La Jornada 3 de enero de 1999

DISQUERO Ť Pablo Espinosa

Jazz sabor a Viena

Estos días son de furor de vals, pero no sólo de olán vive el baile: en la capital austriaca se celebra a Johann Strauss, padre e hijo, pero también la capital del vals tiene entre su riqueza de tradición ser una de las capitales de la música sincopada, del jazz ortodoxo, el tradicional y el de vanguardia. Y si de efemérides se trata, músicos vieneses rindieron tributo a George Gershwin, cuyo centenario ocupó todo 1998 y siguen madurando proyectos preparados para tal ocasión. La Vienna Art Orchestra, con músicos invitados, se encerró varios días en varios estudios de grabación con un resultado arrollador: el disco American Rhapsody. A tribute to George Gershwin (RCA Victor) reúne nueve maneras del encabalgamiento original de la música gershwiniana, es decir la confluencia de la vieja cultura europea con la naciente personalidad sonora estadunidense. Nos encontramos, así, con una versión enésima pero no exenta de sorpresas a la Rhapsody in Blue, en la que los arreglos de Mathias Ruegg, austriaco a la batuta de la Vienna Art Orchestra, convierten la orquesta sinfónica en gran banda de jazz y al piano solista en guitarra inspiradérrima. Vale decir que todos y cada uno de los ejecutantes tienen carta libre en el fino arte de la improvisación, con dividendos opulentos en sensualidad, cachondería, piel chinita. La belleza negra Dee Dee Bridgewater canta They can«t take that away from me, mientras en otro corte Shireley Horn entona Someone to watch over me, y así se suceden los clásicos de George y su hermano Ira (autor de las letras de todos los éxitos del compositor). Jazz de gran banda con el ineluctable aroma vienés pero sin alcanfor, pues el resultado sonoro es tersamente contemporáneo, deliciosamente jazzístico. Gran caricia.

Jazz sabor a Londres

Para el autor de esta reseña no existe versión de la Rhapsody in Blue, de George Gershwin, más sabrosa, cachondérrima, dotada de sexualidad y de sentido que la registrada hace poco por el maestrísimo Michael Tilson Thomas, sentado al piano ejecutando la parte solista y al mismo tiempo dirigiendo a su orquesta, la New World Symphony, como parte de un disco fuera de serie: New World Jazz (BMG). La manera en que Tilson Thomas elonga hace respirar, gemir en orgasmo interminable la primera frase de partitura tan carnal (si hubiera existido antes de que Woody Allen incluyera esta obra en la secuencia inicial de su filme Manhattan, con toda seguridad la hubiera preferido) es inédita, afrodisiaca, enternecedora. Infalible. Tal maravilla es tan sólo el segundo de ocho tracks maravillosos, los que componen este disco que resulta histórico, pues la idea que lo anima es una breve antología de partituras para sala de concierto, pero contaminadas con el dulce virus del jazz. La orquesta inglesa, un trabuco integrado por jóvenes, hace vibrar las bocinas con versiones desatolondradas de Lollapalooza, del maestro John Adams (1947), una ejecución inolvidable del Preludio, fuga y riffs, de Lenny Bernstein, impresionan con La Création du monde, de Darius Milhaud, sacan brillo a la pista de baile con el Ebony Concerto, del famoso músico bizco don Igor Strabismo (je, por Stravinski), se revientan flemático Ragtime de su paisano Paul Hindemith, despliegan A Jazz Symphony, partitura exquisita de George Antheil, y cierran con broche de oro: The Bad and the Beautiful, de don David Roksin (1912). Los proyectos de Michael Tilson Thomas, estilo e idea, están preñados de originalidad, fogoso empuje y suprema calidad. Gran caricia.