de vista. Haz algo con la vida (Me gustaría subrayar esto: Haz algo con la vida)

El género es tan amplio que admite libertad, análisis, observación, sátira; admite la verdad. Si la novela ha sido maltratada, sólo la libertad (me gustaría repetir: el análisis, la observación, la sátira, la verdad. Me gustaría insistir: la verdad) le restaurará el respeto a sí misma que merece''.

``Se habla demasiado acerca de la novela -sigue James-; por lo menos en proporción con la cantidad de novelas sin importancia que producimos'' (...) ``cada quien encontrará en la novela lo que busca''. Luego dice algo así como: ponla en marcha, y que se extienda; que es como decir: escríbela, arriésgate. Es decir, su futuro está en tus manos, callejón sin salida o encrucijada, las alternativas a tus pies, la calle, la carretera, el camino, la vía de acceso: un aprieto que está en ti desenredar, o afianzar, o abandonar,

El anexo de los grandes comienzos de novela me arrastró tanto en su corriente que, lo confieso, borró la huella que los capítulos anteriores empezaban a dejar en mí. ¿Cómo empezar una novela? Todos los novelistas se han hecho la pregunta, pero sólo los grandes novelistas han olvidado la respuesta, aunque en sus intentos de escribir una nueva novela lo hayan hecho mal, y lo recuerden. Sólo unos cuantos autores, mejores, o no tan buenos, han acertado en empezar una novela con una frase deslumbrante. ¿Lo deslumbrante lo haría un gran comienzo? Para nada. O sí; o no. Atrapa al lector, eso sin duda; lo enfrenta de entrada con lo esencial; marca el tono y el estilo; lo decisivo de las primeras palabras es su efecto cautivador, obsesionante.

Haz algo con la vida, sugiere James; deja entrar en tu percepción la fuerza visual, olfativa, gustativa, táctil, sensual, conceptual, auditiva, imaginativa, emocional de la verdad, la fuerza real de la verdad, sugiero, pienso, quiero yo. Suéñala, extiéndela a tus pies y recórrela hasta el fin del mundo. ¿La verdad? ¿La vida? El Callejón sin salida, la encrucijada, el aprieto, el nudo.

Más que el resto del libro de Freedman, más que la idea y la teoría de los comienzos y los grandes comienzos, me obsesionó uno de los quince recogidos por Freedman, de los que otros cuatro ya me tenían cautivada. Con frecuencia me repito el del Retrato del artista adolescente, el de Huckleberry Finn, el de Moby Dick, el de En busca del tiempo perdido: pero a partir de los grandes comienzos recogidos por Freedman añado a mi obsesión el de Ana Karenina: ``Las familias felices son todas iguales; cada familia infeliz es infeliz a su modo''. ¿Cómo es la tuya? ¿Cómo es la mía? ¿Te importaría que habláramos con la verdad, encrucijada, callejón sin salida? Escríbelo, arriésgate.