Horacio Flores de la Peña
Mal el año actual, peor el que viene/II

La política del hambre: El año termina como había empezado, en un caos generalizado. Como no había metas, no se puede decir si se alcanzaron algunas o se falló en otras. El gobierno no tiene metas porque no tiene políticas. Les preocupa solamente el tipo de cambio y la inflación, más allá de esto su horizonte se cierra y por eso caen en la política de la pobreza, quizá sin darse cuenta.

Si esta situación se agrava más en 1999, como parece ser el caso, la responsabilidad será de quienes nos gobiernan y de los partidos políticos que no han querido o podido asumir sus responsabilidades ante el pueblo, especialmente el PRI y el PAN. Aun en asuntos tan graves como el del Fobaproa, sólo un partido consultó a sus electores y, en la aprobación del presupuesto suicida de 1999, el pueblo no ha tenido la forma de manifestar su aprobación o repudio. Este presupuesto constituye una declaración de guerra contra los pobres de parte de un gobierno que es legal, pero no legítimo.

Los gobiernos neoliberales se refugian en una política deflacionaria que contrae la demanda efectiva y la producción, porque para mantener el tipo de cambio y cubrir sus obligaciones externas juegan con la tasa de interés hasta niveles donde toda producción es imposible, elevándose los costos hasta que el país pierde su competitividad externa y los factores que se usan para combatir la inflación la fomentan hasta dejarla fuera de control. Caminamos derecho a un colapso económico, y parece que nadie se da cuenta.

La economía pública es una economía esquimal, todo a su alrededor lo quieren congelado para que al disminuir la economía quede al nivel de su capacidad para hacerle frente a sus problemas. Contraer la demanda efectiva se logra con más desempleo y menos salarios reales. Esto permite, según ellos, crear un superávit de mercancías no consumidas que se dedicarán a la exportación, y al haber menos ingreso, se supone que habrá menos importaciones. Este cuadro es de una simplicidad aberrante y, por ello, nunca da los resultados esperados.

El desempleo siempre crea más desempleo. Los salarios de los trabajadores no tienen que congelarse como lo hizo ahora el gobierno. El salario no es inflacionario, si compensa la inflación y se le añade el crecimiento del PIB. En nuestro caso, con una inflación de 18% y un crecimiento de 4% del PIB, el aumento no inflacionario del salario podría ser de 20%. La disminución de la demanda crea desempleo, y esto menos demanda, hasta el punto de hacer incosteable para muchos negocios seguir trabajando, a pesar de que sus obreros tengan salarios de hambre.

La política de empleo y de salarios nos acerca sin remedio a un círculo vicioso sin salida aparente en una economía de mercado; esta misma política nos aleja del objetivo de crecer más y distribuir mejor, dentro de un cuadro de estabilidad general que aún no conocen en el corral de las avestruces.

Nadie critica en serio lo que nos pasa y lo que nos espera. Incluso los intelectuales hablan con un lenguaje raro, que más parece ocultar lo que quieren decir, o en todo caso, dejar la puerta abierta para, llegado el caso, decir que no quisieron decir lo que dijeron, o que los malinterpretaron. Con esta crisis se difunde un miedo vago de estar en contra de algo, especialmente del gobierno.

Parece existir una conspiración del silencio sobre la crítica organizada, una especie de toque de queda sobre el uso de la inteligencia e imaginación colectiva. Ello impide llamar a las cosas por su nombre y señalar a los culpables. Enfrentar la crisis y vencerla será más fácil de lo que se cree, el México profundo está lleno de cualidades y de una resistencia sin igual.

Para enfrentar la crisis hay que buscar alternativas a la política actual y provocar el relevo de los funcionarios actuales por gente que se ponga el servicio de los mexicanos. Ofrecer políticas alternativas es la labor de los partidos políticos que, desgraciadamente, en esto han fallado lamentablemente, de lo cual nos ocuparemos en el artículo siguiente.

Otra labor que no han atacado los partidos políticos es lograr que desaparezca el miedo para hacer política y ejercerla a plenitud, porque es el único camino que nos puede ofrecer algo positivo para el futuro y lograr que el principio del siglo XXI no sea tan miserable y mediocre como el final del siglo XX.

De lo que pasa en México todos somos culpables, pero unos más que otros. Todos llevamos culpa por acción o indiferencia, pero los mayores culpables son los que han ejercido el poder en estos 10 años, porque abusaron de la política y de la economía en beneficio propio y en contra de los intereses del país. Quizá la historia recordará este periodo como ``el de los bribones'', porque éstos, al igual que una gran parte de la élite que nos gobierna, rechazan, voluntariamente, todo lo que hay de ético, moral y generoso en el México profundo.

Esta crisis económica que se prepara, involuntariamente, como fin de sexenio, afecta por igual a la política y al desarrollo social. Por lo pronto, produce miedo y desconcierto. Los partidos y la gente hablan de la crisis, pero sin proyecto alternativo, y ésta es su principal obligación ante el pueblo.

La política del hambre no corrige los problemas económicos y sí agrava los políticos. Todos los movimientos políticos de gran violencia, y aun los movimientos revolucionarios, se han dado en épocas de hambre, en México y en el exterior.

Achicar el país no hará más fácil resolver los problemas; al contrario, los agravará, y comenzarán por estallar los sectores más corruptos e ineptos de la sociedad y del gobierno.