Termina un año, un año de turbulencias acumuladas. No es ocioso intentar una reflexión, y menos cuando en todo el mundo se hacen y se rehacen, por la presión de los acontecimientos, diagnósticos de nuestro tiempo, a la vez que se buscan opciones, alternativas, soluciones a la tragedia, un nuevo horizonte.
Escribía Karl Mannheim en Diagnóstico de nuestro tiempo (1943): ``El funcionamiento del sistema económico actual abandonado a sí mismo tiende, en el tiempo más corto posible, a aumentar de tal forma las diferencias de ingresos y riquezas entre las diversas clases, que esto por sí crea insatisfacción y una tensión social continua. Pero si el funcionamiento de la democracia se basa por esencia en el consentimiento democrático, el principio de la justicia social no es sólo una cuestión de ética, sino una condición necesaria del funcionamiento del sistema democrático en sí.''
Lo escrito por Mannheim tiene validez absoluta 55 años después, en lo que ha sido 1998 y en lo que será 1999, en México y en muchos otros países, para no decir todos. En el México de hoy son muchos los estudiosos y pensadores que hablan de democracia sin referencia alguna a la justicia social ni al sistema económico que produce mayores desigualdades sociales y por lo mismo injusticia social. Una vez más, como en los tiempos de los grandes filósofos liberales del siglo pasado, se intenta separar --en el análisis-- a la economía de la política con la perversa intención de hablar de ésta como si no tuviera nada que ver con aquélla. Con esta separación de lo económico y lo político se aspira a convencer de la bondad de las transiciones democráticas (sobre todo en lo electoral) y, a la vez, ocultar para el ciudadano promedio que la maldad económica no sólo permanece sino que convierte a la democracia en una apariencia o, si se prefiere, en un nuevo fetiche que enajena a la conciencia social de sus aspiraciones históricas y verdaderas: vivir mejor.
La justicia social, que no es otra cosa que una mejor calidad de vida para todos y una disminución de los privilegios para quienes tienen más, es una condición necesaria del funcionamiento del sistema democrático en sí (Mannheim). ¿Y qué quiere decir calidad de vida? Significa educación, cultura, vivienda y alimentación decorosas, salud y defensa de la naturaleza, derecho al trabajo, justicia imparcial y seguridad pública, igualdad de oportunidades. Es decir, distribución de la riqueza e intervención del Estado con la justicia social como fundamento y condición para evitar que las desigualdades sociales sean crecientes e inaceptables éticamente y para evitar que el sistema económico, el laissez-faire que defiende el neoliberalismo (que no es otra cosa que la imposición del mercado como un nuevo dios), domine sobre la democracia.
El diagnóstico de nuestro tiempo no ha cambiado en lo esencial del que hacía Mannheim hace poco más de medio siglo, en medio de la Segunda Guerra Mundial. En aquel entonces Mannheim rechazaba, por un lado, el intervencionismo estatal de tipo totalitario (el de la URSS, que no era república, ni soviética ni socialista) y el fascismo que suprimía todo tipo de libertades para frenar los movimientos de emancipación social y democráticos, y al mismo tiempo rechazaba que el sistema económico y sus intereses hegemónicos dominaran a los estados y a los pueblos. Hoy no son los estados los que dominan en cada nación, sino el capital, el gran capital que se ha apoderado de la economía mundial y que usa a los estados igual para guerras imperialistas que para sojuzgar a los pueblos y evitar movimientos de emancipación, acotando las libertades y fetichizando la democracia, incluso como concepto.
El reto de nuestro tiempo es la justicia social como fundamento de la democracia y la democracia al servicio de los pueblos para su emancipación social; es decir, la transformación de los estados como representaciones de los intereses del capital mundial en estados como representaciones de los intereses mayoritarios de la población mundial, en cada nación soberana y dentro del marco de esquemas democráticos. En otros términos, volver a la justicia social como objetivo y no más el dominio del capital. La democracia y las libertades, en sentido amplio y no acotado, se darían por añadidura.