Alejandro Ordorica Saavedra
Nuestras calles de fin de año

Con el cierre de año, ocurren en muchas de nuestras calles hechos y situaciones que transforman la identidad urbana de la ciudad.

Así, se entremezclan las festividades navideñas, de año nuevo y Reyes, con toda su parafernalia y efectos comerciales, pero a la vez con una profunda religiosidad no exenta de manifestaciones de nuestra cultura popular.

Se presenta en estos días un sincretismo de sentimientos, emociones y actitudes que recorren de manera diferente a otras temporadas del año los circuitos de la convivencia social.

Para muchos, es el espacio coyuntural que estimula la reflexión y la evaluación de logros, aciertos y errores de todo un año, así como la configuración del futuro inmediato, donde igualmente cohabita el pensamiento optimista y hasta mágico, contrastando con escepticismos desgarradores.

Subsiste generalmente el optimismo y se imponen como constante la buena voluntad, los ánimos esperanzados y la bienaventuranza, lo cual no impide, lamentablemente, otros indicadores que marcan y deterioran la seguridad pública y la convivencia social, con su violencia en robos y asaltos, especialmente en la vía pública.

En nuestras calles igualmente permanecen notorias carencias, pobreza y marginación social, así se disfracen en esta temporada bajo ``ropajes navideños''. Desempleo, subempleo y empleo informal se agolpan en la multiplicación del ambulantaje, que sobrepasa a momentos demanda y capacidad de pago; en las esquinas, niños y jóvenes suplicantes de un escuálido aguinaldo, con alcancía en mano; o en miles de hogares capitalinos la ausencia de regalos, pavos y celebraciones.

En otra vertiente se advierte a la vez un decaimiento de posadas y tradiciones en nuestros barrios, aun cuando en la mayoría de los casos sustrae circunstancialmente de la memoria histórica el apuro económico y la urgencia de la sobrevivencia cotidiana.

En fin, junto con aguinaldos, piñatas, nacimientos y roscas conviven alegrías, arrepentimientos y buenos propósitos. Pero también la burbujeante champaña, donde la hay, chorreando inequidades que contrastan con la franja de lo necesario y de lo superfluo.

Pero ya que llega un año más y nos acercamos al nuevo siglo, actuemos, movilicémonos, comprometámonos más en favor de esos cambios que nuestra ciudad necesita y cuyo eje sea el beneficio común. Tenemos más capacidad que tiempo, pero aún es factible.

Por eso es válido hoy desear y conseguir más felicidad y prosperidad para todos en 1999, pero más aún cuando llegue el año 2000.