Desde 1988, PRI y PAN están juntos para decidir cuestiones tan sustanciales como el rumbo del país. El voto panista a favor del Fobaproa es de la misma naturaleza que el usado para justificar el fraude de 1988 y la usurpación de Carlos Salinas; el PAN pidió que éste se ``legitimara con hechos'', y luego quemaron conjuntamente los paquetes electorales en 1991, clímax del salinismo.
Hay que recordar también el voto conjunto PAN-PRI para aprobar las reformas legislativas del TLC y las contrarreformas a los artículos 130 y 27 de la Constitución. En todos los casos, el PAN ha dicho que son ``su proyecto'', y así prueba que cogobierna el país guiando el camino priísta. Pero los priístas dicen lo contrario e invierten a su favor la paternidad del proyecto, ¿de quién es el niño, pues?
En estas justificaciones hay mucho de cierto. Más que una coincidencia, hay una política común en la medida que retos y problemas crecen y rebasan la fuerza del PAN y el PRI. Ambos están imposibilitados para mantener la cohesión de los grupos y sectores que respaldan ese proyecto. La crisis y la descomposición que impera los llevó a establecer una alianza sin principios, oportunista y oligárquica, que defiende la estructura financiera actual, al empresariado parasitario, a la estructura de los medios de comunicación y a un sistema político que les beneficia a ambos. A esto se agrega el respaldo de la alta jerarquía de la Iglesia católica, que cada vez desarrolla más intereses en este bloque hasta ahora hegemónico.
Hoy, la actuación del PRI y el PAN habla de un nuevo sistema de partidos, expresión de una visión política de bloques. Mientras Vicente Fox se identifica con el financiero y las fusiones de Bancomer, Manuel Bartlett lo hace con Banamex, pues el reparto salinista incluyó porciones del sistema bancario. Cabal Peniche e Isidoro Rodríguez huelen a sindicato de gobernadores, así como Lankenau es el símbolo del PAN involucrado en los desfalcos del rescate bancario. De ahí que tanto priístas como panistas hayan coincidido en hacer ``institucional'' el Fobaproa.
No hubo traición del PAN al PRD, pues nunca ha existido coincidencia en su visión de la política macroeconómica. Traición severa sí fue la del PAN al PRI en el tema del aumento al IVA, en 1995, y que puso en crisis la alianza, hoy reconstituida con la defensa del Fobaproa. Unidos en lo esencial, y divergentes en lo secundario, ambos se disputan no el centro político, sino la propiedad de la derecha y los favores de la oligarquía que ha venido saqueando y despojando al país desde 1976, primera devaluación contemporánea.
La votación en el Congreso sobre el Fobaproa ha prefigurado con anticipación alianzas y rupturas para el 2000. Para el PRD, la perspectiva se perfila necesariamente hacia sectores medios y las amplias masas excluidas del proyecto defendido por priístas y panistas. Un aire clasista deberá incluirse dentro del programa del PRD; sin él, difícilmente se podrá enfrentar la guerra de los sectores oligárquicos y la estrategia populosa que emprenderá la derecha a partir de 1999. Frente al peligro de repetir los errores de 1994 y las posiciones pueriles que piensan que el eje de las alianzas deberá ser el de grupos políticos como el de Dante Delgado, cada vez más cercano a Miguel Alemán, o el de Manuel Camacho y Gilberto Rincón Gallardo, cuya aspiración por ``el centro'' encandila a la burocracia periodista, no debe limitar el contenido de los compromisos del PRD y sus candidatos.
La declaración de guerra anticipada del núcleo financiero y empresarial beneficiado con el rescate bancario, la Conferencia del Episcopado, los Legionarios de Cristo, la Coparmex, el Opus Dei, los propietarios de Televisa y TV Azteca, es decir el Teletón, obliga a definir claramente la orientación y compromisos del PRD hacia los sectores más golpeados del país, pues serán ellos los que definirán con su voto y fuerza organizada el futuro de México en el 2000.
Si esta derecha había pensado íntimamente en Fujimori, el fenómeno venezolano deja lecciones sobre el papel que puede jugar un discurso claro dirigido a los sectores populares.
Hugo Chávez logró transmitir credibilidad explicando las consecuencias de la política petrolera en las condiciones de vida y ofreciendo una alternativa popular para enfrentar la caída de los precios del petróleo y convocando a un nuevo Constituyente.
Para México, como país petrolero, ésta es una referencia concreta.
La aprobación del Fobaproa es la antesala del gran vacío en la medida que PRI, PAN y el sistema de partidos ahora están atados directamente a los indicadores de la especulación bursátil y al tipo de cambio peso-dólar, ya que el programa de ``quitas'' a los deudores dependerá de estos factores, haciendo desigual el beneficio.
Siendo el PRI y el PAN defensores del mismo esquema, cualquiera que sean sus candidatos presidenciales, en adelante ambos estarán unidos estratégicamente porque no tienen otra alternativa: solos no podrían contra la presión popular que se aproxima y amenaza irrumpir; necesariamente, por esto, el país se polarizará en dos grandes frentes. Aclarar y centrar con precisión las tareas y acciones para ganar en un escenario así empieza por despojarse del triunfalismo, que hoy se expresa en una lucha por las posiciones internas de la burocracia del PRD, dejando de lado la coyuntura, donde la aprobación del Fobaproa no es más que la punta del iceberg que enfrentamos desde este momento los mexicanos por el cambio democrático y verdadero.