A principios de la actual Legislatura, cuando el PRI perdió su habitual mayoría en la Cámara de Diputados, todo indicaba que la oposición -integrada por el PRD, el PAN y el PT con base en alianzas inteligentes y subordinando, inclusive, al interés colectivo el particular de cada grupo- pondría en jaque al sistema, tanto para impedir las famosas reformas en cascada que cada presidente de la República realiza a la Constitución y las leyes ordinarias, después de prometer solemnemente su cumplimiento, como para que se aprobaran cuentas públicas, presupuestos e informes presidenciales.
La situación actual es, por supuesto, totalmente diversa. El PRI, un partido sin ideología definida pero que actúa de lleno en la derecha, mantiene la ruptura con el viejo nacionalismo revolucionario que ya ni menciona, y para hacer honor a los compromisos con el FMI y demás vergüenzas internacionales ha incorporado a sus filas, con algunos sacrificios menores, a los antiguos dueños de la casa conservadora. El PAN, al renunciar a la alianza con el PRD, ha permitido la vergüenza del Fobaproa y ahora, en una alianza adicional, aprueba el presupuesto con cortes notables a los recursos que legítimamente corresponden al gobierno del Distrito Federal. Un partido que mostró notables avances en la puesta en práctica de la justicia social hoy retrocede y la agrede de manera evidente.
La situación económica del país no permite alternativas. El gobierno invoca ese argumento que ciertamente es sólido, pero pasa por alto y rechaza abiertamente que se investigue a los notorios culpables del desaguisado económico, a los que ya no hay que buscar sólo en Irlanda del Norte, sino en este valle de México donde ocupan puestos de mayor responsabilidad.
El PAN, al admitir que la crisis no da para mucho, pasa por alto la exigencia de responsabilidades personales reclamadas por el PRD, se somete a criterios meramente financieros y acepta una deuda pública que todos tendremos que pagar. Y gasta a manos llenas tratando de convencer.
Lo del gobierno del Distrito Federal es verdaderamente caricaturesco. Expone los viejos rencores panistas por el rotundo fracaso de su estrella hoy retirada, Carlos Castillo Peraza, buen escritor, sin duda alguna, pero un poco monotemático. No trata otro tema que el de los supuestos problemas de Cárdenas. La verdad es que la inteligencia y la cultura no son, en ocasiones, buenas armas políticas. Y por parte del PRI, los datos cada vez más evidentes de que las antiguas administraciones no dejaron cuentas claras, los hace querer volver con desesperación al poder.
PAN y PRI, los viejos rivales, han llegado finalmente a la conclusión de que forman parte de la misma familia conservadora. El PAN, de manera especial, con un balance electoral pobre, salvo la sorpresa en Querétaro, pero con el gravamen de la derrota estrepitosa en Chihuahua y la pérdida de posiciones importantes en Puebla, ha vuelto al viejo redil de las concertacesiones. El PRI reconoce que su único enemigo es el PRD que, en el fondo, le secuestró las tesis del nacionalismo revolucionario para integrar una ideología muy cercana a una socialdemocracia que no se aparta del centro. No hay, por esos rumbos, izquierdismos rotundos.
Por esa misma razón, el PRI quiere eliminar obstáculos en la lucha que sigue en contra de su propia conciencia histórica. Hoy la ejercen quienes fueron parte del PRI o aún lo son: la Corriente Democrática, la más reciente Renovadora y los galileos. En Zacatecas y Tlaxcala triunfan fuera del PRI antiguos militantes muy destacados que abominan de él y tratan de recuperar el espíritu de las políticas sociales. Y hay otros muchos y algunas muchas que ya no quieren saber nada de los tecnócratas.
El PAN, disminuido, ha perdido el impulso triunfalista que tuvo antes de su fracaso en el DF, Chihuahua y Puebla, y se pega al poder priísta. La pareja de rudos tiene, ciertamente, fuerza. Pero puede la alianza ser muy breve, de muy corta duración: menos de un año, salvo que se repitan las concertacesiones electorales.
Sin duda estamos ya en plena campaña presidencial. Y resulta notorio el miedo del PRI frente a su propia historia. Por haberla traicionado.