Linda McCartney, mirada íntima que retrató una época
Pablo Espinosa, enviado, Londres Ť Un fantasma recorre Europa. El de Linda McCartney.
Historias de amor, parejas célebres, la sensatez y los sentimientos de los famosos hallan su descenso a Tierra cuando la Historia deja ver mediante el intersticio. Un ejemplo: la frase de Jean Paul Sartre respecto de Simone de Beauvoir: ``El tiempo que no estoy contigo es tiempo perdido''. En tanto que los datos sobre las estrellas de la cultura rock suelen aposentarse en terrenos resbaladizos, muy próximos al lavadero.
En el caso del grupo de rock más importante de este siglo (que es lo mismo que decir de la historia, pues el rock tiene apenas cuarenta y tantos años de edad), The Beatles, el anecdotario se detiene en Yoko Ono cuando de Su Serenísima Juan Lennon se trata, o en quien pasó a la historia con el seudónimo de Layla (de quien se enamoró Dios, es decir Eric Clapton, el mejor amigo del interfecto) Jorgito Harrison, o en Mil Damas en el caso de Ringo Estrella, o bien en Linda Eastman, cuando de Pablo McCartney se habla.
Lovely Linda (de acuerdo con una de las rolas del Gran Mac, su marido) nació en 1941 en Nueva York y murió hace 8 meses en Santa Barbara, California, a los 56 años de edad. La historia de las almas gemelas, Linda y Paul, es tan entrañable que basta recordar las palabras del hombre en el lecho de muerte de su mujer, quedando ella en sus brazos: ``Estás montada en tu corcel Appaloosa. Es primavera, el día está esplendoroso y cabalgamos a través del bosque, las flores abren sus corolas y el cielo se abre más, azul''.
Antes de conocer, merced al trabajo de ambos, a Paul, Linda había desarrollado una intensísima carrera de fotógrafa, primero como colaboradora de la revista Town and Country, luego de graduarse en Arte en la Universidad de Arizona, y después como reportera gráfica de la revista Rolling Stone.
Génesis de una vocación
Tal vocación, la fotografía especializada en rock, había nacido en Linda luego de una sesión a bordo de un yate en el río Hudson de Nueva York, donde capturó las imágenes de Sus Satanísimas Majestades, The Rolling Stones. Ella llegó a la fotografía en realidad como autodidacta y siempre el ritmo cordial enfiló sus rumbos mediante el arte de fotografiar el alma de los músicos. Una evidencia de esto es que un común denominador en sus retratos es el rhythm and blues.
Esto puede constatarse a través de medios varios: además de la aparición de un disco póstumo, con canciones de ella, Londres está poblado de referencias a Linda McCartney, convertida en hija adoptiva de las flemáticas querencias. Las aglomeraciones en las librerías permiten, si uno logra atravesar la muralla humana que busca conseguir, a toda costa, un ejemplar, acceder a una parte de la historia merced a la adquisición de un libro, de 1992, pero cuya sexta edición se vende como pan caliente, circula como platillo principal y se saborea como postre impostergable: Linda McCartney's Sixties. Portrait of an Era (Bulfinch Press).
He aquí el mejor retrato de un ser humano: su trabajo.
En el prefacio del libro, cuyos textos los hizo Linda al alimón con Steve Turner, un despliegue atronador: la fotógrafa fotografiada por algunos de sus fotografiados; Linda retratada, sucesivamente, por Dios, es decir Eric Clapton, y luego por Jim Morrison y luego es Graham Nash quien acciona el obturador, o Mike Clarke, el mismísimo Jimi Hendrix, Paul Whaley o el satanísimo Brian Jones.
Tres capítulos: Costa Este, Costa Oeste e Inglaterra y, en ellos, el retrato de una era fundacional que marcaría el resto del milenio. He aquí, captados por la lente que late al ritmo del corazón de la fotógrafa, Linda Eastman, a los jovencitos Rolling Stones, en un yate, cuasi estupefactos de la repentina gloria; he aquí al Rey Lagarto, el alucinado Morrison a unos meses de abrir la Puerta definitiva, he aquí a Los Quienes, The Who, dándole en su madrecita a guitarras, bataca y amplis; hete aquí a Janis a punto de beberse una pachita de Souther Comfort, marca del licor con el que Joplin solía confortar su espíritu.
He aquí a los mismísimos Beatles preparando su desfile que haría historia, los prolegómenos (Paul le arregla el moñito de la corbata a Ringo, usando él sandalias, antes de descalzarse) para cruzar la Abbey Road y ponerle portada a un disco definitivo. Hete aquí a Jimi Hendrix en pleno éxtasis, tanto como en trance está B.B. King, al igual que Los Animales y Frank Zappa y los Pájaros de Patio (je, por Yardbirds), o a los chavitos Simon y Garfunkel, o a la muerte agradecida antes de que se llevara a Jerry García, artífice de Grateful Dead. He aquí la historia, vista a través del intersticio, pues lo que da más vida al estupendo trabajo fotográfico de Linda McCartney es su valor humano. He aquí, entonces, una mirada íntima al momento que detonó el fin de siglo.
He aquí a una mujer, Linda McCartney. He aquí el amor.